El peligro de las ciudades gemelas digitales: ¿quién tiene los datos y qué hace con ellos?
Estas sofisticadas herramientas que optimizan recursos y se anticipan al futuro plantean dudas sobre la ligereza con la que se usa información personal que los ciudadanos facilitan sin ser conscientes
En el cuento Del rigor en la ciencia (1946), Borges imaginó un imperio cuyos cartógrafos elaboraban un mapa tan preciso “que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él”. Sin embargo, la ambición de estos cartógrafos imaginarios hoy no resulta tan inconcebible. Desde hace años paseamos virtualmente por ciudades de todo el mundo. Si bien la pantalla de nuestro ordenador o teléfono no ocupa toda la acera, gracias al zoom puede acercarse a su versión real. La ilusión es casi perfecta y en Youtube hay vídeos con sonido propio que, con la ayuda de unas gafas de realidad virtual, hacen posible cruzar Times Square mientras oyes el tráfico, o escuchar a los vendedores del mercado de San Juan en Ciudad de México mientras intentas esquivar el tumulto. Este paseo turístico, sin embargo, no es exactamente la ciudad. Hay algo irreal en esas recreaciones, un inevitable desfase de tiempo desde que la cámara del coche de Google las registra hasta que las recorremos. En los grandes centros urbanos, ese desfase suele ser de unos meses, pero en muchos pueblos podemos pasear virtualmente por calles que ya no existen y edificios que han cambiado de aspecto.
Sin embargo, los cartógrafos son ambiciosos y desde hace tiempo perfeccionan mapas virtuales que replican los cambios de la ciudad en tiempo real. A estas copias digitales se las conoce como digital twins (gemelos digitales). En sus orígenes, la tecnología se basaba en imitar, hacer calcos o copias exactas de la realidad –como en el mapa de Borges–, pero actualmente el objetivo es incorporar datos actualizados sobre los servicios, problemas y necesidades de la ciudad. El gemelo digital urbano va más allá del mapa y busca predecir la evolución de la ciudad a partir de distintas premisas para facilitar la toma de decisiones. Por eso el gemelo recibe gran cantidad de datos sobre edificios, obras, atascos, aglomeraciones, incendios, transporte público o disponibilidad de bicicletas.
Empresas como Google o CityMapper proporcionan actualizaciones gracias, en parte, a nuestra colaboración involuntaria a través del smartphone. Al subirnos al metro recibimos notificaciones sobre la ocupación de cada vagón y, si vamos en coche, vemos los atascos y los radares de velocidad. Los gemelos digitales incluyen esa información y crean un sistema de capas combinadas que permite dar forma a una copia cada vez más realista y actualizada de la ciudad. Solo los ordenadores cuánticos están capacitados para entrecruzar estos datos susceptibles de ampliarse hasta el infinito.
En Barcelona, el potente ordenador Marenostrum 5 acumula procesos e infraestructuras urbanas y muestra los resultados a través de simulaciones. Una primera prueba, aún en desarrollo, es el mapa de la “ciudad de los 15 minutos”. Consiste en una relación de la distancia –a pie, en bicicleta, en silla de ruedas o en coche– desde un punto concreto de la ciudad hasta un tipo de servicio –fuentes, bancos, hospitales, bibliotecas– en un radio determinado. El Instituto Municipal de Informática y el Barcelona Supercomputing Center, que colaboran en el desarrollo de un gemelo digital dinámico en 3D, han ido probando algunos de estos mapas interactivos. Este mapa puede ser clave para evaluar las necesidades de infraestructuras y la accesibilidad, aunque vuelve a ser necesario incluir muchos otros datos para entender qué necesita cada zona realmente: densidad de población, edad y profesiones de los habitantes, calidad de los servicios más allá de la infraestructura… En cada avance surgen mil problemas nuevos.
Helsinki, que ya en los años ochenta desarrolló una copia digital de su red de metro, intenta acotar estos problemas por sectores. Los arquitectos pioneros de la modelización en 3D, Jarmo Suomisto y Kari Kaisla, llevan más de 20 años trabajando en un proyecto que visualice la capital finlandesa y tenga en cuenta parámetros concretos, como la altura exacta de los edificios y sus terrazas, o los recursos energéticos. Uno de sus cometidos actuales, que ha suscitado el interés de Barcelona o Valencia, es la creación de escenarios posibles. Así, evalúan el efecto de nuevos edificios en zonas concretas, o el aprovechamiento de las energías renovables a partir de los datos que tienen sobre un barrio. Buscan aplicar esos datos para prevenir inundaciones o incendios, así que el gemelo digital funciona como un “laboratorio seguro”. Cuando se presentó el supercomputador Marenostrum 5, Jordi Cirera, uno de los impulsores del gemelo digital de Barcelona, lo describió como un “oráculo” al que acudir para resolver las cuestiones urbanas. Un oráculo que, por cierto, puede visitarse de forma virtual. El mapa virtual del mapa virtual.
