Historia de una idea muy peligrosa
El tripartito alemán aumenta la protección social a través de una renta ciudadana
No todo lo que sucede en Alemania es tan espantoso como un intento de golpe de Estado de la extrema derecha (¡qué miedo!) o las irregularidades del primer banco del país, el Deutsche Bank, acusado por la Comisión Europea de infringir las normas antimonopolio en los días más calamitosos de la Gran Recesión. Hace unas semanas, el Gobierno tripartito (socialdemócratas, verdes y liberales) ha empezado a desmontar, con el acuerdo de las dos cámaras legislativas, los aspectos más lesivos del legado del socialdemócrata Gerhard Schröder, con el objeto de aumentar la protección social.
A finales de su mandato, básicamente entre los años 2003 y 2005, el entonces canciller Schröder se había apuntado a la llamada tercera vía, que junto a él representaban el primer ministro británico Tony Blair y, antes, el presidente americano Bill Clinton. Unos lo consideraban el intento de trasplantar el blairismo (social-liberalismo) al corazón del capitalismo renano. El sociólogo Anthony Giddens, principal ideólogo de la tercera vía, la definía como el esfuerzo de modernización de la socialdemocracia a la nueva influencia dominante en nuestras vidas, la globalización y la revolución de la información.
Schröder puso en marcha la Agenda 2010, consistente básicamente en cuatro paquetes de medidas (elaboradas por su amigo Peter Hartz, director de recursos humanos de Volkswagen) que trataron de reducir los onerosos costes del Welfare State alemán. Entre ellas figuraba la creación de los célebres minijobs, puestos de trabajo con salarios inferiores a los 450 euros y sin contribución social; la reducción del sistema de subsidios por desempleo, que pasó de un máximo de 15 meses a otro de 12 meses; el pago a emprendedores por creación de empresas propias, o un sistema combinado de seguro de paro, ayudas sociales y otras ayudas, que es el que ahora se modifica, etcétera. El tripartito alemán, después de subir el salario mínimo por hora de 12 a 15 euros, crea la renta ciudadana (nada que ver con una renta universal e incondicional por el mero hecho de ser ciudadano), que incrementa la cuantía de los subsidios —un poco más de 500 euros mensuales— y, sobre todo, cambia el espíritu del sistema: en vez de hacer sospechosos a sus perceptores (a los que se amenazaba constantemente si no cumplían estrictos requisitos), se les limitan las trabas burocráticas para cobrarla. Es interesante el cambio de énfasis que ofrece el canciller Olaf Scholz. De socialdemócrata a socialdemócrata.
En el año 2014, el profesor de Economía Política Internacional de la americana Universidad de Brown Mark Blyth fue premiado por la Fundación Ebert (también socialdemócrata) por haber escrito ese año el mejor ensayo en lengua no alemana. Se trataba del importante Austeridad. Historia de una idea peligrosa (Crítica, 2014). Asistió a Berlín a recoger su galardón y escribió un artículo en que decía que lo más trágico de la Gran Recesión estaba siendo que el centro-izquierda de toda Europa no solo había aceptado, sino que en muchos casos había apoyado activamente “unas políticas que no han hecho más que perjudicar a su supuesto núcleo de votantes”.
En su discurso en la Fundación Ebert (titulado Alegato contra la austeridad. Acabar con el paraíso del acreedor), Blyth reiteró su tesis: es genial, dijo, que mi libro haya ayudado a recordar la pobreza de esas ideas (se refería a la austeridad expansiva), pero lo importante es que ustedes recuperen su voz, no sólo su memoria histórica. Su porcentaje de votos no cae no solo porque hagan lo que hace el Partido Democristiano, sino porque, si todo lo que hacen es eso, ¿por qué debería votarles alguien? El profesor americano finalizó del siguiente modo: “Espero que la lectura de mi libro le recuerde al Partido Socialdemócrata una cosa: que la razón de su existencia es hacer algo más que simplemente permitir un paraíso para acreedores en Europa”.
El jueves pasado se cumplió un año desde que Angela Merkel dejó el poder después de 16 años de mandato. Se recuerda su papel ortodoxo en la Gran Recesión, sin mover un músculo ante tanto sufrimiento.
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