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Tom Quinn, el confidente de los trabajadores de la realeza británica: “Dicen que Carlos III es bastante apacible, pero tiene la mecha corta”

En ‘Yes Ma’am: The Secret Life of Royal Servants’, el escritor británico revela hábitos y manías de los Windsor con testimonios del personal que las padece. De la obsesión del príncipe Andrés por la alineación de sus peluches hasta los incómodos abrazos de Meghan Markle o el desinterés de Camila por reinar

Harold Brown mayordomo del príncipe Carlos y la princesa Diana
Harold Brown, mayordomo del príncipe Carlos y la princesa Diana, les lleva una bandeja de desayuno en Melbourne durante su gira oficial por Australia en 1985.Tim Graham (Tim Graham Photo Library via Getty Images)
Ixone Arana

Trabajar para la realeza británica no es fácil. Hay que ser muy meticuloso y obediente, y, a veces, ni siquiera eso evita a sus empleados salir malparados. El príncipe Andrés despidió a uno porque no soportaba el lunar que tenía en la cara y a otro por llevar una corbata de nailon. “Andrés puede ser muy difícil. Tiene mal genio. Se enfada rápidamente. Eso es lo que me han dicho”, confirma por teléfono el escritor y periodista Tom Quinn (Londres, 69 años). Se lo han revelado los propios trabajadores que lo presencian y soportan, cuyos testimonios han servido de hilo para su nuevo libro, Yes Ma’am: The Secret Life of Royal Servants (Sí, señora: la vida secreta de los sirvientes reales). “Un par de personas que trabajaron para él me han dicho que su problema es que está permanentemente enfadado porque, en primer lugar, era el hijo favorito de su madre y ha desarrollado una arrogancia que le hace comportarse mal con su personal. Y segundo, él siempre sintió que por ser más varonil que Carlos habría hecho un mejor papel como rey. Creo que ha estado un poco frustrado a lo largo de su vida”, cuenta Quinn a EL PAÍS.

El autor ha escrito otros títulos relacionados con la monarquía, y asegura que este último se le ocurrió por casualidad. “A finales de 1980, cuando trabajaba como periodista en la revista Shooting Times, me mandaron entrevistar al guardabosques de Windsor y era un hombre muy interesante. Me contó que quería retirarse, pero que cuando se lo dijo a Isabel II, ella le dijo: ‘Oh, bueno, está bien si quieres jubilarte, pero no quiero que dejes la finca’. Así que, para mantenerlo allí, le construyó una casa. Me contó esto y también me dio los contactos de otras personas que trabajaban en Windsor y en el palacio de Buckingham, y se extendió desde allí”, recuerda.

Portada del libro 'Yes Ma'am: The Secret Life of Royal Servants', escrito por Tom Quinn, en una foto cedida por el autor.
Portada del libro 'Yes Ma'am: The Secret Life of Royal Servants', escrito por Tom Quinn, en una foto cedida por el autor.

Ese guardabosques cuenta en el libro que la difunta Isabel II iba frecuentemente de visita a esa casita que mandó construir para él y su mujer. “Ella odiaba la idea de que pudiéramos vernos como sirvientes. Nos preparaba té cada vez que venía y decía que era un alivio hacer algo en lugar de que se lo hicieran todo a todas horas. En una ocasión, uno de sus corgis le pidió una galleta y ella le dijo a mi mujer: ‘Creo que necesita correr’. Entonces arrojó la galleta al jardín y el perro salió disparado tras ella. La reina volvió, se sentó y dijo en voz baja: ‘Ojalá los hijos fueran tan fáciles de tratar”, recuerda en una de las páginas.

Algunos trabajadores, cuenta Quinn, se convierten en “amigos muy cercanos” de los miembros de la realeza. Él destaca el caso de William Tallon, quien trabajó para la Reina Madre entre 1950 y el año 2000. “Se hicieron tan amigos que salían a cenar juntos, desayunaban juntos. Era como si fuera mitad mayordomo y mitad su marido”, relata. Otra de las relaciones más estrechas fue la de Isabel II y Margaret Bobo MacDonald, que primero fue su niñera y más tarde encargada de su vestuario. “Ayudaba a la reina a vestirse cada día hasta que fue demasiado vieja y frágil para seguir haciéndolo”, recoge el libro. “Bobo cuidó de Isabel cuando era un bebé y todavía estaban juntas en 1993, cuando Bobo murió. De hecho, hacia los últimos 10 años, se le dio un apartamento en el palacio de Buckingham y ella no hizo ningún trabajo en absoluto, solo tomaba el té con Isabel II porque estaban muy unidas”, agrega el autor.

