Lo que se pide a los detectives privados en España: “Cosas que solo se ven en el cine, imposibles o directamente ilegales”
Hablamos con los investigadores Francisco Marco y Alicia Lerma para saber cómo es la realidad de una profesión marcada por las películas de Hollywood, la literatura negra y el acceso a la información a través de internet
Durante décadas, Hollywood y los escritores de novela negra dibujaron un prototipo de detective privado que, con mayor o menor exactitud, respondía a un mismo patrón: un hombre, blanco para más señas —con permiso de Chester Himes—, de carácter arisco, fumador y bebedor, rozando la dipsomanía. Además, ese prototipo de investigador acostumbraba a sufrir situaciones de violencia en las que se desenvolvía con irregular resultado, sabía moverse por los bajos fondos, solía tener relaciones sentimentales tormentosas y, en lo que a su trayectoria profesional se refiere, no era infrecuente que tuviera un pasado deshonroso en la policía que, normalmente, era la causa por la que se había visto obligado a abandonar el cuerpo y dedicarse a esa nueva actividad.
No obstante, si esa ficción encajó en algún momento con la realidad, parece que hoy en día no es aplicable a esa profesión. Para empezar, ya no se puede hablar de estos profesionales solo en masculino, ya que son muchas las mujeres que se han incorporado al sector en las últimas décadas. En la actualidad, los detectives son hombres y mujeres que no han llegado a esa profesión de rebote, sino por vocación y después de superar una carrera universitaria, estudios de postgrado y conseguir una habilitación profesional por parte de la Administración. Además, a diferencia de lo que les sucede a Phillip Marlowe, Mike Hammer, Pepe Carvalho o Sam Spade, no es habitual que estos profesionales actúen en los márgenes de la legalidad. Por último, lejos de frecuentar solo los bajos fondos, su entorno habitual suelen ser las oficinas y despachos de grandes empresas que necesitan conocer mejor a sus empleados o descubrir si están siendo víctimas de un fraude por parte de sus clientes.
Todas estas diferencias entre el tópico detectivesco y la realidad las explican mejor que nadie Francisco Marco y Alicia Lerma, dos destacados profesionales de la investigación privada en España. En el caso de Marco, su primer contacto con la profesión le llegó en la adolescencia a través de su madre, Marita Fernández Lado, fundadora de Método 3, empresa de investigación que él acabó dirigiendo y que le trajo tantas satisfacciones como quebraderos de cabeza. Entre los éxitos están dar con el paradero de Francisco Paesa, localizar el dinero de Juan Antonio Roca, implicado en la Operación Malaya, y colaborar en causas judiciales como la del Fórum Filatélico o la de expresidente de la Comunidad de Madrid Ignacio González. Entre los casos que resultaron un tanto problemáticos, está su detención y posterior juicio por haber grabado en un restaurante a Alicia Sánchez-Camacho, líder del PP en Cataluña, y a Victoria Álvarez, expareja de Jordi Pujol Ferrusola.
Aunque fue absuelto, a raíz de esa investigación Marco decidió dejar de utilizar la marca Método 3 y comenzar a usar la de su sociedad matriz, Marco & Co., compañía especializada en investigaciones relacionadas con el ámbito empresarial.
Por su parte, Alicia Lerma estudió delineación industrial, profesión que nunca le gustó realmente y que no llegó a ejercer. Después de trabajar en diferentes empleos que tampoco la llenaban, conoció la existencia de la carrera de Criminología y Detective Privado y, con 30 años ya cumplidos, dejó su trabajo para ponerse a estudiar. En la actualidad, además de dirigir Indicios Detectives, su propia agencia de investigación, Lerma es presidenta de la Asociación Nacional de Mujeres Detectives Privados. Esta organización, fundada en 2018, tiene entre sus objetivos “promover, incorporar y visibilizar a la mujer en todos los ámbitos de la sociedad”, “visibilizar la presencia de las detectives en los foros de referencia nacional e internacional, donde se traten temas y estrategias desde la perspectiva de género” y “reivindicar la creación de un área de investigación privada para dar soluciones inmediatas a los problemas de la violencia de género, aportando propuestas para la protección de las víctimas”.
Lerma explica: “Las mujeres ya somos casi el 30% de los detectives ejercientes y espero que en breve seamos el 50%”. Cree que “la visión femenina puede aportar y sumar mucho” a la profesión. Una opinión que comparte Francisco Marco hasta el punto de afirmar que “en general, las mujeres son mejores detectives privados que los hombres”. Marco asegura: “Con su inteligencia emocional se accede a muchas fuentes de información que los hombres tenemos vedadas. Normalmente las mujeres transmiten más confianza que nosotros”.
Independientemente de las cuestiones de género, los detectives privados deben ser, en opinión de Lerma, “rápidos y resolutivos, tenaces, constantes, intuitivos y tener mucha paciencia porque, si bien es una profesión apasionante, en ocasiones resulta frustrante por no poder tener algunos datos que te ayuden a seguir con el caso”. Estas cualidades son completadas por Marco, que compara al detective con “un híbrido entre periodista y abogado porque se necesita tener cultura, capacidad mimética e inteligencia en el ámbito lingüístico”. De hecho, cuando la formación o las capacidades de uno no son suficientes, no dudan en recurrir a profesionales externos. “En mi vida profesional he usado a periodistas, a lingüistas, a expertos en arte, a informáticos, a agrónomos y muchas otras profesiones. La grandeza del detective es que tiene que aprender todos los días porque cualquier investigación te obliga a saber sobre cualquier disciplina y, por eso, debes buscar a un especialista que te ayude”.
