Macron se enfrenta al partido que más puede crecer en Francia: la abstención
La desafección democrática de los franceses marca las elecciones del próximo 10 de abril. El presidente no tiene rival; bueno, tal vez sí: la apatía de los electores
Tradicionalmente, cada cinco años, las dos vueltas de la elección presidencial constituyen el momento clave de la vida política francesa. Este 2022 representa una ruptura de este punto de vista. El desinterés por la elección reina a una semana de la primera vuelta. La población como los medios le prestan muy poca atención. Un anuncio simboliza esta indiferencia: TF1, el canal de televisión más importante del paisaje mediático, decidió boicotear la tradicional noche electoral completa de la primera vuelta y emitir en su lugar una comedia de culto estrenada en 1993, Los visitantes.
Son varias las razones que explican esta falta de interés. La guerra en Ucrania, prioridad de los periodistas, relega a un segundo plano la actualidad política nacional. La falta de suspense en cuanto al resultado —la reelección del presidente de centroderecha Emmanuel Macron parece cierta, se enfrente a quien se enfrente en la segunda vuelta— tampoco ayuda a una movilización masiva de los ciudadanos. Pero las raíces de esta apatía política son profundas y no coyunturales. La democracia francesa sufre de la desconfianza masiva de la población hacia su clase política. Esa situación podría tener una consecuencia inédita: una abstención superior al resultado del candidato que quede primero en la primera vuelta. Eso debilitaría la capacidad para gobernar del próximo presidente de la República.
Un paisaje político derechizado
Doce candidatos —ocho hombres y cuatro mujeres— compiten en las elecciones presidenciales, cuya primera vuelta está programada el 10 de abril (la segunda, el 24 de abril). Los candidatos de centroderecha, derecha y extrema derecha desempeñan el papel principal en este certamen electoral. Los sondeos prevén la primera posición para Macron, candidato a la reelección.
Por primera vez desde la elección del presidente de la República francesa por sufragio universal directo, dos candidatos de extrema derecha pueden aspirar a la segunda vuelta. Los sondeos prevén la segunda posición para la ultraderechista Marine Le Pen, ya finalista en 2017, pero también estimaban en febrero que el polemista ultraderechista Éric Zemmour, condenado varias veces por incitación al odio racial, podría superarla. Sumando los resultados de Le Pen y Zemmour, la extrema derecha representa entre un 30% y un 35% de la intención de voto.
Este empuje electoral de la ultraderecha desestabiliza a la derecha histórica. Aunque representante del ala más moderada de la formación conservadora de tradición gaullista Los Republicanos, Valérie Pécresse optó por avalar al ala más derechizada en el eje migratorio e identitario. Se le hizo difícil defender en el debate un espacio conservador moderado y europeísta. Pero fracasó su estrategia de frenar el avance de la ultraderecha adoptando su ideología. A una semana de la primera vuelta, no consigue alcanzar más de entre un 9% y un 13% en intención de voto.
Pécresse sufre incluso su condición de ser la primera mujer presentada por la derecha conservadora como candidata a la elección presidencial. Como ocurrió con la socialista Ségolène Royal en 2007, se enfrenta a ataques a sus competencias, su estilo o incluso a la impostación de su voz. Su anunciado fracaso simboliza la cautela francesa a la hora de aceptar a una mujer como jefe de Estado y del Ejército.
La izquierda moderada, gran ausente
El debilitamiento de la derecha conservadora, que ya no encuentra su espacio político entre la ultraderecha y la política liberal del presidente Macron, resulta también de la estrategia de recomposición del paisaje político adoptada por este último desde 2017. Para superar la división clásica entre izquierda y derecha, clave de su táctica de acceso al poder, Macron debía arrasar con los partidos tradicionales.
Empezó hace cinco años con el partido socialista, cuyo candidato Benoît Hamon solo obtuvo un 6% de los votos en las presidenciales. El partido socialista no supo desde entonces definir un nuevo proyecto apto para responder a las urgencias sociales y climáticas y convertirse en una fuerza renovada de atracción política. Su representante para las elecciones de 2022, la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, no logra alcanzar un 3% en las encuestas de opinión.
El candidato ecologista Yannick Jadot, que fusionó su candidatura con la de Hamon en 2017, tampoco supo crear una dinámica a pesar del contexto de urgencia climática. Oscila en los sondeos entre un 4% y un 7%. El candidato comunista fluctúa por su parte entre un 2% y un 5%.
Socialistas, comunistas y ecologistas fueron incapaces de llegar a una candidatura única para esta elección presidencial a pesar del deseo indudable de unión del electorado de izquierda. Sus candidatos no tienen peso político y no desempeñan ningún papel en el debate. Aceptando su propia irrelevancia, eligieron la política de tierra quemada, haciendo del candidato de la izquierda radical, Jean-Luc Mélenchon, el blanco principal de sus ataques. Temen más que Mélenchon (que figura en tercer lugar en los sondeos) supere la primera vuelta a que la izquierda vuelva a estar ausente en la segunda, como ocurrió en 2017.
Así, tanto el electorado de la derecha, que aspiraba a una candidatura moderada alternativa a la de Macron, como el de la izquierda, que anhelaba una candidatura única basada en un proyecto de progreso social, se sienten huérfanos y desorientados.
Une desafección democrática masiva
Esta inconsistencia de la oferta política contribuye a la desafección democrática masiva. Incluso la anunciada reelección de Emmanuel Macron no se basa en una verdadera dinámica política. Desmotiva a los electorados tradicionales de sus oponentes, a la par que genera una cierta indiferencia entre sus apoyos. Intentando encontrar un equilibrio entre el papel de presidente hasta el “último cuarto de hora” y el de candidato, Macron solo participará en un mitin electoral y se negó a debatir con los otros candidatos. Su imagen política se normalizó desde 2017. Su principal compromiso electoral —la jubilación a los 65 años— es percibido como una medida tecnocrática; y, por parte de su electorado, como antisocial. Ya no encarna la novedad o la juventud, a pesar de ser, como en 2017, el candidato más joven.
Asumiendo el riesgo de una reelección basada en niveles de participación históricamente bajos, Macron podría contribuir a ampliar la distancia ente los ciudadanos y sus representantes. Se expone así a vivir un segundo mandato de contestación social masiva. El movimiento de los chalecos amarillos tradujo en 2018 una ruptura de fondo entre la clase política y una parte de la población francesa, periurbana, alejada de los servicios públicos, que sufre una pérdida de su poder adquisitivo. También expresó una aspiración ciudadana a formas de democracia más horizontales y participativas.
Dado que los ciudadanos no encuentran respuestas políticas a esta aspiración, la sociedad francesa se está despolitizando. El fenómeno es masivo entre los jóvenes. La confianza en las instituciones resulta muy baja. La apatía política domina. Impactará en la legitimidad del futuro Gobierno, sea el que sea. Limitará su capacidad para conducir las indispensables transiciones social y ecológica. La abstención ya se convirtió en el primer partido de Francia. La propia democracia corre el riesgo de ser la primera vencida en esta derrota colectiva.
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