Al rescate de Europa
El trato más favorable a España crea un agravio comparativo y no resuelve los problemas
El rescate blandoa España y su banca es la última expresión del cambio en la manera de gestionar la crisis de la eurozona. Impuesta (y aceptada) la disciplina presupuestaria, superados los escrúpulos soberanistas, los países del euro afrontan cinco retos entrelazados. El primero, Grecia: las elecciones pueden llevar a una ruptura pactada o a un colapso del sistema, pero también catalizar el imprescindible cambio de rumbo. El segundo, la capacidad de la eurozona de gestionar su crisis, empezando por la recuperación de confianza en España. El tercer reto es el del empleo y el crecimiento, sin los que no hay solución al problema de la deuda pública y privada. El cuarto, una unión económica mucho más profunda que acompañe a la moneda única y la proteja de turbulencias. El último reto, recuperar la legitimidad democrática y el apoyo de los ciudadanos. El giro hacia estas nuevas prioridades se está realizando contra el reloj, porque el fracaso en cualquiera de los cinco retos puede echar al traste los avances en los otros cuatro.
Los planes de ayuda a Grecia, Irlanda y Portugal consiguieron su objetivo inmediato (evitar un impago o un colapso total de esas economías), pero ni devolvieron a los países la solvencia, ni reactivaron sus economías, ni evitaron el contagio, ni aclararon las dudas sobre la zona euro. El coste de los rescates no se cuenta solo por (muchos) miles de millones, sino también en popularidad tanto de Gobiernos acreedores como de rescatados y, sobre todo, en legitimidad democrática de las decisiones nacionales y europeas.
La perspectiva de un rescate de esas características a una de las dos grandes economías del sur (Italia y España) se convirtió en la pesadilla de todos, potenciales rescatados, rescatadores y actores políticos y económicos del mundo entero, atemorizados ante el riesgo de implosión de la eurozona. Por eso se tensaron los nervios al revelarse el desaguisado de Bankia. Con España bajo ataque por los problemas de su sector bancario, nadie quiso esperar al desenlace de las elecciones griegas para ver una acción decidida de la eurozona.
El proceder con España refleja lecciones aprendidas con Grecia, Irlanda y Portugal. En primer lugar, no se ha esperado a la situación límite y se ha desplegado un arsenal ampliamente holgado, en apariencia, con respecto al tamaño del problema. En segundo lugar, se permite al Gobierno español salvar la cara, aceptando en parte su diagnóstico, reconociendo sus esfuerzos y centrándose en afrontar el problema específico de la banca. Por último, se ha evitado toda intención ejemplarizante o incluso penalizadora (nada de tipo de interés punitivo como el impuesto inicialmente a Grecia). En gestión de crisis, algo ha aprendido la eurozona. Si el rescate edulcorado funciona, se abre un camino que puede aprovechar Chipre (contagiado por la situación griega y sostenido por un crédito ruso) u otros, y se hace una apuesta para restaurar la credibilidad del Eurogrupo entero.
El trato más favorable a España crea un agravio comparativo con los rescatados anteriormente, y no resuelve los principales problemas: la anemia económica y el paro galopante. La necesidad de reavivar la economía e incluir en la ecuación el coste social y económico está por fin en el centro del debate europeo: los gobernantes han visto caer a demasiados de sus colegas en elecciones. Mientras Francia se resitúa, Berlín empieza a diferenciar sus objetivos a corto plazo (detener la hemorragia y evitar un estallido incontrolado), a medio plazo (reactivar el crecimiento y reducir el diferencial de competitividad) y a largo plazo (una unión económica con reglas fuertes, capaz de competir globalmente). En su foro interno Alemania ya ha efectuado un cambio importante: el Gobierno alienta un sensible crecimiento salarial y se resigna a más inflación para reanimar el consumo, reactivar la economía y cerrar la brecha con el sur.
Berlín va enmendando su diagnóstico y su estrategia y, sin renunciar a sus principios, propone una visión a largo plazo de una eurozona más integrada política y económicamente, con normas bien aplicadas por todos. No es un mal escenario para los países del sur, si saben convencer a Alemania de la necesidad de que el marco común les ayude al ajuste imprescindible, en vez de dificultárselo como ahora. El Gobierno alemán no defiende un mero interés egoísta, no busca la hegemonía ni quiere abandonar a sus socios en la cuneta, sino que trabaja, con más o menos acierto, para rescatar el proyecto europeo. Hacen falta socios genuinos, críticos y duros negociando, capaces de levantar la mirada por encima de lo inmediato, sinceros en su intención de construir Europa para acudir, junto a Alemania, al rescate de Europa. Una España bien rescatada tendría que ser el primero de esos socios.
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