Una injusticia previa a ‘Barbie’: cuando “los típicos idiotas” de los Oscar no quisieron ver ‘Brokeback Mountain’
La exclusión de Greta Gerwig y Margot Robbie en sus categorías para los Oscar ha suscitado acusaciones de machismo en la Academia, una controversia que recuerda a lo que hace 18 años ocurrió con la célebre película de dos vaqueros gais
Los Oscar son unos premios que supuestamente no importan a casi nadie: las películas premiadas son cada vez más irrelevantes en taquilla y las audiencias de la gala menguan: hemos pasado de 43,7 millones de espectadores en 2014 a menos de 19 el pasado año. Sin embargo, esta merma no evita que sus polémicas se amplifiquen y que, sumidos en la cultura de la inmediatez, el drama ya no tenga lugar durante la ceremonia, sino tras las nominaciones. La exclusión de Greta Gerwig y Margot Robbie en las categorías de dirección y actriz principal respectivamente por Barbie ha provocado que cada día desde que se anunciaron los nombres de los aspirantes a recoger las estatuillas el 10 de marzo hayamos leído noticias sobre el supuesto desaire a la película. Algunas tan singulares como el comunicado de Ryan Gosling afirmando que “no hay Ken sin Barbie” o el tuit de Hillary Clinton subiéndose al carro de la muñeca.
También se ha producido el efecto contrario: algunos críticos que se ahorraron su opinión hablan ahora para justificar estas ausencias —”Barbie es mala. Ya está. Lo he dicho”, escribió Pamela Paul en The New York Times— y señalar que no se deben a una campaña orquestada por los Ken de la Academia contra el feminismo, sino simplemente a una cuestión de gusto de los votantes. Tal vez para rebatir la acusación de un machismo endémico en Hollywood solo habría que mirar a la gala del año pasado, en la que se impuso Todo a la vez en todas partes, una película protagonizada por tres mujeres poderosas física y emocionalmente, o a las de los dos años previos, cuando sendas mujeres, Jane Campion y Chloé Zhao, se llevaron el premio a la mejor dirección. Hubo un tiempo en el que el sexismo dentro de la Academia era indisimulable, pero eso está cambiando en algunos aspectos, tanto que hoy no es noticia que en casi todas las categorías haya películas nominadas con temática LGTBQ, otras de las grandes desairadas de la historia de los Oscar. Así Maestro, Rustin, Nyad o El color púrpura aspiran a hacerse con estatuillas. Tampoco es noticia que intérpretes gais como Colman Domingo y Jodie Foster interpreten a personajes gais.
Pero hace menos de 20 años para la Academia fue difícil encajar que una historia de amor estuviese protagonizada por dos hombres. Es difícil creerse que el sexismo haya hecho perder nominaciones en 2024, pero el 5 de marzo de 2006, una película sí perdió el Oscar por culpa de la homofobia.
Dos hombres viviendo juntos en un rancho
El inaudible “guau” que se leyó en los labios de Jack Nicholson tras pronunciar una palabra que nadie esperaba, Crash, el título de la película sobre tensiones raciales en Los Ángeles del casi debutante Paul Haggins, reflejó un sentimiento generalizado. Se vivió en las casas, en las redacciones de la prensa especializada y en el teatro Kodak, donde la victoria de Brokeback Mountain parecía segura. Hasta el propio elenco de la película ganadora parecía no creérselo, la alegría desbordada competía con los gestos de incredulidad. ¿Qué había pasado?
Para explicarlo hay que remontarse a siete años antes de esa noche, cuando Brokeback Mountain solo era un relato breve de Annie Proulx publicado en The New Yorker que la guionista Diana Ossana le pasó a su colega Larry McMurtry. “Sabía incluso antes de llegar a la mitad que era una obra maestra”, declaró años después McMurtry a Out. Pidieron permiso a Proulx para adaptarla y la escritora aceptó, aunque no entendía cómo podría transformarse en una película. La verdadera dificultad no radicaba en el guion, en el que dieron más espacio a las historias de las mujeres de los protagonistas, Alma y Lureen, y a su entorno familiar, sino en encontrar a alguien que se atreviera a llevarla a cabo. El primer nombre para abordarlo era obvio: Gus Van Sant. El principal exponente del cine queer creyó que el proyecto solo tendría sentido con dos grandes estrellas al frente y tanteó a las principales. Josh Harnett estaba interesado, pero comprometido con La dalia negra, y Matt Damon la rechazó arguyendo que después de hacer un papel gay en El talento de Mr. Ripley, y un papel de cowboy en Todos los caballos bellos, su siguiente proyecto no podía ser un cowboy gay.
