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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El síndrome de Alabama

Esta crisis ha puesto en marcha tendencias centrífugas muy difíciles de detener que están separando a Europa progresivamente

¿Han escuchado alguna vez a alguien en Estados Unidos pedir que los Estados pobres del sur abandonen la Unión porque suponen una carga intolerable? Pensémoslo por un momento. Ahí está Alabama: sus 4.800.000 habitantes representan apenas el 1,5% de la población de Estados Unidos (311 millones). Es uno de los Estados más pobres de la Unión: su renta per cápita es de 34.650 dólares, lo que le sitúa en el puesto 42º (Misuri cierra la lista en el puesto número 50). Más al norte está Massachusetts: con sus 53.621 dólares de renta per cápitaes el segundo Estado más rico de la Unión, solo por delante de Connecticut, que ocupa el puesto número uno.

Ahora pensemos en Grecia: 11.100.000 habitantes, que representan el 2,2% de la población de la Unión Europea (501,1 millones) o, alternativamente, el 3,3% de los habitantes de la eurozona (329,5 millones). Ambos, Grecia y Alemania, son más pobres que sus pares estadounidenses pues los griegos tienen una renta per cápita de 27.875 dólares, es decir, algo inferior a los habitantes de Alabama, y los alemanes una renta de 43.743 dólares, también inferior a la de los de Massachusetts. Así pues, tanto en lo que tiene que ver con el tamaño de población como con las diferencias de renta entre Estados, Estados Unidos y la eurozona tienen bastantes cosas en común: 311 versus 329 millones de habitantes, respectivamente, y una diferencia de riqueza entre alemanes y griegos exactamente igual a la que separa los habitantes de Massachusetts de los de Alabama (1,5 veces).

¿Y saben qué? Igual que hoy tenemos intervenida a Grecia, Alabama también fue intervenida en un momento de su historia. Pero no fue por razones económicas, sino por razones democráticas. Sí, Massachusetts siempre fue más exitoso económicamente que Alabama: el primero alberga la mejor universidad del mundo (Harvard), el segundo siempre fue un Estado pobre y dividido racialmente. Mientras que el primero representó la cuna de la aristocracia ilustrada estadounidense, el segundo fue un bastión del racismo institucionalizado. Hoy día, sin embargo, ambos Estados representan perfectamente los valores estadounidenses y el patrimonio común de una gran nación.

La diferencia de riqueza entre alemanes y griegos es igual a la que separa Massachusetts de Alabama

Fue en la capital de Alabama (Montgomery) donde en 1955 Rosa Parks se negó a ceder su asiento a un blanco, lo que le valió un arresto que desencadenó un boicot a los transportes públicos del que emergió un líder llamado Martin Luther King llamado a erigirse en conciencia de toda una nación. Y sería precisamente un presidente de Estados Unidos licenciado en la aristocrática Harvard y estrechamente vinculado a Massachusetts (John F. Kennedy) el que en 1963 decidiera intervenir el Estado de Alabama poniendo bajo control federal a la guardia nacional para que escoltara a los estudiantes negros hasta el campus de la Universidad de Alabama donde un gobernador rebelde y racista de nombre George Wallace les impedía el acceso. Décadas más tarde, el acto de aquel católico blanco de Massachusetts (JFK) garantizando los derechos civiles permitiría al primer presidente negro (Obama) llegar a la Casa Blanca. Emocionante, ¿verdad? Así se construye una nación.

Ahora giremos la vista al patético espectáculo que vivimos en Europa, donde si todo sigue igual y nadie pone remedio, Grecia será expulsada del euro, generando no solo un shock económico de primer orden, sino un fracaso político cuyos daños serán irreparables. A largo plazo, la UE y los griegos se recuperarían económicamente de este fracaso. Lo que es dudoso es que el proyecto europeo, cuya divisa es “unida en la diversidad”, se recuperara políticamente de ese golpe. Antes de entrar en esta crisis, sabíamos que Europa no era una nación al uso ni aspiraba a serlo, también sabíamos que no queríamos (o no podíamos) construir un super-Estado. Pero por lo menos teníamos la esperanza de que las dificultades nos acercaran, no de que nos separaran, de que sirvieran para profundizar y completar nuestra unión, reforzar nuestros vínculos comunes y hacernos entender que en la fuerza está la unidad y que lo que nos une es más que lo que nos separa.

Pues no, contra todo pronóstico, esta crisis ha puesto en marcha tendencias centrífugas muy difíciles de detener que nos están separando progresivamente. El proyecto de integración europeo tiene muchos intangibles, elementos cuyo valor no podemos calcular, futuros llenos de posibilidades que ahora no podemos imaginar, y que por tanto no debemos sacrificar por meros cálculos contables. ¿Qué valen el blues, el jazz o el rock, las grandes aportaciones del sur de EE UU? ¿Qué vale la canción Sweet home Alabama? ¿Qué vale el Partenón y la cultura helena? ¿Cómo se cantaría en alemán “dulce hogar Grecia, donde el cielo es azul”? La Unión Europea no es EE UU, Alemania no es Massachusetts y Grecia no es Alabama. Nosotros nos lo perdemos.

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