Barbra Streisand, los 80 años de la estrella que no quiso ‘arreglarse’ la nariz y marcó sus propias reglas
La artista ha conseguido todo en el mundo de la música y el cine. Demócrata comprometida y defensora de los derechos LGTBI, ha llegado a la madurez con una vida tranquila, privada y plena
Es probable que solo la propia Barbra Streisand sepa con seguridad qué queda hoy en ella de la niña que fue. De aquella a la que su madre, Diana, no dudaba en llamar fea, en soltarle sin pudor que ella era la bestia y su hermana Rosalind, la bella. De la que, huérfana de padre (un profesor de gramática que murió cuando ella tenía 15 meses a causa de un ataque epiléptico), tuvo que vivir primero en el humilde hogar de sus abuelos y después en el que formó su madre con su segundo marido, lugares “sin amor”, como ha explicado alguna vez su hermano mayor, Sheldon, donde todo lo que intentaban era evitar los pescozones y los castigos. De la que, muy joven, supo que solo su voz la ayudaría a vivir, que no a sobrevivir, y recién salida del instituto logró una beca de interpretación a cambio de cuidar a los hijos del dueño de esa escuela. De la que, rechazada en Broadway, se ganaba el pan cantando en los bares de ambiente de Greenwich Village de finales de los años cincuenta. Hoy, cuando cumple 80 años y se ha convertido en una estrella mundial, que ya ni agota entradas porque ha preferido no dar giras, en una pionera de la música, el cine, el teatro, parece que queda poco de aquella niña judía de Brooklyn.
Pero seguramente fue todo aquello lo que la ayudó a forjar la leyenda en la que se ha convertido. Guste o no guste, no hay otra como ella. Repasar sus logros y su carrera profesional, tan diversa, compleja y exitosa en tantos ámbitos, tiene el peligro de parecer un listado de Wikipedia o IMDb. Una de las artistas más poderosas de la canción y del cine, Streisand ha colocado más de 200 millones de discos en todo el mundo, un tercio de ellos en su país. Solo el primero, publicado cuando no había cumplido los 21 años, se convirtió en el más vendido de la historia de EE UU interpretado por una mujer —estuvo más de 100 semanas en las listas de ventas— y logró tres Grammy. Ya hace cuatro décadas que el diario The New York Times dijo de ella que era “la cantante más influyente en la música estadounidense desde Frank Sinatra”. Las entradas de sus escasas giras, pese a costar en algunos casos más de mil euros, solían agotarse en minutos.
En la interpretación, su pasión nació tras ver sobre las tablas El diario de Ana Frank, en 1956. Tras tomar clases, ella misma se subía a un escenario en marzo 1962 para un pequeño papel como la señorita Marmelstein en I Can Get It For You Wholesale, por lo que este cumpleaños coincide también con el 60º aniversario de su debut escénico. En cine, suma 37 películas como actriz, otros 27 títulos como productora y tres como directora (además de media docena de videoclips y documentales suyos). Todo ello le ha hecho lograr cinco nominaciones a los Oscar y alzarse con dos; de hecho, fue la primera mujer que ganó uno como compositora, en 1976, por Ha nacido una estrella. Pero nunca ha dudado en criticar el sexismo imperante en una industria en la que siempre fue por delante. Tiene también diez Grammy, nueve Globos de Oro, cinco Emmy y un Tony de honor, lo que la hace una de las escasas afortunadas en lograr el EGOT (siglas conjuntas de Emmy, Globo, Oscar y Tony). Todo ello, además, manteniendo un férreo control artístico en sus creaciones, pues no tardó en fundar su propia productora, en 1969, con Paul Newman y Sidney Poitier; más tarde se unirían a ellos Steve McQueen y Dustin Hoffman.
Streisand ha sido una pionera en todos los ámbitos. Ha sido portada de Vogue, People, Cosmopolitan o Vanity Fair, también de Life, New York, Newsweek o Time. En 1972, se atrevió a subirse a un escenario fumando marihuana; afirma que nunca más volvió a probarla: “No me gustó cómo me hizo sentir”, contó a Variety. En 1976 lanzaba un disco de música clásica que dejaba a los críticos boquiabiertos; ese mismo año protagonizaba Ha nacido una estrella. Y todo ello, además, sin un físico evidente en un mundo del espectáculo que entonces parecía exigirlo. “Llegué a Hollywood sin arreglarme ni la nariz ni los dientes y sin cambiarme de nombre. Y eso es muy gratificante”, es una de sus frases más célebres.