La entonces princesa Isabel y su hermana pequeña, la princesa Margarita, con sus niñeras Clara Knight (izquierda) y Margaret 'Bobo' MacDonald, en 1932.
La entonces princesa Isabel y su hermana pequeña, la princesa Margarita, con sus niñeras Clara Knight (izquierda) y Margaret 'Bobo' MacDonald, en 1932. Universal History Archive (Universal Images Group via Getty Images)

Pero no todo son historias idílicas de respeto y amistad. El libro también recoge numerosos testimonios de trabajadores que han tenido que lidiar con manías y caprichos difíciles de comprender fuera de la burbuja de privilegios de palacio. La exempleada Charlotte Briggs, por ejemplo, era la encargada de colocar cada mañana la colección de 72 peluches del príncipe Andrés por orden de tamaño a mediados de los noventa, una excentricidad que todavía conserva. “Es famoso por tener su colección de ositos de peluche alineados en su cama todos los días, y si algo está fuera de lugar, se enfada”, cuenta en el libro un actual empleado de los reyes Carlos y Camila.

Carlos III también ostenta alguna obsesión propia de alguien que ha tenido trabajadores a su servicio desde que nació. “Tiene pequeños arranques de irritación con su personal; quizá no le han dado la taza de té correcta, los zapatos impecablemente lustrados o la pasta de dientes perfectamente aplicada en su cepillo de dientes, justo como a él le gusta. Pierde los estribos en un instante, pero normalmente se arrepiente enseguida”, confirma ese mismo empleado. Quinn asegura que el actual monarca británico, según las conversaciones mantenidas, “es bastante apacible, pero tiene la mecha corta”. “Toda su vida ha tenido gente que hace las cosas por él, así que cuando no se hacen correctamente, no le gusta. No es muy comprensivo. Es un poco quisquilloso”, resume el escritor. Lo demostró al mundo con su evidente irritación cuando un tintero se interpuso en su camino mientras firmaba su proclamación como rey o cuando se quejó por la impuntualidad en su coronación. “Nunca podemos llegar a tiempo”, dijo molesto dentro del carruaje, según un lector de labios de Sky News.

El entonces todavía príncipe Carlos, acompañado por Camila, planta un árbol mientras su oficial de protección policial sostiene un paraguas durante una visita al pueblo de Bromham, en Wiltshire, el 17 de julio de 2007.
El entonces todavía príncipe Carlos, acompañado por Camila, planta un árbol mientras su oficial de protección policial sostiene un paraguas durante una visita al pueblo de Bromham, en Wiltshire, el 17 de julio de 2007.Max Mumby/Indigo (Getty Images)

Para Camila, a quien Guillermo y Enrique de Inglaterra apodaban Lady MacBeth, Cruella de Vil o Bruja del Oeste, según cuenta el personal en el libro, no es cómodo tener tantísima gente pendiente de ella. “Cuando conoció a Carlos en los setenta, sabía que nunca se casaría con él porque no quería ser el centro de atención de la prensa ni tener que hacer constantemente lo que hace la realeza. Quería tener la libertad de ser una persona normal y corriente, y por eso no quiso casarse con Carlos al principio, aunque él estaba enamorado y le habría gustado. Creo que, a medida que ha ido creciendo, se ha dado cuenta de que Carlos no quiere renunciar a ella, y que hay formas de unirse a la familia real y seguir teniendo algo de vida propia”, considera el escritor. “Un miembro del personal me dijo que Camila odiaba la idea de ser reina y le decía a Carlos con regularidad: ‘¿No podemos dejar de lado todo este protocolo? Son todo tonterías’. Carlos, que odia las palabrotas, respondía con recato: ‘Lo estás haciendo por mí, cariño”, explica en Yes Ma’am.

Aun así, Quinn garantiza que la actual reina, que proviene de un entorno aristocrático, lo ha tenido mucho más fácil para adaptarse a la vida palaciega de lo que lo tuvo Meghan Markle, que “no tenía ninguna experiencia”. “No recibió suficiente ayuda, ni siquiera de Enrique, porque él asumió que ella estaría bien. Creo que fue un shock. Un miembro del personal me dijo que Meghan tenía una especie de imagen de cuento de hadas de la familia real y pensaba que viviría en un castillo como en las películas, así que cuando se casó con Enrique y empezaron a vivir en una casita en los terrenos del palacio de Kensington, le resultó difícil”, argumenta el autor. “Sentía que Enrique y ella no estaban siendo tratados con la misma importancia que Guillermo y Kate Middleton. Y, por supuesto, tenía razón, porque no son tan importantes como Guillermo y Kate”, añade.

