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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Después de la tecnocracia

El barniz tecnocrático no oculta una operación ideológica en las políticas económicas en Europa

Italia se encamina hacia elecciones tras el doble órdago de Silvio Berlusconi y Mario Monti. Su Gobierno de técnicos habrá durado poco más de un año y es inevitable preguntarse qué vendrá detrás, no solo en relación a quién vaya a gobernar sino, sobre todo, en cuanto al estado la democracia italiana. Hay razones para preocuparse, en particular teniendo en mente la salud democrática de dos países con recientes experiencias tecnocráticas: Hungría y Grecia. Considerando solo estos dos casos, sobran motivos de alarma; pero no cabe obviar que no son los únicos precedentes. Sin olvidar que un Gobierno tecnocrático de duración limitada, más que causa primordial de la erosión en la legitimidad democrática, suele ser su síntoma.

En Hungría, el Gobierno tecnocrático encabezado por Gordon Bajnai entre abril de 2009 y mayo de 2010 dio paso a una aplastante mayoría del partido Fidesz de Viktor Orban, que está minando los principios de la separación de poderes, toda vez que el partido ultraderechista Jobbik, equipado con una violenta milicia, ha ganado presencia en el Parlamento y en las calles. Tras forzar Berlín y París la caída del Gobierno de Yorgos Papandreu, Grecia tuvo, de noviembre de 2011 a junio de 2012, un Gobierno tecnocrático presidido por Lucas Papademos, que había sido vicepresidente del Banco Central Europeo y gobernador del Banco de Grecia. En los meses que duró y, en particular, ya con el nuevo Gobierno, la situación política griega se ha deteriorado visiblemente, con la caída a los abismos de la confianza ciudadana en el sistema y el ascenso de una peligrosa ultraderecha que no duda en usar el matonismo callejero para alcanzar sus objetivos.

Ambos precedentes son alarmantes, pero no hay que concluir precipitadamente que este deba ser el destino de Italia. La propia Grecia ya tenía una experiencia de Gobierno tecnocrático en el encabezado en 1989-1990 por otro exgobernador del Banco de Grecia, Xenophon Solotas, que luego tuvo un relevo relativamente tranquilo. Hubo otros Gobiernos tecnocráticos en Europa Central y del Este, el último en República Checa liderado durante un año a partir de mayo de 2009 por el hasta entonces director del servicio de estadística, Jan Fischer. Sin ir tan lejos, Bélgica llegó a estar 18 meses no ya con Gobierno tecnocrático sino, directamente, sin Gobierno. No todos estos paréntesis técnicos acabaron en subidas espectaculares de la ultraderecha ni en crisis terminal de instituciones clave de la democracia. Las particulares situaciones de Grecia y Hungría no pueden serles atribuidas a sus experimentos tecnocráticos más que en una proporción muy pequeña y tienen mucho más que ver con problemas estructurales propios, aunque en ningún modo exclusivos, de estos dos países.

Monti es el cuarto en presidir un Consejo de Ministros formado por técnicos en Italia; lo hicieron en los noventa Amato, Ciampi y Dini. Sin embargo, la imposición externa del cambio de Gobierno a Italia en el contexto de la crisis del euro fue algo muy distinto de las situaciones anteriores. No está claro cuál vaya a ser la herencia de estos meses de Gobierno técnico: atribuirle al Gobierno Monti la subida del populismo antipolítico que ya floreció en oposición a Berlusconi sería injusto y la combinación de recortes impopulares con reformas ampliamente reclamadas no ha generado el tipo de rechazo experimentado, por ejemplo, por los Gobiernos de Grecia. Puede ser precisamente el modo en que cae el Gobierno Monti, no su acción, lo que al final catalice una transformación sustancial en las relaciones de fuerzas entre partidos.

Los Gobiernos de técnicos actúan bajo la asunción de que hay un solo modo correcto o, por lo menos, responsable de gobernar. Pero no fue precisamente un tecnócrata, sino la hiperideológica Margaret Thatcher, quien hizo famosa la frase There is no alternative (no hay alternativa) que los alemanes se han hartado de oír de labios de su canciller, Angela Merkel, otra política de raza. Ni las soluciones técnicas están libres de ideología, ni son las personas presentadas como tecnócratas los únicos en alentar esta falacia. Mientras en Europa arrecian las críticas a una Comisión Europea que actúa de tecnocracia permanente, mientras compadecemos a Grecia e Italia por sus Gobiernos impuestos desde fuera, el barniz tecnocrático en políticas fundamentales, en particular en lo económico, no consigue ocultar una operación ideológica que está transformando los fundamentos de las políticas fiscales y económicas en todo el continente. La amenaza profunda a las democracias en Europa reside en esta versión de la tecnocracia, la que estrecha hasta la asfixia el campo de lo factible en política económica, y no en los cortos paréntesis de Gobiernos técnicos en sistemas políticos disfuncionales.

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