A la hora de desarrollar su labor, el detective trabaja indistintamente en el despacho y en la calle, lo que supone que su aspecto debe adaptarse al medio en el que se encuentra. Marco explica que “si está en la calle, su vestimenta debe ser adecuada al barrio donde tiene que hacer una espera y, a lo mejor, pasar muchas horas frente a una puerta sin que le perciban como a un extraño. Si tiene que entrar a un restaurante tras un investigado, tiene que ir acorde al local. Por eso los detectives llevan mudas en los coches”. Aunque, como recuerda Alicia Lerma, en algunas ocasiones ni siquiera esas previsiones funcionan. “En un caso, una compañera y yo tuvimos que entrar en una tienda y comprarnos unos bañadores para poder acceder a la piscina donde había entrado el investigado y ver con quién se reunía”.
Micrófonos en la ropa y GPS en el reloj
Igual que la figura del detective privado se ha romantizado gracias a los productos culturales, la de los clientes no ha sido menos. Mientras que las novelas y películas de cine negro presentan a aquellos que contratan los servicios de un investigador como personas aparentemente respetables que en realidad tienen intereses ocultos o encargos que no siempre se ajustan a la ética y la legalidad, la realidad es mucho más prosaica. “El primer cliente de Método 3 fue el pintor que estaba pintando nuestro primer despacho y, al final, casi todo el mundo de mi entorno me ha contratado —explica Francisco Marco—. Eso no quita que, en general, la nuestra sea una profesión muy utilizada en sectores legales y empresariales, pero desconocida por el resto de la sociedad, lo que hace que al final solo una minoría nos utilice. En todo caso, esto no sucede por cuestiones económicas o de otro tipo, sino porque la gente no sabe todo lo que podemos llegar a hacer”.
Tal vez por ese desconocimiento, a Marco le han llegado “personas confundidas” que quieren que investigue cuestiones que únicamente corresponden a la policía. “A diferencia de otros países, como Estados Unidos, en los que algunos detectives centran su actividad en la investigación de delitos, los detectives en España no podemos investigar, por ejemplo, un homicidio. También hay personas que buscan en nosotros un último recurso a su problema y quieren transferir su falta de limites personales a nosotros como detectives”. Algo que también le ha sucedido a Alicia Lerma: “¡Uf! Sí que nos han pedido cosas que solo salen en las películas. Cosas que o bien son imposibles de realizar o directamente ilegales. Por ejemplo, y eso nos lo solicitan mucho, acceder a móviles de las parejas. Nos han llegado a pedir que pongamos micrófonos ocultos en la ropa de la persona a indagar o que pongamos un GPS en su reloj”.
Si bien cualquier persona con un interés legítimo en la investigación puede contratar a un detective privado, estos no están obligados a aceptar cualquier encargo si este contraviene no ya el código deontológico de la profesión, sino sus propios valores éticos. En el caso de Lerma, por ejemplo, nunca aceptaría aquellos trabajos que “no fueran legales o morales, como el seguimiento a una mujer que tiene una orden de alejamiento por parte del cliente”. Marco asegura: “Nunca aceptaría trabajar para un terrorista, un maltratador o un violador. Ahí están mis límites”.
Integridad física y moral
Otra de las leyendas que rodean a los detectives privados es que la suya es una profesión de riesgo sujeta a amenazas, represalias e incluso sobornos por parte de los afectados por las investigaciones, que preferirían pagar lo que fuera necesario antes que ver revelados sus secretos. Marco explica: “En 30 años de profesión me habrá pasado unas cinco veces. La última hace poco. Un abogado quería que cambiase una investigación que había hecho hacía algunos años. Me ofrecía mucho dinero, pero mi respuesta es siempre la misma: nuestros clientes son lo primero. El valor de un detective se demuestra el día que debe acogerse a su secreto profesional frente a un fiscal, un policía o un juez. Si un detective traiciona a un cliente, dejará de trabajar”.
Si bien Lerma reconoce no haber sufrido este tipo de situaciones ―”se supone que cuando realizamos una investigación, la parte investigada no sabe que lo estamos haciendo”―, sí tiene conocimiento de que algunos de sus colegas han sufrido amenazas. Sin ir más lejos, el propio Marco: “Me han amenazado, han intentado cumplir las amenazas e incluso destruirme, pero si algo ha demostrado el tiempo es que yo sigo desayunando cada día en el mismo bar desde hace muchos años y los que lo intentaron no”.
A pesar de lo impactante que puedan resultar estas acciones, la verdadera amenaza a la que se enfrentan los detectives privados en pleno siglo XXI no es tanto la violencia como la tecnología. En un mundo hiperconectado, en el que mucha de la información que antes solo estaba al alcance de unos pocos está ahora disponible para todos con tan solo hacer clic, muchos potenciales clientes pueden desconfiar de la utilidad de su trabajo.
“Hace ya 20 años, en una conferencia internacional de detectives en Chicago, hablamos del fenómeno Google, entonces incipiente. Los buscadores son nuestra competencia, pero también una herramienta más de trabajo”, explica Marco. “Antiguamente, si se quería saber a quién contrataba una empresa, nos tenían que pedir un informe prelaboral. Ahora muchas googlean el nombre y creen que ya conocen al candidato, pero se equivocan. En internet únicamente está la información pública, pero las personas tenemos tres facetas: la pública, la privada y la secreta. Un buen detective puede prevenir a un cliente sobre los riesgos que, en esas tres facetas, pueda tener un posible socio, un empleado o un proveedor”.
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