Tom Quinn en su casa de Londres, en una imagen cedida por el escritor.
Tom Quinn en su casa de Londres, en una imagen cedida por el escritor.

Los empleados llamaban a la duquesa de Sussex “la duquesa difícil”, porque se frustraba con las reglas y el protocolo, pero Quinn también ha hablado con algunos que “pensaban que era maravillosa porque no era emocionalmente inhibida como Guillermo, Enrique y Carlos”. “Era mucho más cálida. Siempre quería abrazar a todo el mundo”, cuenta Quinn. Lo de la tendencia a los abrazos ocupa varias páginas del libro, donde se exponen distintas opiniones al respecto. “Kate, Guillermo y Carlos tendían a retroceder cuando ella se acercaba para abrazarlos. Meghan se sentía comprensiblemente herida porque aparentemente todos abrazan a todos en California”, menciona en el libro. Para una de sus empleadas, en cambio, este fue un gesto adorable: “Ha tenido muy mala prensa, pero cuando yo trabajaba para ella era absolutamente encantadora, muy informal, cordial y cálida. E hizo algo que ningún otro miembro de la realeza había hecho nunca: me dio un abrazo”.

El escritor reconoce que le ha resultado muy difícil encontrar miembros del personal de los príncipes de Gales que tengan algo malo que decir sobre ellos. “Todo el mundo me dice que Kate es muy simpática. La opinión general es que es muy diplomática y sabe decir: ‘Vale, esto no funciona, así que vamos a cambiarlo’, pero sin quejarse”, explica Quinn. Pone de ejemplo el modelo de crianza de sus hijos, Jorge, Carlota y Luis. “Lo único con lo que fue tajante es con que no quería que sus hijos tuvieran el tipo de infancia que tuvo Guillermo, en la que pagaban a niñeras para que le cuidaran y no veía mucho a Diana o a Carlos. Ella quería participar en la vida de los niños y, aunque tiene una niñera, cambiaba los pañales, les daba de comer... Estaba mucho más involucrada que las generaciones anteriores de la realeza y pudo hacerlo porque sabía que tendría a su marido para apoyarla”, comenta.

El príncipe Jorge juega con su abuela, la reina Isabel II, ante la atenta mirada de su padre, el príncipe Guillermo, y su niñera, María Teresa Turrión Borrallo, después del bautizo de la princesa Carlota (en el carrito), el 5 de julio de 2015. A la izquierda, Kate Middleton.
El príncipe Jorge juega con su abuela, la reina Isabel II, ante la atenta mirada de su padre, el príncipe Guillermo, y su niñera, María Teresa Turrión Borrallo, después del bautizo de la princesa Carlota (en el carrito), el 5 de julio de 2015. A la izquierda, Kate Middleton.Chris Jackson (Getty Images)

El futuro rey, igual que su padre, es propenso a las rabietas, según destaca el personal de palacio. “Es algo natural para ellos”, lo justifica un antiguo trabajador en el libro, “las personas que tienen todo hecho desde la infancia tienden a ser bastante malcriadas y propensas a ataques de irritación porque no tienen ni idea del trabajo que supone lavar y planchar, pulir y coser, nunca lo han hecho. No sé dónde estaría Guillermo sin Kate. Ella lo calma cuando se pone un poco díscolo, dice que a veces tiene que tratarlo como a un cuarto hijo”.

De todas las anécdotas que le han contado, la favorita de Quinn es la que sucedió durante una comida entre la princesa Margarita y el comediante Stephen Fry, que al parecer es descendiente de una de las personas que firmaron la sentencia de muerte del rey Carlos I en 1649. “Se lo mencionó y ella dijo: ‘Oh, bueno, es hora de vengarnos’, y le clavó un tenedor en la pierna, lo que me parece maravilloso”, comparte. Para él, uno de los placeres de escribir este libro es que le han contado muchas historias divertidas, historias sobre una de las familias más herméticas del mundo que de otra manera no saldrían a la luz. “La única familia en el Reino Unido”, resalta Quinn, “que aún vive, al menos en el ámbito doméstico, como se hacía en el siglo XVIII”.

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Sobre la firma

Ixone Arana
Es redactora de Estilo de Vida. Antes de incorporarse a EL PAÍS, donde también ha escrito para la sección de Madrid, trabajó en 'Cinco Días', principalmente en la sección de Fortuna. Graduada en Periodismo por la Universidad del País Vasco y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS.
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