Selma Blair, la estrella con esclerosis que baila contra su enfermedad y pone a Hollywood en pie
La actriz, que protagonizó históricas películas adolescentes, acaba de publicar unas memorias donde cuenta sus comienzos, su carrera, el acoso que sufrió y su “discapacidad”. Ahora, su participación en un programa de baile de la televisión estadounidense ha provocado un aplauso unánime
Su llegada al escenario del Microsoft Theatre de Los Ángeles para presentar el último premio de la noche en la pasada gala de los Emmy provocó la mayor ovación de la noche. No recibía un premio, ni siquiera estaba nominada, no es una leyenda de Hollywood y apenas hay tres o cuatro títulos a los que la mayoría de los espectadores puedan asociar su cara. Su presencia no implicaba, tampoco, una reaparición tras algún tipo de ostracismo obligado o voluntario. Todo lo contrario: desde que hace cuatro años le diagnosticaron esclerosis múltiple, Selma Blair (Michigan, 50 años) tiene más presencia mediática que nunca.
Desde hace tres semanas los espectadores pueden verla en la nueva edición de Dancing with the stars. Hace dos noches sorprendió al público al bailar, además, con los ojos vendados. Su presencia en el talent de baile fue, desde su anuncio, una sorpresa para todos. “Me emociona aprender a mover mejor mi cuerpo, tener apoyo y estar aquí“, declaró a Good Morning America. “No puedo creer que esté lista para hacer esto. Estoy muy emocionada”. Y dejó claro su argumento para participar: “Estoy agarrándome a cada alegría que tenemos en la vida”. En su debut llegó al escenario con un vestido vaporoso, el look platino que luce actualmente para disimular las calvas que le provoca la alopecia inherente a su enfermedad y el bastón del que no separa. Scout, su perro de asistencia, la observaba desde el backstage. Su actuación no dejó un ojo seco y las redes sociales se volcaron con ella. “Mantente fuerte y sigue haciendo lo que estás haciendo, eres una inspiración para todos nosotros”, escribió un usuario en Twitter. Halagos a los que se sumaron celebridades como Michelle Pfeiffer: “Icono, actriz, poeta, escritora, filántropa y ahora añadimos bailarina a tu larga lista de talentos... ¡Selma Blair, nunca dejas de sorprenderme! ¡Qué inspiración para el mundo! Nos dejó a todos en un charco de lágrimas”, escribió.
Tampoco faltó el apoyo de su mejor amiga, Sarah Michelle Gellar, con quien compartió uno de los momentos más icónicos del cine de los noventa, su beso en Crueles Intenciones. Hace un par de años la MTV lo nombró “el beso más legendario de los últimos cuarenta años” y ellas volvieron a interpretarlo en su versión pandémica. Gellar se perdió la primera gala por el cumpleaños de su hija, pero en la segunda ambas estaban entre el público deshechas en lágrimas aplaudiendo a su amiga. Era su enésima demostración de amistad: durante los peores momentos de la enfermedad fue el principal soporte de Blair, le hacía la compra, le cocinaba y hasta organizó una red de ayuda que incluía a estrellas como Reese Witherspoon y Jaime King. “Odiaba tener cuidadores en mi casa… Pero ¡cómo me ayudaron!”, admitió Blair en Variety. “Si Selma estaba teniendo un mal día, iba a su casa, me metía en la cama con ella y veíamos programas de decoración durante horas», declaró Gellar a Town & Country en 2021.
Blair empezó a ser consciente de que algo funcionaba muy mal en su cuerpo durante un desfile de Christian Siriano. “Cuando salí por primera vez a la pasarela no podía sentir el suelo ni sabía cómo levantar la pierna izquierda. Mi cerebro, aturdido, estaba tratando de calcular cómo caminar”.
