La era del pijo ‘woke’: cómo el poderoso que va de concienciado se convirtió en el malo favorito de la televisión
‘Gossip Girl’, ‘Succession’, ‘The White Lotus’, ‘Premisa’... Los ricos y poderosos de la televisión saben deletrear “interseccionalidad” y aparentar preocupación por el bienestar del servicio
“Que le den al patriarcado”. Quien ha pronunciado recientemente esta frase en una serie de HBO no es el personaje de Aixa Villagrán, la hermana lesbiana de Leticia Dolera, en Vida perfecta, que acaba de estrenar su segunda temporada, ni Issa Rae en Insecure. Quien lo dijo, de la manera más ridícula posible, y haciendo sendas peinetas con las manos, fue Kendall Roy, el hijo díscolo de los milmillonarios Roy en Succession.
Kendall, a quien da vida (con magistral control de los músculos faciales) el actor Jeremy Strong, se rebeló contra su padre en el último capítulo de la segunda temporada y en la tercera está protagonizando un pulso a la familia que pasa, entre otras cosas, por hacer ver que le importan mucho los empleados maltratados del imperio mediático del que aún es heredero, sobre todo las trabajadoras que fueron vejadas sexualmente en la división de cruceros. Por eso otro de sus golpes de efecto más celebrados por los fans de la serie fue poner Rape Me, de Nirvana, a volumen demencial, para boicotear un discurso de su hermana Shiv ante los empleados. Este giro del personaje, uno de los más trágicamente cómicos de la serie, ha convertido a Kendall en el último ejemplo de una tipología que va repitiéndose en la ficción: el pijo woke. Woke, el término que define a alguien, generalmente sin poder, que por autodefensa antepone su conciencia social a prácticamente todo. Pijo, en fin, poderosos, que ni tienen defenderse ni mostrar conciencia social. En otras palabras, un rico que de pronto se une a todas las causas justas con fervor y siente la necesidad de decírselo a todo el mundo.
Además de Kendall, encarnan este estereotipo varios personajes de Gossip Girl, que hoy estrena su segunda temporada en HBOMax esta semana, las dos universitarias de The White Lotus que fueron carne de memes durante todo el verano y el protagonista del primer capítulo de Premisa, la serie antología (cada capítulo empieza y acaba sin relación con el anterior) creada por BJ Novak que se emite en Disney+ y que todo el mundo compara con Black Mirror, aunque es mucho más ligera que la serie de Charlie Brooker.
En ese primer capítulo de Premisa, titulado Social Justice Sex Tape, Ben Platt interpreta a un cliché del aliado, un joven blanco que vive presumiblemente en un piso pagado por sus padres en Bed Stuy, el penúltimo barrio gentrificado de Brooklyn. Un día, revisitando sus propios vídeos sexuales en el móvil, se da cuenta de que al grabarse practicando sexo con una chica capturó también por accidente una escena al fondo que podría servir para dejar en libertad a un afroamericano injustamente encarcelado. Por primera vez en su vida, el tipo, que dice que apoya el movimiento Black Lives Matter, tiene la oportunidad de hacer algo heroico, pero es a costa de airear sus vergüenzas.
En un momento del capítulo, que trata de abarcar demasiado –la brutalidad policial, los deep fakes, el racismo institucional y el auge de la pornografía casera, todos concentrados en una comedia de media hora–, la abogada repasa el Twitter de Ethan y le pregunta cómo es que pedía que se aboliese la policía en un tuit y en el siguiente reclamaba más seguridad en un concierto de Tame Impala. Esa es la idea: presentar un personaje ridículo (la acusación no cree que su vídeo sea real porque la chica es demasiado guapa para querer estar con él) dedicado al clicktivismo, o sea, al activismo en redes, pero que en realidad tiene poca sustancia.
