Una urbe de hierro: ¿por qué hay 600 kilómetros de andamios en Nueva York y por qué algunos llevan 10 años puestos?
Arreglos supuestamente temporales para evitar desprendimientos han permanecido, especialmente tras la crisis de 2008, como soluciones permanentes frente a las caras restauraciones de edificios que los propietarios quieren ahorrarse
Cuando los neoyorquinos despertaron, los andamios, como el dinosaurio de Monterroso, todavía estaban allí. Cuesta precisar cómo y cuándo arrancó la pesadilla. Empezaron siendo un recurso para evitar accidentes dramáticos, como el desprendimiento de piezas de cerámica que costó la vida a la estudiante universitaria Grace Gold en mayo de 1979. Luego proliferaron de manera desordenada en la última década del siglo XX, se apoderaron de la ciudad a raíz de la crisis inmobiliaria de 2008 y la pandemia ha contribuido a enquistarlos en sus aceras. Penelope Green, experta en estilo y diseño de The New York Times, los describe como “el denostado y precario exoesqueleto de Nueva York”, la manta que cubre la ciudad “ocultando algunas de sus fachadas más emblemáticas, pero protegiendo, eso sí, a sus ciudadanos de los desprendimientos, del viento y de la lluvia”.
Fran Henley, administrativa de 39 años, residente en el barrio de Clinton, en Manhattan, vive desde hace años rodeada de edificios cubiertos con andamios: “Ahora mismo veo tres desde mi ventana y hay otros dos que quedan algo más ocultos, a mi izquierda, camino de la estación de metro”, cuenta entre divertida y resignada en conversación telefónica con ICON. El andamio de uno de esos edificios, situado en Broome Street, se vino abajo en marzo de 2018 como consecuencia del viento. “No hubo muertos ni heridos, pero destruyó por completo un parking privado que había junto a la acera”, explica Henley. Cinco años después, un nuevo andamio sustituye al que se derrumbó en su día. Los andamios “siempre vuelven”. La residente asegura que se trata de un problema endémico: “Vivimos rodeados de estructuras efímeras que se convierte en permanentes, dejan sin luz natural a los inquilinos y afean la ciudad”. Es un problema para los que la visitan y se topan con una Nueva York que ha perdido parte de su tradicional fotogenia, pero sobre todo supone “un desastre cotidiano” para los que viven en ella.
¿Tenemos un plan?
“Hace ya más de una década que Nueva York dejó de ser la jungla de asfalto”, opina Russell Poole, redactor de la revista City Signal. “Hoy es, sobre todo, la ciudad del andamio”. Poole se apoya en cifras proporcionadas por el Departamento de Edificios de la gran metrópolis: en estos momentos, hay en la ciudad 9.046 estructuras metálicas de este tipo. Cerca de 4.000 están en Manhattan, el más célebre, poblado y visitado de los cinco distritos de la ciudad, notable por la riqueza de su patrimonio arquitectónico, de rascacielos art déco a mansiones victorianas o residencias Tudor. Se trata de un tipo específico de andamio, que cubre las fachadas por completo y proporciona un paso protegido a los peatones. El Ayuntamiento neoyorquino los describe como sidewalk sheds, es decir, cobertizos o coberturas de acera.
La novedad, tal y como explica Andrew Siff, periodista de la NBC, es que el equipo del nuevo alcalde de la ciudad, el agente de policía retirado Eric Adams, parece tener un plan para corregir de una vez por todas esta extraña deriva. En palabras del concejal Shaun Abreu, “ha llegado la ahora de demostrar que no son los andamios los que gobiernan la ciudad”. El proyecto parte de cuatro pilares, en palabras de la máxima autoridad del distrito de Manhattan, Mark Levine: “Una supervisión municipal activa de todas las fachadas cubiertas con andamios, pero muy especialmente las que lleven más de cinco años en ese estado, préstamos a bajo interés para los propietarios que se decidan a realizar las necesarias reformas, permisos de obra mucho más flexibles y ágiles y fuertes multas a los que, pese a las facilidades ofrecidas, no asuman sus obligaciones”.
Se trata de un plan “ejecutivo” que hará uso de herramientas de supervisión tecnológica, como los drones. Aunque el proyecto parece una declaración de guerra en toda regla a un fenómeno que ha perjudicado severamente la imagen de la ciudad, Siff explica que no se trata de la primera ofensiva por parte del Ayuntamiento: el equipo de Michael Bloomberg, alcalde de 2002 a 2013, consideraba que la proliferación de andamios era un efecto indeseado de la crisis inmobiliaria y de la preocupación de los neoyorquinos por su seguridad, pero se comprometió ya en 2009 a atajar la tendencia “a medio plazo”. Y su sucesor, Bill de Blasio, prometió en 2017 que liberaría a la ciudad de tan molestos intrusos antes de abandonar el cargo.