No era la primera vez que no entendía por qué su cuerpo y su mente no iban en la misma dirección. En 2016 sufrió un colapso durante un vuelo que achacó a la mezcla de alcohol y medicamentos, pero su reacción, gritando desesperada que alguien la estaba atacando, hizo especular a los medios con problemas mentales. Ahora sabe que era otro de los síntomas de la esclerosis, pero por entonces simplemente convivía con el dolor que llevaba años sintiendo.
“Me comparaba con los demás” confesó a Variety. “No entendía por qué la gente no sentía dolor a diario, yo he sentido dolor desde que puedo recordar”. Los síntomas se agudizaron tras el nacimiento de su hijo Arthur en 2011. “No podía moverme. El dolor era intenso en cada articulación, en la cadera, en todo”. Y se culpaba: “¿Cómo soy tan débil y perezosa que no puedo manejar esto como el resto de las madres? Su deterioro empezaba a ser tan evidente que un día recibió una llamada de su amiga, la actriz Elizabeth Berkley, (protagonista de Showgirls). Insistió en que viera a su hermano neurólogo.
El 20 de octubre de 2018 escribió este mensaje en su Instagram: “Soy discapacitada. A veces me caigo. Se me caen las cosas. Mi memoria está borrosa. Y mi lado izquierdo le pide direcciones a un GPS que está roto. Pero lo estamos consiguiendo. Me río y no sé qué haré exactamente, pero intentaré hacerlo lo mejor posible. Desde mi diagnóstico a las 10:30 de la noche del 16 de agosto, he contado con el amor y el apoyo de mis amigos”. Padecía esclerosis múltiple, una enfermedad degenerativa crónica que afecta al cerebro y la médula espinal. Una dolencia que es como “un copo de nieve”, en palabras de la propia Blair, pues se manifiesta de manera distinta en cada persona, lo que la convierte en una enfermedad muy difícil de diagnosticar. Selma llevaba, probablemente, más de una década padeciéndola, pero sus síntomas siempre habían sido minimizados por los médicos que los achacaban a la vida licenciosa de las estrellas o al cansancio de una madre soltera y atribuían su ansiedad y pérdida de memoria al estrés laboral.
Tras el diagnóstico se sometió a diversos tratamientos que no aliviaron sus síntomas. Y entonces Hollywood, esa comunidad a la que imaginamos envidiosa, fría y poco solidaria, hizo su magia. Jennifer Grey, la Baby de Dirty Dancing, a quien Blair apenas conocía, la contactó para hablarle sobre un tratamiento para enfermedades autoinmunes de la Universidad Northwestern y le ayudó a entrar en él, tal como cuenta en sus impactantes memorias Bebé Malo, recientemente publicadas en Ediciones Camelot.
El camino a recorrer no iba a ser sencillo. Tampoco lo había sido su carrera. No tuvo su primer papel relevante hasta los veintiséis años: cuando empezaba a plantearse volver a Michigan consiguió el papel de Cecile en Crueles intenciones (1999), la versión adolescente de Las amistades peligrosas. “Yo era la mayor del elenco, pero la más novata en la industria, había hecho más de sesenta audiciones y no las conseguí por tener más de dieciocho”. Cuando el director Roger Kumble le preguntó cuántos años tenía, ella le replicó “¿cuántos tienes tú?”. Esa determinación le dio el papel.
Volvió a coincidir con su compañera en Crueles intenciones, Reese Witherspoon, en Una rubia muy legal (2001), en la que se empezó a vislumbrar una vis cómica que fue evidente en la comedia cafre La cosa más dulce (2002) donde compartía protagonismo con Cameron Díaz. No se quedó anclada en las películas para adolescentes. Antes de que todas las estrellas se peleasen por participar en taquillazos de superhéroes fue Liz Sherman, la poderosa novia del Hellboy de Guillermo del Toro. Pero la carrera más interesante de Blair se desarrolló en el cine independiente. Rompió con su imagen de amiga atolondrada al asociarse con el por entonces enfant terrible Todd Solondz en Cosas que no se olvidan (2002) y Dark Horse (2011). Ese cine adulto más orientado a los festivales que a los adolescentes donde demostró ser una actriz sin prejuicios llamó la atención de John Waters, que la fichó para interpretar a Úrsula Ubres, la exhibicionista de pechos descomunales en Los sexoadictos (2004), por ahora la última película del director.
