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Los tesoros de Venecia y la Estatua de la Libertad, en riesgo por el cambio climático

La UNESCO alerta de los efectos del calentamiento global sobre el Patrimonio de la Humanidad

Un letrero anuncia en Venecia la XV Bienal de arquitectura, el pasado martes.
Un letrero anuncia en Venecia la XV Bienal de arquitectura, el pasado martes.Getty

Los tesoros arquitectónicos de Venecia están destinados a desaparecer, erosionados por la incesante subida del nivel del mar. Al otro lado del planeta, el azote del fenómeno climático El Niño podría acabar con las 180 especies animales y vegetales únicas en el mundo que pueblan las Islas Galápagos, en Ecuador. Mientras tanto, 4.500 kilómetros más al norte, en Nueva York, tormentas cada vez más extremas amenazan la integridad de la Estatua de la Libertad. Esos son solo algunos de los catastróficos escenarios que describe la Unesco en un completo informe en el que detalla el impacto del cambio climático sobre el Patrimonio de la Humanidad.

El estudio de la agencia de Naciones Unidas, que se hizo público la semana pasada, se centra en 31 sitios en 29 países —ninguno en España— que ya han padecido los efectos del calentamiento global. Hace referencia a “pruebas científicas irrefutables” que demuestran que la concentración en la atmósfera de dióxido de carbono “en los niveles más elevados en los últimos 800.000 años” y “las temperaturas globales que se han incrementado un grado desde 1880”, conllevan devastadoras consecuencias también para el Patrimonio de la Humanidad y su entorno.

Un ejemplo: según el World Resource Institute, más de 275 millones de personas viven en directo contacto con un arrecife de coral y al menos 93 países y territorios sacan provecho del turismo relacionado con él; en 23 de ellos esa actividad económica supone el 15% del PIB. Los arrecifes son entre los patrimonios de la humanidad más expuestos al cambio climático: para preservar al menos un 10% del coral mundial sería necesario limitar el calentamiento global a 1,5 grados —el umbral establecido en el acuerdo contra el cambio climático que 195 países han firmado en Paris en diciembre— , y para proteger el 50% no debería superar los 1,2 grados.

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Los daños, mientras tanto, ya son visibles: el 35% del coral que compone la Gran Barrera australiana, el mayor arrecife del mundo, ha muerto o está muriendo por su blanqueamiento. El calentamiento global induce el coral a expulsar el zooxanthellae, el protozoo que le confiere su característico color rojo, con el que mantiene una simbiosis fundamental para la supervivencia del ecosistema de los arrecifes. También en las islas Seychelles está pasando lo mismo.

El problema, sin embargo, no tiene que ver solo con el patrimonio natural. Entre los sitios turísticos más célebres analizados en el informe destaca la Estatua de La Libertad, cuya reforma tras el azote del huracán Sandy en 2012 tendrá un coste de 100 millones de dólares (unos 90 millones de euros). También en la Isla de Pascua, en Chile, “la escasez de agua debida a las reducida lluvia en verano, el aumento del nivel del mar, las inundaciones y las erosiones de la costas están afectando directamente los moai [las típicas estatuas de la isla]”, señala el estudio.

Pero el caso tal vez más emblemático es el de Venecia. La ciudad italiana acoge cada año 30 millones de viajeros, un flujo masivo de turistas que se ha convertido en una amenaza para la integridad de la ciudad, que sufre además por el constante aumento del nivel del mar. El agua “está pudriendo los tirantes de hierro que apuntalan las paredes de los edificios, está deteriorando los milenarios mosaicos de las Basílica de San Marcos y las estatuas del Cenotafio que Antonio Canova esculpió en el siglo XVIII”, advierten los investigadores de la Unesco.

Peter Debrine, coordinador del Programa Mundial sobre el Patrimonio de la Humanidad, insiste en que “un flujo de viajeros descontrolado puede alterar la integridad de los sitios. Es fundamental implementar un modelo de turismo sostenible, que permita preservar los sitios y garantice una viabilidad económica para las comunidades que viven de ello”.

La tendencia en el sector, sin embargo, va en dirección contraria. “El turismo internacional se basa en gran medida en medios de transporte con elevados gastos energéticos, como el avión y el coche. Las emisiones de dióxido de carbono debida al transporte de viajeros, que ascendían a un 5% del total en 2005, serán más del doble en 2035”, destaca el informe. Y ello, además de generar daños medioambientales, alimenta un círculo vicioso desde un punto de vista económico: el aumento del efecto invernadero vinculado a esas emisiones tiene entre sus consecuencias más inmediatas el incremento del nivel del mar, que afectará directamente al turismo sol y playa, uno de los componentes de mayor envergadura del sector en términos de ingresos.

Pero en el corto plazo la aportación económica de esa oleada de viajeros parece necesaria. Incluso el Ayuntamiento de Roma, capital de un país miembro del G7 —el club de las economías más desarrolladas del mundo—, ha apelado la semana pasada al mecenazgo privado para recaudar 500 millones de euros necesarios para preservar los tesoros arqueológicos y culturales de la ciudad italiana. “Si también en un país desarrollado se padecen problemas financieros en este ámbito, no es difícil imaginar la situación Estados donde la lucha contra la pobreza y la falta de recursos encabeza la lista de prioridades de los gobiernos”, apunta Debrine.

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