Tampoco aceptaron Leonardo DiCaprio, Ryan Phillippe ni Brad Pitt, y Mark Wahlberg fue especialmente explícito al rechazar el proyecto “Era demasiado gráfico, descriptivo, lo de escupirse en una mano, preparándose para hacerlo…”. Incapaz de captar a ninguna luminaria, Van Sant abandonó el proyecto. Tantearon a Pedro Almodóvar, pero el manchego echaba de menos más sexo en el guion: “¿Qué pueden hacer dos hombres viviendo juntos en un rancho?”, comentó al respecto.
Fue Diana Ossana quien pensó en Ang Lee. En El banquete de bodas (1993) había tratado la temática LGTBQ y si con Tigre y dragón había podido conseguir que el público estadounidense leyese subtítulos, podía enfrentar cualquier desafío. Pero Lee estaba comprometido con Hulk (2003). Rechazó el proyecto, aunque se sintió tan conmovido por el guion que tras finiquitar su trabajo con Marvel y descubrir que seguía huérfano, se embarcó en él. Solo faltaba encontrar a los actores. Jake Gyllenhaal, que siempre había estado interesado en la historia, se ofreció a Lee, y fue la hija adolescente de Ossana quien sugirió a Heath Ledger para interpretar al lacónico Ennis del Mar.
Naomi Watts, su novia por entonces, le insistió para que aceptara el papel —si hubiese sabido que durante el rodaje Ledger se enamoraría de su coprotagonista, Michelle Williams, tal vez no habría sido tan entusiasta—. Cuando Lee los vio juntos por primera vez no tuvo duda de que había encontrado a sus vaqueros. La elección de sus esposas resultó controvertida: tanto Michelle Williams como Anne Hathaway estaban asociadas al público juvenil, una por Dawson crece y otra por Princesa por sorpresa. Los cuatro protagonistas, Ledger, Gyllenhaal, Williams y Hathaway, tenían poco más de 20 años, pero un talento increíble y una fe inquebrantable en el proyecto en el que se acaban de embarcar.
‘¡Crash!’
En Hollywood había un runrún. La película de “los vaqueros gays” provocaba hilaridad (y algo de resentimiento) en los mayores. A sus ojos suponía un atentado contra el western, el género sacrosanto sobre el que se había cimentado la imagen del hombre heterosexual norteamericano y que solo había sido desafiado bajo toneladas de subtexto, como ocurría en la famosa escena de las pistolas entre John Ireland y Montgomery Clift en Río Rojo (1948), de Howards Hawks, que desgranaba la imprescindible El celuloide oculto.
La crítica la adoró y en los cines las risas nerviosas que se escuchaban al principio se iban transformando en congoja a medida que se desarrollaba la historia. Con un presupuesto de menos de 15 millones de dólares, recaudó más de 170. Las ocho nominaciones a los Oscar solo apuntalaron su éxito y la convirtieron en la protagonista de la gala: por primera vez una película con una pareja homosexual como protagonista aspiraba al Oscar a la mejor película. Junto a ella competía otra historia con un gay al frente, Truman Capote. Buenas noches y buena suerte, Munich y Crash completaban el quinteto.
La carrera de premios siguió un camino predecible: Brokeback Mountain arrasaba, se llevó la Copa de Oro en el Festival de Venecia, el Globo de Oro, el Critics Choice Awards y el Bafta, y la noche anterior a la ceremonia de los Oscar triunfó en los Independent Spirit Awards. Era la clara favorita, seguida a muchos caballos de distancia de Crash, que se había estrenado meses antes y tenía como principal reclamo el cambio de registro de Sandra Bullock y Brendan Fraser.