Sin embargo, muchos de estos grupos de investigación siguen sin poder trabajar con todos los datos y, sobre todo, sin publicar muchos de sus resultados. La timidez y el secretismo de las instituciones públicas para mostrar sus avances frente a la sofisticada información en tiempo real que obtenemos a través de empresas como Google se debe, en la mayoría de los casos, a un problema que no es exactamente tecnológico: la gestión de esos mismos datos sensibles, su aprovechamiento y su obtención. En la Comisión Europea intentan resolver este problema a través de redes colaborativas en las que prime la solidaridad, la seguridad y el código abierto frente a las prácticas de algunas empresas multinacionales. El Consorcio Europeo de Infraestructuras Digitales (EDIC) busca dar seguridad legal a esta colaboración entre instituciones públicas e investigadores, aunque reconocen que no está exenta de peligros. Los expertos de la Comisión insisten en que la velocidad con la que Google recopila y usa los datos de sus usuarios conlleva una cierta ligereza, un consentimiento “por la vía rápida” de lo que las empresas hacen con datos que les damos inconscientemente. Frente a este libertinaje de datos, los pies de plomo de las instituciones públicas de la Unión Europea son menos deslumbrantes, porque parece muy difícil ir tan rápido si se quiere ser precavido con la intimidad de la gente. Los servicios de privacidad –como el borrado de rostros en Google Street View, que tanto ha dado que hablar– no terminan de satisfacer a la Comisión, que apuesta por proteger los datos desde el momento de su extracción. Por ejemplo, proponen el uso de cámaras de sensibilidad baja que haga irreconocibles a los individuos, aunque permita su conteo.
Porque una ciudad no son solo sus edificios, ni su contaminación, ni su metro, ni sus carriles bici, ni los precios del alquiler, ni la disponibilidad de servicios médicos. Es, más bien, todo eso y mucho más en un espacio que interactúa y que no puede separarse tan fácilmente, como avisa el arquitecto e investigador Pau Olmo. “Desconfío de soluciones mágicas, más que nada porque tienden a la simplificación y la negación de la complejidad y la diferencia. Y la ciudad es eso: complejidad y diferencia”, afirma. Capas y más capas de información tan pegadas a nuestros cuerpos que es difícil separarse de ellas y verlas con perspectiva. El sueño de crear una simulación perfecta debe asumir que la complejidad urbana no puede limitarse a una acumulación de necesidades sin más: el espacio que habitamos no es un conjunto de datos, sino una masa informe, una nube de mundos superpuestos que es preciso discriminar. Cuando decidimos qué escoger y qué descartar surgen muchas preguntas que nos obligan a definir el concepto mismo de ciudad.
Junto al problema de la obtención de los datos aparece otro crucial: ¿quién tiene acceso a esas recreaciones virtuales y quién decide qué podemos hacer con los resultados que proporcionan? Pau Olmo también es crítico en este punto. Hay compañías que están encantadas de gestionar los datos, pero a cambio de tener acceso a ellos. “La consideración más importante no es qué hace la tecnología, sino a quién se lo hace y para quién lo hace. Todo el mundo quiere una smart city. Todo el mundo quiere tener una gestión más eficiente de los recursos públicos. Y hay un montón de empresas que se ofrecen a gestionar esos recursos por muy poco dinero, pero a cambio de datos”, explica.
Desde la unidad del Consorcio Europeo dedicada a las smart cities (LDT-Citiverse-EDIC) han acuñado el término citi-verse, –”pero no por city, sino por citizen”, aclara un miembro de la Comisión–. Buscan dotar a los ciudadanos de herramientas para tomar decisiones y quieren que la visualización de los datos de forma accesible permita aumentar los niveles de democracia en el tejido urbano. Son optimistas sobre el uso que puede tener un gemelo digital en manos de ayuntamientos y ciudadanos. Si se cuenta con más información descrita en términos inteligibles, se podrán tomar decisiones de consenso antes de invertir en obras públicas. Pau Olmo advierte de que la capacidad de esos modelos para convencernos, o incluso su belleza, puede contribuir al engaño: “Si bien es cierto que la sobretecnificación de las ciudades nos puede dotar de representaciones de mayor resolución, considero que, a mayor resolución, mayor es el truco de ilusionismo”. La creciente desconfianza hacia los renders de los arquitectos empieza a extenderse. Esta distancia entre lo idealizado de la imagen virtual y el resultado final puede afectar también a la interfaz de los gemelos digitales urbanos, sobre todo en sus imágenes de futuro. A fin de cuentas, el mapa digital, más allá de representar con exactitud el espacio o el tiempo presente, corre el riesgo de resultarnos un poco mejor que la realidad misma.
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