El éxito desinfla al partido que impulsó el Brexit
El UKIP se reúne en Bournemouth con incertidumbre sobre el futuro del proceso del 'Brexit'
Algo en el ambiente del centro de convenciones de Bournemouth, que ha acogido este viernes el congreso anual del Partido de la Independencia de Reino Unido (UKIP), recordaba al día de la Marmota. Igual que Bill Murray en la comedia de culto, los militantes congregados parecían atrapados en un bucle temporal. Congelados en aquel glorioso 23 de junio, conocido en estos círculos como “el día de la independencia” británica, en que se consumó el giro que el partido provocó en el curso de la historia del país.
En la desangelada área de exposición del recinto, un cartel llamaba a votar por abandonar la UE. Lo mismo se pedía desde decenas de chapas en las solapas de los asistentes. Las pantallas exhibían imágenes triunfales de la campaña. En el auditorio, un ponente repasaba machaconamente las sumas que los burócratas de Bruselas hurtan de los bolsillos de cada uno de los presentes.
Pero la realidad es que ya todo acabó. El sol que iluminaba este viernes las playas de esta localidad costera brillará pronto, como soñó Nigel Farage, sobre un Reino Unido independiente. La victoria del UKIP, el único partido que apoyó oficialmente el Brexit y el responsable último de que se celebrara el referéndum, es incontestable. Pero tres meses después, su autoproclamado “ejército popular” parece resistirse a pasar página. Objetivo cumplido. ¿Y ahora qué?
Los pasillos del vetusto centro de convenciones proporcionaban un abanico de opciones. “Debemos asegurar que el Brexit suceda y que sea genuino”, opinaba Luke Spillmin, concejal del partido que rebajaba considerablemente la media de edad con sus 36 años. “Debemos forzar la transparencia en el Parlamento de Westminster, el papel del UKIP es ser la policía de la democracia británica”, proponía Richard Billington, sexagenario asesor financiero.
El partido debe encontrar su nueva razón de ser sin el liderazgo de Nigel Farage. Tras el referéndum, el líder anunció que, una vez recuperado el país, había llegado la hora de recuperar su vida. El viernes, Farage concretó: continuará vinculado al partido; seguirá “sentado junto a Juncker” en el Parlamento Europeo; visitará más a menudo Estados Unidos, tras haber participado en la campaña de Trump, y viajará a otros países de la UE para “apoyar movimientos de independencia”. Esgrimiendo su pasaporte con pastas de color granate, anunció que no descansará hasta poder tirarlo a la basura y sustituirlo por uno “británico”.
Pocos partidos se han identificado tanto con una persona como el UKIP con este dicharachero ex agente de bolsa. Un político poseedor de un carisma que contrasta con el perfil bajo de la nueva líder, Diane James. La exempresaria de 56 años se impuso este viernes con un 47% del voto en la batalla por la sucesión, entre un quinteto de candidatos poco memorables. “Haré todo lo posible por honrar el éxito político que Nigel me entrega”, dijo la flamante líder, consciente de la ardua tarea que tiene ante sí.
El UKIP ha ganado la batalla de su vida. Avanzó en las últimas elecciones locales. Tiene la posibilidad de arrebatar definitivamente al laborismo, dividido y en caída libre, los feudos obreros del norte de Inglaterra. Pero los sondeos le dan un 12% de intención de voto, su valor más bajo desde las generales de 2015. Paradójicamente, este es un partido que lucha por su relevancia o, incluso, por su supervivencia.
El liderazgo absoluto de Farage ocultó la endeble estructura que había debajo. Más intuitivo que estratega, entre sus prioridades no estaba la de asentar las bases del futuro. La contrapartida de su poder de conexión con la Inglaterra media es una personalidad caótica y libérrima, que le enfrentó a otros pesos pesados del partido, como Douglas Carswell, que ocupa su único escaño en Westminster. La guerra interna se apoderó del partido en una contienda por el liderazgo de la que se excluyó al favorito por haber presentado su candidatura 17 minutos después de cerrarse el plazo.
Hace solo dos años, el anuncio de dos deserciones de diputados tories al UKIP sacudía el arranque del congreso del Partido Conservador. Cameron gobernaba en coalición con los liberal demócratas, y su supervivencia política se enfrentaba a la cada vez más clara amenaza del UKIP, que acababa de hacer saltar todas las alarmas al ganar las elecciones al Parlamento Europeo. Una amenaza que acabaría obligando a Cameron a convocar un referéndum sobre Europa.
Ahora se ha volteado la tortilla. El jueves, en la víspera del congreso del UKIP, el ex director ejecutivo del partido, Steve Stanbury, volvía a las filas tories anunciando que “la fiesta ha terminado y la misión está cumplida”. Este viernes mismo, Alexandra Phillips, estrecha aliada de Farage, hacía lo propio tras constatar que Theresa May está cumpliendo los puntos clave del último programa electoral del UKIP y que los tories “bailan la danza ideológica” del que ha sido su partido. Para rematar la faena, Arron Banks, uno de los principales financiadores del UKIP, anunció que está planteándose fundar un nuevo partido. Más de 50.000 personas se han afiliado al Partido Conservador durante el verano, muchos de los cuales son votantes de UKIP que, ganada su batalla, buscan nuevos horizontes.
A diferencia de otros partidos antiestablishment europeos, el UKIP es una amalgama de sensibilidades unidas solo por dos adhesivos: el Brexit y Nigel Farage. Este viernes, el discurso de este último eclipsó inevitablemente al de su humilde sucesora y proporcionó la gran catarsis de la jornada. “Hace cuatro años predije que el UKIP provocaría un terremoto en la política británica, y vaya si lo ha hecho”, dijo Farage. “Hemos ganado la guerra, y ahora debemos ganar la paz”, concluyó. Y en algún lugar de las estrellas, David Bowie contemplaba impotente cómo los acordes de Heroes despedían al líder entre abrazos y ovaciones.
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