La velada empezó bien para la cinta de Lee: ganó la música original por la delicada banda sonora de Gustavo Santaolalla y Ossana y McMurtry se hicieron con el premio al mejor guion adaptado. Que el montaje se fuese a manos de Crash hizo alzar alguna ceja y ni Ledger ni Gyllenhaal se llevaron los premios interpretación, pero aquel año tenían dueños: Philip Seymour Hoffman se había metamorfoseado en Truman Capote y la Academia no iba a dejar sin recompensa el esfuerzo de George Clooney por afearse en Syriana. Ang Lee se llevó el premio al mejor director como era de esperar y permanecía entre bambalinas esperando sumarse a la fiesta final cuando una palabra de Jack Nicholson lo cambió todo.
Mientras el numeroso elenco de Crash festejaba, se podía vislumbrar el gesto contrariado del equipo de Brokeback Mountain. El sueño se había desvanecido: aquella pequeña película valiente se quedaba a un paso de hacer historia y la palabra “sorpresa” fue la más repetida en las crónicas de la gala. Una Annie Proulx enfadadisima escribió una carta abierta en The Guardian titulada Sangre en la alfombra roja en la que no se ahorró ningún calificativo. Definió a los académicos como “la típica muchedumbre idiota de Los Ángeles” y se refirió a Crash como Trash (basura). Acusó a la Academia de homófoba y sugirió que la Iglesia de la Cienciología, a la que entonces pertenecía Paul Haggins, había tenido algo que ver con esa decisión.
Proulx sintió que la Academia no había entendido el mensaje: para ella era imprescindible que la gente comprendiese que aquella película no era una historia romántica, sino una historia de homofobia e intolerancia. El film de Ang Lee es una película sobre todo lo contrario al amor, y su final no deja ni un resquicio a la esperanza. Crash, sin embargo, hablaba de redención en las calles de Los Ángeles, un paisaje mucho más reconocible que las cumbres nevadas de Wyoming. Era además una película que gustaba a los actores, había ganado el premio del Sindicato, y los actores son el colectivo más numeroso en la Academia. Además, ofrecía una diversidad inusitada antes de que el #OscarsSoWhite convirtiera su ausencia en un clamor, algo que probablemente muchas minorías valoraron.
Tal vez simplemente había más votantes para los que era sencillo identificarse con la impotencia del personaje interpretado por Thandie Newton o de la familia persa que intenta prosperar en un entorno hostil que con un par de blancos atractivos que cuidan ovejas. Crash apelaba a las múltiples minorías que conforman Estados Unidos y era la única nominada al principal galardón que lo hacía. Sin embargo, había dos historias aquel año que contaban historias LGTBQ, Brokeback Mountain y Truman Capote, algo que pudo dividir el voto.
Es innegable que la homofobia fue un factor determinante. China prohibió su proyección y algunos cines en Estados Unidos se negaron a programarla. Además, actores como Tony Curtis o Ernest Borgine la censuraron abiertamente: “¡Si John Wayne estuviera vivo, habrían pasado por encima de su cadáver para rodarla!”, bramó el protagonista de Marty. La guionista Diana Ossana confesó que supo que estaban fuera de la carrera cuando un par de semanas antes de la gala descubrió que su ídolo, Clint Eastwood, miembro de la Academia, ni siquiera la había visto.
Y esa fue la clave: muchos académicos no la quisieron ver. Mientras, Oprah Winfrey recibía en el plató del programa más visto de la televisión al equipo de Crash y contaba cómo ella había vivido momentos tan humillantes por su raza como los que se describían en la película.
Que sea fácil entender por qué no se hizo con la victoria no impide que dos décadas después esa gala siga siendo un ejemplo magistral de los errores de la Academia. Diez años después, The Hollywood Reporter hizo una encuesta a cientos de académicos para saber qué habrían votado en ese momento y Brokeback Mountain vapuleó a Crash, que quedó la última en su categoría. Incluso su propio director, Paul Haggis, reconoció que él no hubiera votado por su película si le hubiera correspondido hacerlo como académico. “¿Era la mejor película del año? Creo que no”.
Hubo que esperar 12 años para que finalmente fuese Moonlight la primera película protagonizada por hombres homosexuales que conquistase la categoría principal. Desde entonces, los tiempos han cambiado tanto que hoy lo que sorprende es que en una película tan supuestamente progresista como Barbie la diversidad sexual brille tan solo en su subtexto. Casi como John Ireland y Montgomery Clift en Río Rojo.
Puedes seguir ICON en Facebook, X, Instagram, o suscribirte aquí a la Newsletter.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.