Los atentados del ISIS en Teherán buscan desatar la guerra regional
El grupo terrorista da un salto cualitativo atacando el corazón de su principal enemigo
El autodenominado Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) se ha responsabilizado del doble atentado de este miércoles en Teherán. Se trata del cuarto que ese grupo terrorista se atribuye en el mundo desde el inicio de Ramadán el pasado 27 de mayo (nadie ha reclamado aún la autoría del más brutal, el que causó 150 muertos en Kabul). Crecientemente acorralado en el territorio del que se apropió en Irak y Siria, el ISIS hizo un llamamiento a aumentar los ataques sobre los “infieles” (todos los que no comulgan con su culto nihilista y su desprecio de la vida ajena) durante el mes de ayuno musulmán. Sin embargo, al tomar por objetivo la capital iraní ha ido un paso más allá.
La elección no parece ni casual ni oportunista. Irán, el país chií por antonomasia, se ha erigido no solo en faro de las comunidades que siguen esa rama del islam, sino en vanguardia de la lucha contra el brote más violento del extremismo suní, el ISIS y otros grupos de ideología similar que en Occidente llamamos yihadistas y los musulmanes prefieren identificar como takfiris. Son sobre todo aliados iraníes quienes ponen la carne de cañón frente al ISIS en Irak, sean policías, soldados o milicianos, chiíes o kurdos, porque para Teherán como para ellos se trata de una amenaza existencial.
Los extremistas suníes consideran herético el islam chií. Su propaganda contra Irán ha aumentado en los últimos meses, e incluso habían empezado a aparecer mensajes en persa con el objetivo de reclutar a iraníes suníes (un 9 % de la población). “Conquistaremos Irán y lo devolveremos a la nación musulmana [suní] tal como era”, anunciaba un vídeo el pasado marzo. Pero aunque durante los dos últimos años, las fuerzas de seguridad iraníes han asegurado haber desarticulado varias células de extremistas suníes en el país, es la primera vez que el ISIS logra atentar en Irán.
El ataque rompe la imagen de “isla de estabilidad” en una región zarandeada por la violencia sectaria, que pregonaban sus dirigentes. Los últimos atentados en Teherán (descartados los asesinatos de científicos nucleares) se remontan a principios de siglo y fueron obra del grupo opositor armado Muyahedin Jalq (Combatientes del Pueblo).
Los objetivos son además altamente simbólicos. El Parlamento representa el lado republicano del peculiar sistema de gobierno iraní, el poder del pueblo; el Mausoleo del Imam Jomeini, por su parte, rinde homenaje al ideólogo de la sumisión ese poder al no elegido del líder supremo (velayat-e-faqih), principio sobre el que se fundó la República Islámica.
También el momento resulta especialmente delicado. Dentro del país, las fricciones entre los duros del régimen y quienes desean abrirlo al mundo están a flor de piel tras las recientes elecciones presidenciales. En la región, Arabia Saudí y sus aliados han roto relaciones diplomáticas con Qatar al que acusan de respaldar a Irán y a grupos terroristas.
“Si nos dejamos llevar por las teorías de la conspiración que pueblan esta parte del mundo, algunos verán la mano de Arabia Saudí”, reflexiona un diplomático occidental convencido del valor propagandístico del golpe. No es necesario. Para los responsables iraníes, el ISIS y Arabia Saudí son una misma cosa.
La cuestión ahora es cómo va a responder Irán a esta provocación. Los ultras entre el clero y la Guardia Revolucionaria (el Ejército ideológico, también conocido como Pasdarán) difícilmente van a dejar pasar la ocasión de atacar al presidente Hasan Rohaní cuyo proyecto político propugna moderación interna y apertura al exterior. La lucha interna sobre un eventual fallo en la seguridad (¿cómo pudieron pasar los atacantes los estrictos controles de acceso al Parlamento?) puede llevar no solo a reforzar el control que ejerce ese cuerpo, sino empujar al país hacia una política regional más dura. La “venganza” prometida por los Pasdarán corre el riesgo de convertir la lucha contra el ISIS en una guerra regional y hacer realidad el sueño macabro de ese grupo.
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