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La mítica batalla de Lepanto: ¿qué hubiera pasado si el imperio otomano llega a ganar?

Se cumplen 450 años de una de las contiendas más sangrientas de la historia de la humanidad, que cambió el presente, el pasado y el futuro de Europa y del Mediterráneo

Fresco que representa la Batalla de Lepanto. Fecha desconocida. Museo Storico Navale.
Fresco que representa la Batalla de Lepanto. Fecha desconocida. Museo Storico Navale.Alamy (Alamy Stock Photo)
Vicente G. Olaya

La ucronía es, según la ­Real Academia Española, la “reconstrucción de la historia sobre datos hipotéticos”; lo que viene a ser algo parecido a ¿cómo sería el mundo si Hitler hubiese ganado la II Guerra Mundial o Napoléon Waterloo? El 7 de octubre se cumplen 450 años de la batalla de Lepanto, un gigantesco enfrentamiento naval entre las galeras de la Liga Santa —una coalición formada por el imperio español de Felipe II, los Estados Pontificios, las repúblicas de Venecia y Génova y diversas órdenes militares— contra el imperio otomano de Selim II, amo y señor de un ejército que era una engrasada máquina de guerra que avanzaba imparable desde la Anatolia asiática hacia el corazón de Europa. El inevitable choque entre los entonces potentes imperios español y turco se trasladó así al Mediterráneo y originó una de las batallas más sangrientas de la historia de la humanidad, al nivel de los grandes combates de las dos guerras mundiales del siglo XX.

En las cuatro horas que duró el combate se enfrentaron casi 500 galeras y unos 160.000 hombres frente a las costas de la ciudad griega de Naupacto (Lepanto). El resultado fue más de 200 barcos hundidos, quemados o apresados, 12.000 galeotes cristianos liberados y unos 46.000 combatientes muertos o gravemente heridos, principalmente turcos. Analizar qué habría ocurrido en el caso de una victoria de la Sublime Puerta (el gobierno del imperio otomano) en la “más alta ocasión que vieron los siglos”, como la denominó Miguel de Cervantes, ha generado siempre un intenso debate entre historiadores y analistas geopolíticos.

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El dominio otomano del este de Europa en el siglo XVI era incuestionable. Un imperio en expansión —de Argelia a los Urales, pasando por la actual Arabia y a las puertas de Viena— que amenazaba con invadir todo el continente europeo. La chispa final saltó en la isla de Chipre, último de los llamados Estados Cruzados que los cristianos habían creado desde el siglo XI en el Mediterráneo oriental. Selim II puso cerco a su capital, Nicosia, y la tomó en 1570. Los siguientes objetivos serían los territorios adriáticos de la decadente República de Venecia, a pocas millas de la actual Italia, de la Ciudad Eterna… El papa Pío V reaccionó creando una coalición militar, la llamada Liga Santa, aunque Francia e Inglaterra no se sumaron: una derrota española mejoraría su posición continental.

Hay tres momentos decisivos en la historia, según el almirante de la Armada Juan Rodríguez-Garat: el descubrimiento de América, la primera vuelta al mundo y Lepanto, porque si los dos primeros cambiaron el mundo, el tercero modificó el destino de Europa. Formar la Liga resultó un éxito diplomático sin precedentes, como afirma el historiador italiano Gennaro Varriale en el libro La mar roja de sangre. Lepanto (Desperta Ferro Ediciones, 2021): “La negociación desempeñó un papel fundamental en la historia de la diplomacia europea”.

A primera hora de la mañana del 7 de octubre de 1571, las dos flotas estaban frente a frente. La victoria cristiana fue aplastante y hasta cierto punto inesperada, ya que apenas 30 años antes los otomanos habían derrotado sin paliativos en Préveza (Grecia) a la escuadra del almirante Andrea Doria, uno de los mejores marinos al servicio del emperador Carlos I.