Sus labores filantrópicas y humanitarias, su constante defensa de los derechos de las mujeres y del colectivo LGTBI (su único hijo, Jason, es gay y ella siempre ha dicho que solo quiere que sea feliz), sus constantes y generosas recaudaciones para la causa demócrata —la llegada de Bill Clinton a la Casa Blanca no habría sucedido sin ella— o su pasión por las artes la han hecho también merecedora de premios tan dispares como la Legión de Honor francesa, la Medalla presidencial de la Libertad, el premio del American Film Institute por toda su carrera o el premio Kennedy. Su discurso en Harvard en 1995, titulado El artista como ciudadano, sobre la importancia de que los creadores se implicaran en la política de sus países, sigue siendo recordado y fue publicado por la prensa aquel febrero.
La proyección pública de Streisand siempre ha ido acompañada de un cierto y lógico interés por su vida privada, pero ni mucho menos la ha expuesto al estratosférico nivel de su carrera. Mientras otros famosos menores han vendido hasta la última gota de sus intimidades, la diva nunca ha necesitado de ello. Considerada algo excéntrica —hace cuatro años encargó dos clones de su difunta perra—, pero lejos de ser una diva intratable, con discreción y naturalidad ha vivido romances, separaciones y nacimientos. En aquella obra que supuso su debut teatral, conoció también al que sería su primer marido, el actor Elliott Gould, y con quien tuvo a su hijo Jason (hoy también artista) en 1966, tras tres años de matrimonio. El amor duraría solo un lustro más, hasta el divorcio, en 1971. Él siempre ha defendido que en esa relación lo que más importaba era la carrera de ella.
Después de aquello, son muchos los hombres que han pasado por la vida de Streisand, unos confirmados, otros, no tanto. De Elvis Presley solo ha dicho que, cuando él entró en su camerino, se quedó “sin habla”. Marlon Brando fue un amor más platónico. “Quería llevarme al desierto a ver las flores silvestres y que pasáramos la noche en un pueblecito abandonado, pero como yo era una buena chica judía, le dije que no podría ser y que nuestro viaje sería en el día”, contó hace una década en CNN. Mientras rodaba Funny Girl, en 1967, se la relacionó con Omar Sharif; estaba aún casada. Tras su divorcio de Gould, Jon Peters, peluquero reconvertido en productor, compartió con ella casi una década, aunque nunca llegaron a casarse (si lo hizo él con Pamela Anderson, de quien se convirtió en su quinto marido en un matrimonio que duró 12 días), y fue un gran impulsor de su carrera. Él produjo la primera versión de Ha nacido una estrella con Streisand, en su versión de 1976, y también la de 2018 (que a la diva de Brooklyn no le gustó).
André Agassi, con quien estuvo saliendo a principios de los noventa durante unos meses, fue uno de sus romances más sonados y nunca confirmado por cualquiera de las partes. Los 28 años de edad de diferencia les pusieron en el disparadero de la prensa sensacionalista. También han sonado nombres como los de Ryan O’Neal, Jon Voight, Warren Beatty, Steve McQueen, Kris Kristofferson, el ex primer ministro de Canadá Pierre Trudeau (padre del actual, Justin)... En el libro Barbra, tal como es, de 2006, Christopher Andersen sostiene que mantuvo una fugaz relación de una noche con Bill Clinton en la Casa Blanca cuando este era presidente y Hillary estaba ausente, cuidando de su padre enfermo. Su buena relación con Carlos de Inglaterra también ha sido objeto de escrutinio (en la versión de Anderson tuvieron un romance en 1994, cuando el príncipe aún estaba casado con Diana), y ella misma ha sabido alimentar la leyenda, comentando medio en broma, medio en serio, que podía haber sido “la primera princesa judía”.
La estabilidad llegó a su vida hace casi 25 años, cuando conoció al actor y director James Brolin, con quien se casó en julio de 1998. Como él ha comentado en alguna ocasión, su independencia laboral y financiera el uno del otro les han colocado en una situación ideal: “Tengo mi propio dinero y ella el suyo. Este es mi tercer matrimonio, así que no quiero que haya ninguna razón por la que me tenga que casar o divorciar de nuevo. Hemos estado en el cielo durante todo este tiempo, así que funciona”.
A los 80 años, esa niña que sufría de pánico escénico lo ha logrado todo: una carrera como exitosa artista, inteligente productora y reputada directora cargada de libertad; el reconocimiento de crítica y el cariño del público; un amor tranquilo; una familia completa, con su hijo y los nietos de Brolin. Con serenidad, discreción, a peldaños, decidida a comerse el mundo. Porque como dijo de ella Shirley MacLaine cuando ganó el Globo de Oro honorífico, en el año 2000, “si hubiera cocinado, habría sido la dueña del catering”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.