La segunda encarnación de Gossip Girl llegó 14 años después de la original (2007-2012), poco o mucho para relanzar una franquicia, según se mire. La versión de 2021 jamás hubiera podido tener un reparto tan blanco como tenía la de 2007, aunque la serie siga reflejando un microcosmos tan particular como el de los superricos del Upper East Side. También era evidente que los personajes de esta nueva entrega tenderían a la fluidez sexual y de género. Lo que la crítica no acabó de entender cuando se estrenó la serie el pasado julio es que los niñatos malcriados como Blair Waldorf y Chuck Bass hubieran sido sustituidos por otros que, al menos en apariencia, van de socialmente responsables. ¿Acaso no era el objetivo de la serie mostrar en toda su crudeza a los despiadados cachorros de la clase alta en su hábitat natural?
Los nuevos ocupantes de las escaleras del Met reconocen su privilegio: hablan de los trabajadores que hacen huelga en las empresas de sus padres y no entienden por qué su carísima escuela organiza un baile para recaudar fondos. Dos de las chicas, Luna y Monet (si algo tiene la franquicia Gossip Girl es una habilidad para poner nombres a sus personajes a la altura de Charles Dickens, quizá porque la autora de los libros responde al fabuloso nombre de Cecily von Ziegesar) también pronuncian la frase de Kendall: fuck the patriarchy –”¡que le den al patriarcado!”–, convertida ya en una especie de chiste para guionistas.
El creador de la serie, Joshua Safran, explicó así en Variety por qué los nuevos personajes de Gossip Girl saben pronunciar palabras como “interseccionalidad” y “fragilidad blanca”: “Estos chicos luchan con su privilegio de una manera que los de la serie original no lo hacían. Después de los movimientos Black Lives Matter y Occupy Wall Street las cosas han cambiado”. Es por eso, explica Safran, que los nuevos hijos de la oligarquía se deben antes a sus coordenadas generacionales, como centennials, que a su condición de vecinos del barrio más caro de Manhattan. Incluso son amables con el servicio, algo que irrita especialmente a sus hermanos mayores, los mileniales, que encontraron la manera de identificarse y hacer una heroína de Dorota Kishlovsky, la sufrida criada de Blair Waldorf en la primera encarnación de la serie.
La premisa de la nueva versión, que empieza cuando una estudiante rica que además es infuencer en Instagram, Julien Calloway, invita a su medio hermana pobre a unirse al colegio como alumna becada, propicia este tipo de interacciones.
Aunque la serie renovó para la segunda temporada, lo que indica que tuvo suficiente éxito (HBOMax no facilita datos de audiencia), la reacción general a la primera fue de desconcierto ante esas decisiones de guion. “La razón de ser [de Gossip Girl] es la felicidad inexplicable de ver a personas disfrutar de vidas envueltas en más dinero del que crees que existe, bebiendo martinis a los 16 a los en clubs imposiblemente glamourosos y la catarsis exquisita (o schadenfreude) de ver cómo gente horrible se comporta de manera horrible entre sí de maneras gloriosamente despiadadas”, escribía Lucy Mangan en The Guardian. Por cierto, “gente horrible comportándose de manera horrible entre sí de maneras gloriosamente despiadadas” sirve también como sinopsis de Succession.
The White Lotus salvó ese problema, el de qué hacer con sus personajes ricos y politizados, convirtiendo a sus propias pijas woke en dos pequeños monstruos, tanto a la malcriada Olivia (Sidney Sweeney), hija de millonarios, como a su amiga Paula (Brittany O’Grady), aparentemente menos privilegiada. Las dos estudiantes universitarias, que pasean libros de Freud y Nietzsche en la piscina y saben qué gorrito de pescador hay que llevar cuando tus padres (o los padres de tu amiga) te pagan unas vacaciones en un resort de Hawai, son una caricatura bastante cruel del wokismo de la generación zeta, las dos perfectamente capaces de hablarte de racismo sistémico mientras dan sorbos al agua de coco que acaba de servirles un camarero racializado.
El creador de la serie, Mike White, recomendó a las dos actrices que escuchasen el podcast Red Scare para inspirarse y captar el tono con el que quería que hablasen entre ellas. Las dos conductoras del podcast, Dasha Nekrasova y Anna Khachiyan, no comparten todo el credo político de las ficticias Olivia y Paula –de hecho son famosas por adscribirse a la izquierda antiidentitaria y dar mazazos al feminismo– pero sí se comunican en la misma onda de hastío y superioridad. Como Chenoa en la canción, cuando los demás van, ellas vuelven. Se da la casualidad de que Nekrasova, que también es actriz, intepreta a Comfry, la experta en gestión de crisis reputacionales que contrata Kendall Roy en la tercera temporada de Succession.
