El dilema de los liberales británicos
El pacto de Gobierno con los 'tories' pasa factura a la tercera fuerza política del Reino Unido
El tramo que separa la euforia de la decepción suele ser muy corto en los escenarios políticos contemporáneos, pero en este verano olímpico que vive el Reino Unido el liberaldemócrata Nick Clegg ha batido alguna suerte de récord a la hora de fulminar entre sus bases las expectativas de su pacto de gobierno de coalición con los conservadores. Dos años separan a aquella imagen atractiva y refrescante que cautivó en los primeros debates televisados en la historia electoral del país —la llamada entonces Cleggmania—, del semblante demudado con el que compareció el pasado lunes para anunciar que el Gobierno abandonaba los planes de reforma de la Cámara de los Lores. Una derrota para los liberaldemócratas, y sobre todo personal, que plantea el interrogante de si el líder se ha convertido en una rémora para su propio partido.
La erradicación del anacronismo de una Cámara Alta no electa aparece en absoluto como una prioridad para el británico de a pie, al que aguardan nefastos augurios económicos. Para las huestes liberaldemócratas, sin embargo, la reforma confortaba el espíritu racional, modernizador y progresista que define a la tercera fuerza nacional, después de tantas concesiones realizadas ante los tories en aras de la estabilidad de la coalición. Cedieron al apoyar un sustancial aumento de las matrículas universitarias, cuando su programa había defendido su congelación como uno de los puntos estrella, ganándose la desafección del voto joven. Aceptaron el drástico paquete de medidas de austeridad que, si bien Clegg considera necesario, ha sido crecientemente cuestionado por sus correligionarios por cebarse con los más desvaforecidos. Un grupo de rebeldes liberaldemócratas dio el toque de atención a principios de año al votar contra el nuevo recorte de ayudas sociales a las familias propuesto por el gobierno.
Clegg deberá rendir cuentas durante el congreso que su partido celebra el próximo septiembre. Por eso, ante el fiasco de la reforma de la Cámara de los Lores se ha visto obligado a mostrar firmeza frente al socio conservador y primer ministro, David Cameron, con una venenosa represalia: le retira el apoyo en el proyecto para modificar las circunscripciones electorales, que los tories consideran fundamental para revalidar su mayoría en los comicios legislativos del 2015. El equilibrio en el seno de la coalición se presenta muy precario cuando Clegg y los otros cuatro liberaldemócratas con cartera se disponen a votar en contra del gobierno que integran. ¿Serán viables los tres años que median hasta la próxima cita electoral?
Los analistas auguran un periodo de tensiones extremas, aunque el grueso avala la impresión de que Cameron y Clegg lucharán por la supervivencia del gobierno (a ninguno de los dos le interesa unas elecciones anticipadas), haciendo frente común frente a la recesión que azota el Reino Unido y a la perspectiva de crecimiento cero en lo que resta de año. La química, en cualquier caso, será bien distinta de la esgrimida en aquella comparecencia de Cameron y Clegg en el jardín de las rosas de Downing Street para formalizar su alianza, un 12 de mayo de 2010. Seis días antes, los conservadores se habían quedado cortos de la mayoría absoluta y los liberaldemócratas, si bien mejoraron sus resultados, no cumplieron las expectativas que se habían marcado confiando en el gancho carismático de su líder. Pero se hicieron con la llave del gobierno y acabaron decantándose por el pacto con los tories como única alternativa realista, habida cuenta del descalabro del Partido Laborista y la impopularidad de su candidato y primer ministro saliente, Gordon Brown.
Esa elección supuso un trago amargo para un sector de los simpatizantes liberaldemócratas, partido liberal en lo económico, pero muy progresista en cuestiones sociales y abiertamente pro europeo. El voto de confianza que procuraron a Clegg quedó borrado apenas un año después, en unas municipales parciales que barrieron del mapa a sus concejales en liza. Y el referéndum sobre una reforma electoral que incorporaba una corrección proporcional al sistema mayoritario (otro de los puntos de la agenda del partido) sufrió una nítida derrota.
Clegg acudirá al congreso de Brighton con un liderazgo muy debilitado. Una reciente encuesta del diario The Independent solo le concedía el 11% de apoyo popular (12 puntos menos que en las últimas legislativas), mientras el ministro de Empresas Vince Cable, ya no oculta sus ambiciones de asumir el timón. Todo pacto de gobierno implica concesiones. Pero Nick Clegg deberá combatir la impresión entre los suyos de que, por el camino, los liberaldemócratas han perdido su alma.
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