Siete años de sufrimiento del pueblo sirio
La guerra en el país entra en su octavo año con medio millón de muertos y una población exhausta a pesar de la reducción de los frentes activos
Siria cumple este jueves siete años de una guerra con consecuencias catastróficas para la población civil. Desde que estallaran las primeras protestas populares en 2011, más de 511.000 personas han muerto (un tercio civiles), entre ellas al menos 24.000 niños. Han transcurrido 2.555 días desde que miles de sirios se echaron a las calles aquel 15 de marzo contagiados por la llamada primavera árabe. El conflicto ha dejado una población civil hambrienta y exhausta que hoy solo ansía la paz.
Entrando en el octavo año de contienda, más de media docena de actores regionales e internacionales luchan hoy por un pedazo de la tarta siria, sumándose a los bandos leales e insurrectos cuyos volátiles frentes han provocado el desplazamiento forzoso de la mitad de la población del país: seis millones dentro de Siria y 5,6 como refugiados en los países vecinos y en Europa. Estos últimos, han quedado atrapados en un limbo donde el 60% vive bajo el umbral de la pobreza.
El sufrimiento se ha convertido en una constante en la vida de los sirios. Entre 165.000 y 400.000 civiles de Guta Oriental, y entre 350.000 y 700.000 de Afrin, han quedado atrapados en los dos principales frentes abiertos en el país. Expuestos a las bombas, desprovistos de atención médica y al borde de la inanición, noche y día se confunde para estas gentes que buscan cobijo en los sótanos bajo tierra. Al menos 200 civiles han muerto en Afrin en casi dos meses de ofensiva turca, y otros 1.100 en Guta en el casi mes de ofensiva aérea siria.
Para Guta y Afrin todos los días son el primer día de guerra, como lo fuera antes para las gentes de Homs, Alepo o Raqa. Las bombas ya no le preocupan a Diala Helwe, en la treintena y madre de cuatro: “Ojalá nos caiga una y terminemos con tanto sufrimiento”, dice desde Guta en conversaciones de WhatsApp. Las noches de insomnio las pasa monitoreando el pulso de Rama, su hija de cuatro años enferma de cáncer de linfoma, quien hace meses no recibe tratamiento.
Al balance de las muertes directas de la guerra se suman las víctimas silenciosas de la contienda. Citados en un informe del Banco Mundial, los médicos de la organización SAMS elevan a 200.000 los enfermos crónicos que han muerto por falta de tratamientos a causa del férreo embargo que pesa sobre el país, los cercos y la destrucción de la mitad de los centros médicos. A estos invisibles de la guerra se suman otros 50.000 desaparecidos y los 45.000 presos que, según el recuento de activistas, han muerto bajo la tortura en las cárceles sirias. A falta de cifras, invisibles son también aquellos que han desaparecido en las celdas yihadistas o insurrectas.
Para aquellos cuyos ahorros les permitió convertirse en desplazados y huir de los frentes de combate, o los afortunados a cuyas puertas nunca golpeó la guerra, llegar a final de mes se ha convertido en el principal desafío. En plena economía de guerra, los precios de los productos básicos se han multiplicado un 900%, desterrando la carne de la dieta siria. La población urbana ha pasado del 56% en 2011 a superar el 72% en 2016. Con ello, ha llegado la masificación de las ciudades, y el desborde de unas infraestructuras médicas y educacionales ya de por si reducidas a la mitad por la contienda.
Con el 27% de los hogares destruidos, los alquileres se han disparado y convertido en el principal gasto para una magra economía doméstica, donde el sueldo medio de un funcionario asciende a 80 euros mensuales. Sobrevivir es cuestión de solidaridad. Varias familias se hacinan en un mismo piso y, juntando todo sueldo que entre en sus bolsillos, logran cerrar el mes. La factura macroeconómica del conflicto asciende a 200.000 millones de euros, pero a nivel micro, los sirios no tienen una sola lira con la que reconstruir sus hogares.
El retorno de los refugiados se cuenta como gotas en el desierto, con 66.000 en 2017. “Por cada sirio que retorna a su hogar, tres personas se convierten en desplazadas”, es la ecuación que hacen seis ONG en un informe conjunto sobre los refugiados sirios. Al menos 1.8 millones de personas se han visto forzadas a abandonar sus hogares en 2017, frente a los 600.000 desplazados que han retornado a sus casas, la mitad a Alepo. En los últimos dos meses 66.000 personas han huido de Idlib, la capital provincial siria en manos insurgentes.
Siete años y nada que celebrar. Acallada la revolución, y consagrada la guerra global en la era post-ISIS, a los sirios no les queda más que mirar atrás sin perder la cordura. Recordar aquellos años de preguerra cuando los ocho millones de turistas que visitaban los patrimonios culturales del país superaban al número de desplazados sirios actual. Y, sin embargo, los siguen luchando por vivir: “bedna aish” (queremos vivir), es la coletilla con la que los sirios concluyen todo testimonio de guerra.
Mujeres y niños, los más vulnerables de la guerra en Siria
Como en toda guerra, las mujeres y los niños se convierten en dobles víctimas de una contienda protagonizada por hombres. Los menores ya han sido bautizados como la generación perdida, esa en la que el 43% no está escolarizado. La misma en la que el 70% de los niños sufren estrés postraumático, según datos de la ONG Save the Children. El número de víctima menores en la contienda se ha doblado de 2016 a 2017, según UNICEF, que cifra en un millar los niños que han muerto durante los dos primeros meses de 2018.
Las segundas son doblemente vulnerables, ante la guerra y la explotación sexual. "Son las mujeres y chicas jóvenes sin la protección de un hombre, así como las desplazadas internas, las más vulnerables ante la explotación sexual", dice la ONU en el informe Voces de Siria 2018. El 80% de las 350.000 muertes registradas en la contienda por el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos son varones, que han dejado tras de sí un reguero de viudas, solteras y huérfanas expuestas a las mafias que surgen a la sombra del caos bélico.
Durante años se han repetido las denuncias de abusos sexuales de refugiadas en los campos informales en Jordania y Líbano, e incluso en Siria donde ya en 2015 el Comité Internacional de Rescate advirtió del auge de casos de acosos sexuales por parte de personal humanitario a cambio de alimentos. Según esta ONG, el 40% de las 190 desplazadas sirias entrevistadas en las sureñas localidades de Deraa y Quneitra afirmaron haber sufrido acosos sexuales durante el proceso de distribución de ayuda. El mayor peso psicológico de la guerra también recae sobre las mujeres, las mismas que por su rol social han de hacerse cargo del 1.5 millones de heridos de la guerra, un 10% de ellos mutilados.
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