¿A qué se debe semejante superpoblación de pijos woke en las series? Hay varias hipótesis de respuesta. Por un lado, la hipocresía es un elemento intrínseco a todo villano de ficción: nadie cae peor al público que alguien que hace una cosa y predica la contraria. Son hipócritas el Otelo de Shakespeare, el Tartufo de Molière y el señor Brocklehurst de Jane Eyre, un woke anticipado, que trata con crueldad a las huérfanas de internado que dirige y vive con su familia rodeado de lujos mientras aparenta ser un miembro pío y virtuoso de la comunidad. Por otro lado, todos estos personajes (Kendall Roy, Olivia Mossbacher de The White Lotus, la pandilla de Gossip Girl) son ricos, es decir está más o menos permitido reírse de ellos, según las reglas de la ficción contemporánea.
Pero hay algo más. Una reciente encuesta llevada a cabo por YouGov y la revista izquierdista estadounidense Jacobin concluye que los candidatos que usan eslóganes que se perciben como woke (es decir, performativos, como de pose de cara a la galería) en temas de diversidad, racismo y feminismo eran menos populares que los candidatos que usaban lenguaje más populista. De entre todos, los menos populares eran los clasificados en el estudio como “progresistas woke”, quienes, según los resultados, enajenan a los votantes de clase trabajadora que de otra manera podrían votar a los demócratas. A los encuestados les molesta que candidatos que perciben como de élite y de clase media alta hablen de inclusión y de opresión de algunos grupos poblacionales. Es la clase de encuesta, en fin, que encantaría a los enemigos de las políticas identitarias, y daría la razón a los guionistas que ven en lo woke una caricatura. Al poner a un pijo con postureo político en su serie, se aseguran de que le hace gracia tanto a la persona de derechas, como a la de izquierdas que tolera mal ese tipo de hipocresía, y de paso también gusta al que se cree de izquierdas y sospecha que todo aquel que dice “sistémico” y “racializado” es un farsante de entrada. Un win win absoluto.
Quizá con el tiempo este tipo de personajes caricaturescos se llegan a percibir como algo análogo al estereotipo de la “feminista de paja”. La base de datos TV Tropes, dedicada a listar patrones de todo tipo que se dan en la ficción, define este cliché como “un personaje cuyo feminismo se utiliza solo con el objetivo de probar que se equivocan o aportar comicidad”. Tina Fey tiene cierta tendencia a utilizar feministas de paja en sus guiones, tanto en Rockefeller plaza (la propia Liz Lemon lo es, usa el feminismo para cubrir la inseguridad que le genera ser una mujer soltera) como en Unbreakable Kimmy Schmidt. En el episodio de la temporada tres Kimmy es feminista, Kimmy (Ellie Kemper) conoce a unas universitarias woke que utilizan toda la terminología correcta del feminismo moderno pero al final solo buscan la atención de los hombres. Jessie Spano, de Salvados por la campana, sería otra feminista de paja de manual en una serie que empaquetó a los adolescentes los valores de la América de Reagan y el primer Bush.
De hecho, en TV Tropes han encontrado feministas de paja en prácticamente todas las series de acción real y animación –Las Supernenas tiene un famoso episodio con una villana feminista– de las últimas décadas, desde El show de Bill Cosby a El Ala Oeste de la Casa Blanca pasando por Urgencias. La web todavía no reconoce al pijo woke como un cliché recurrente en la ficción, aunque sí codifica otros colindantes como el “burgués bohemio” o el “chaval rico convertido en activista”.
Todo el mundo entiende que es ridículo y ridiculizable que un heredero millonario y egoísta se ponga a decir de repente “que le den al patriarcado”. El posible problema que puede traer el abuso de este estereotipo, sin embargo, es que guste demasiado a quien piensa que no hay nada malo con el patriarcado, o peor: que el patriarcado no existe.
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