Blair no acaparó titulares tan sólo por sus interpretaciones, aunque probablemente le habría gustado. También fue uno de los rostros visibles del #metoo. Como reveló en Vanity Fair, fue una de las decenas de víctimas del director James Toback, al que conoció cuando ella todavía no había conseguido ningún papel relevante y él era un guionista oscarizado a punto de empezar una producción. Siguiendo un modus operandi tristemente familiar, Toback fingió un contratiempo de última hora para hacerla acudir a su habitación y una vez allí le pidió que se desnudara. “¿Por qué tiene que desnudarse mi personaje? Es abogada en una sala del tribunal”, argumentó ella. “Porque necesito ver cómo te mueves. Lo cómoda que estás con tu cuerpo”. Intentó tener sexo con ella y Blair se negó. Toback entonces se “conformó” con frotarse contra su pierna mientras le miraba a los ojos. Aterrada y sola, se resignó por miedo a ser violada. Antes de que abandonase la habitación, Toback le aseguró que si decía una sola palabra alguien la secuestraría y la arrojaría al río Hudson con bloques de cemento en los pies.
Ninguna película ha sido más importante para ella que el documental Introducing, Selma Blair (2021) de Rachel Fleit, en el que narra su vida desde que decidió someterse a un arriesgado trasplante de células madre y los médicos le advirtieron de que podía fallecer durante un proceso que dura dos meses e implica una quimioterapia intensiva que reduce el sistema inmunológico al uno por ciento. Si se implicó en el proyecto audiovisual fue por su hijo Arthur. “Él ha tenido que soportar mucho, ha visto mucho”, declaró a People. Él ha sido el principal testigo de su deterioro físico, de su incapacidad para hablar y sus innumerables caídas. “Mami no está enferma, mami es valiente”, le decía. Sin embargo, Arthur no estaba de acuerdo con su participación en el documental. “Le preocupaba que la gente me viera así y hablara a mis espaldas o no me diera trabajo”. Algo que no es del todo descabellado por lo que dio a entender recientemente en The New York Times: “Los papeles que me ofrecen desde que me diagnosticaron son el de la anciana, el de la persona en silla de ruedas o el de la persona que se choca con las paredes. Y puedo ser esas cosas, pero sigo siendo todo lo que era antes, y no debería quedar relegada a eso”.
Su amiga Sarah Michelle Gellar también era escéptica respecto al documental. “Selma me decía: ‘Si, Dios no lo quiera, no sobrevivo, Arthur tendrá todo un diario en vídeo de lo que pasé. Nunca tendrá que preguntarse si me rendí. Sabrá lo mucho que he luchado para estar a su lado”. Su fuerza de voluntad es evidente viéndola hacer volteretas en Dancing with the Stars, una recuperación que ella sabe momentánea: la enfermedad puede volver a manifestarse en cualquier momento.
Los momentos que Selma y su hijo comparten son los más emotivos del documental, como cuando le permite que la ayude a afeitarse la cabeza antes de la quimioterapia, una manera de hacer divertido un proceso traumático.
En la película de Fleit no hay un ápice de vanidad. En ningún momento Blair trata de ocultar sus síntomas o parecer glamurosa. Para ella era importante que el resultado final sirviese como guía para quienes pasen por algo similar. Sus primeras palabras en el documental son una declaración de intenciones. “Tenemos mucho tiempo para estar muertos y yo pasé mucho tiempo tratando de suicidarme, o adormecerme, o descubrir cómo estar viva estando medio muerta. Y ahora solo quiero ayudar a otras personas a sentirse mejor”.
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