Los historiadores y los analistas geopolíticos coinciden en que el desastre otomano de Lepanto permitió detener su avance por el Mediterráneo occidental, aunque no totalmente, ya que mantendrían sus posiciones en el norte de África mediante alianzas con los corsarios berberiscos.

La repercusión propagandística de la victoria fue inmensa en la cristiandad; de tal magnitud que hasta Isabel de Inglaterra tuvo que unirse a los fastos con celebraciones en el mismo Londres. Felipe II, en una carta que se conserva enviada al embajador español, se mostró sarcástico con la falsa felicidad de su enemiga declarada: “Hizo hazer alegrías públicas, la qual le aurá hecho caer las orejas y pensamientos como se les han caydo a los franceses”.

La mayoría de los historiadores militares sostienen que el resultado del enfrentamiento naval impidió la invasión de las penínsulas Ibérica e Itálica, incluida Roma. José Cánovas, coronel de Infantería de Marina y secretario del Instituto de Historia y Cultura Naval, opina que España y Portugal se habrían convertido en “algo parecido a los actuales Balcanes, con repúblicas como Bosnia-Herzegovina, Montenegro o Kosovo”. Pero, sobre todo, el triunfo dio un fuerte espaldarazo moral a Felipe II, allanando el camino a futuras operaciones anfibio-terrestres internacionales como la fracasada invasión de Inglaterra con la Gran Armada en 1588, tal y como mantiene el historiador turco Huseyin Serdar Tabakoglu. Vencer en Lepanto evitó que el monarca tuviese que desplazar las tropas de Flandes hacia España para defenderla de una posible invasión turca, según Rodríguez-Garat. Es decir, la victoria permitió mantener más años la presencia militar hispana en el norte de Europa. El reino había quebrado en 1557 y lo volvería a hacer en 1575 y 1596, porque los gastos para mantener el imperio eran muy superiores a los ingresos que generaba la llegada de los galeones de la Flota de Indias con las riquezas de América. Castilla, sobre la que recaía el gran esfuerzo fiscal, ya no daba más de sí.

Sin dinero, pero con moral, el Rey Prudente siguió así con la expansión del imperio. El pasado agosto, el Ejército afgano, más numeroso y mejor armado que el talibán, se rindió sin presentar apenas batalla en Kabul, porque la autoconfianza resulta un elemento clave en la eficacia de los soldados. Lo mismo que determinados triunfos militares, no estratégicamente cruciales, pero sí decisivos a la hora de dejar claro que la siguiente batalla será de muchísima mayor intensidad.

Sean cuales fueren las repercusiones geoestratégicas de la batalla —Miguel Ángel de Bunes, profesor de Investigación del Instituto de Historia del CSIC, cree que un triunfo otomano solo les habría dado el control del Mediterráneo porque carecían de la logística para una invasión anfibia—, Lepanto se convirtió en un hito histórico.

Idris Bostan, profesor de Historia de la Universidad de Estambul, cree que las consecuencias de este choque no han sido nunca suficientemente estudiadas o, si se ha hecho, ha sido desde perspectivas nacionales distintas, lo que carece de sentido en el campo de la historia, pero no políticamente, ya que Lepanto es usado por determinados movimientos ideológicos tanto en España como en Turquía. “Cuando la Unión Europea dice no a la entrada de Turquía, esta se revuelve y decide recuperar su presencia política en Chipre, Grecia, Rumania, Moldavia, Siria… Curiosamente, sus territorios en Lepanto, la batalla que cambió el pasado, el presente y el futuro”, termina Manuel Gazapo, director del Observatorio Internacional de Seguridad. Pura ucronía.

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Sobre la firma

Vicente G. Olaya
Redactor de EL PAÍS especializado en Arqueología, Patrimonio Cultural e Historia. Ha desarrollado su carrera profesional en Antena 3, RNE, Cadena SER, Onda Madrid y EL PAÍS. Es licenciado en Periodismo por la Universidad CEU-San Pablo.

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