Más de 600 kilómetros
Anna Rahmanan, de Time Out, aporta un dato llamativo: si se pusiesen en fila, los sidewalk sheds superarían los 600 kilómetros, es decir, que podría construirse una autopista de andamios entre Madrid y Barcelona. La cifra permanece relativamente estable desde el final de la pandemia. Eran 8.900 a finales de 2021 y se acercaban a los 10.000 a mediados de 2022. Siff, de la NBC, añade que lo más molesto de estas instalaciones en teoría efímeras que proliferan por doquier es su terca persistencia en el tiempo: los actuales llevan allí un promedio de 489 días, y 260 fueron instalados hace más de cinco años. Stiff precisa, además, que el mapa interactivo del Ayuntamiento solo permite consultar la fecha en que la licencia del andamio fue renovada por última vez: “Algunos de ellos llevan allí periodos de tiempo inverosímiles, incluso 10 años o más”.
Es el caso de una escuela del Upper West Side construida hace más de 80 años, uno de los edificios más emblemáticos de la calle 93 Oeste. Su fachada fue cubierta con un andamio y una lona en 2014 para proteger a los alumnos y el personal de la escuela de posibles desprendimientos. Allí sigue. “Se tardó apenas 46 días en construir el Empire State Building”, denunciaba un residente del barrio, Gui Stampur, en noviembre de 2021. “Es inaceptable que en más de siete años no haya sido posible completar la restauración de un tejado y una fachada”.
La explicación, por supuesto, es que el edificio no se está restaurando. Tal y como cuenta Siff, “desde finales de la década de 1990, pero, muy especialmente, tras la crisis inmobiliaria de 2008, muchos de los propietarios llegaron a la conclusión de que apuntalar sus edificios con soluciones provisionales resultaba mucho más barato que restaurarlos, de manera que una solución provisional ha acabado convirtiéndose en un recurso casi permanente”. La mayoría de los expertos lo atribuyen a un efecto indeseado de la ley local número 11, aprobada en 1998. La normativa obliga a los propietarios de edificios de más de seis plantas a inspeccionar y reparar sus fachadas cada cinco años, pero sin especificar la duración de esas inspecciones y reparaciones. Un edificio cubierto con un andamio está, al menos en teoría, siendo “inspeccionado” o “reparado”. Además, cumple con las especificaciones de seguridad que prevén las leyes locales, dado que un andamio se considera protección adecuada y suficiente contra posibles desprendimientos.
Arte urbano sobre el exoesqueleto neoyorquino
Víctor Alaverda, corresponsal en Nueva York de la revista del Col·legi d’Arquitectes de Catalunya ya mostraba su repulsa por este flagrante abuso en 2017, cuando la ciudad contaba con alrededor de 7.800 andamios “sin ningún signo evidente de que haya intención de desmontarlos a medio plazo”. Alaverda constataba que “no solo tapan la luz y reducen la visibilidad de los escaparates, sino que también hacen daño a la vista de los peatones y son una batalla constante para los residentes que valoran su calidad de vida”. El arquitecto y divulgador consideraba, además, que “hechos principalmente de madera y de acero, los andamios parecen una reliquia del pasado, congelada en el tiempo, yuxtapuesta a una tecnología y unos materiales de construcción en constante evolución y avance”.
Tal vez uno de los aspectos más interesantes de esta peculiar historia es hasta qué punto los neoyorquinos han aprendido a convivir con sus andamios. Penelope Green considera que con el tiempo han acabado por convertirse en “el principal lienzo de la ciudad”. En verano de 2021, los arquitectos responsables de la restauración de dos edificios históricos en el barrio de Dumbo plantaron vides y especies vegetales autónomas en su andamio, convirtiéndolo en un exuberante jardín urbano de zarcillos y ramas. En cuanto completen la obra, tienen intención de trasladar las plantas a uno de los patios interiores del edificio. Ya en 2015, la arquitecta Zaha Hadid había diseñado una vanguardista cobertura de obras para su edificio en el High Line, el parque lineal de Manhattan, en un intento de “dialogar” con la ciudad de una manera más “creativa y amable”.
Más aún, el Departamento de Edificios de la ciudad organizó en 2009 un concurso de diseño de andamios al que acudieron 260 estudios y compañías de todo el mundo. Se valoraron muy especialmente las iniciativas que tuviesen en cuenta la originalidad y el impacto estético. La empresa ganadora, Urban Umbrella, es la principal responsable de que algunos de los andamios neoyorquinos puedan ser considerados piezas de diseño de vanguardia o, al menos, contribuciones estimables al paisaje urbano. Su aportación se ha visto complementada en los últimos años por asociaciones de comerciantes, grupos vecinales, marcas comerciales y artistas urbanos en un intento de dar una pátina de belleza, diversidad y elegancia al precario exoesqueleto neoyorquino. Gracias a ellos, además de un engorro, una práctica especulativa y un aparatoso paraguas, los cobertizos de acera pueden considerarse, en ocasiones, un regalo para la vista.
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