El Brexit amenaza a los hijos de la paz
Irlanda del Norte afronta el 20º aniversario del Acuerdo de Viernes Santo sumido en la crisis política y la incertidumbre sobre los pilares en los que se asentó la paz
El 10 de abril de 1998, hace ahora 20 años, se firmaba el Acuerdo de Viernes Santo, que puso fin a tres décadas de conflicto armado en Irlanda del Norte. Un mes después, en la misma ciudad de Belfast, nacía Ciara Campbell. Nació, porque un buen día su madre no fue al pub. Bajaba todos los viernes por la noche a tomar unas cervezas. El día que, por alguna razón, decidió quedarse en casa, el pub voló por los aires con una bomba. “Esas historias pasan de padres a hijos, todos tenemos la nuestra”, explica Ciara, convertida en una estudiante de Políticas en la Queen’s University de Belfast.
Campbell pertenece a la primera generación en Irlanda del Norte sin recuerdos directos de un conflicto que dejó 3.600 muertos. “Somos los hijos de la paz”, dice, marcando unas comillas con los dedos. Nació en una Irlanda del Norte sin bombas y votó por primera vez en el referéndum del Brexit. La chapa azul con estrellitas en su solapa deja claro que aquel 23 de junio de 2016, el día en que se liberaron oficialmente los fantasmas que el Acuerdo de Viernes Santo quiso encerrar hace 20 años, Campbell votó con los perdedores.
Que hayan nacido después del Acuerdo de Viernes Santo no quiere decir que los hijos de la paz hayan crecido en una sociedad normalizada. Irlanda del Norte, según la Organización Mundial de la Salud, tiene un registro mayor de estrés postraumático que otras treinta zonas de conflicto estudiadas, incluidas Líbano o Irak. El 40% tiene conocimiento directo de un incidente relacionado con el conflicto. Y el trauma parece haber pasado de una generación a otra: el 20% de los norirlandeses de 18 años sufre un problema significativo de salud mental.
El sectarismo sigue marcando la política y la vida. Solo el 5,8% de los niños estudia en escuelas primarias integradas. El día a día de muchos norirlandeses es naranja, el color de los unionistas protestantes, o verde, el color de los republicanos católicos. Los primeros quieren preservar el lugar de Irlanda del Norte en Reino Unido, y los segundos quieren que se una a la República de Irlanda. Campbell es católica pero de familia mixta. “De niña tenía que quitarme la corbata del uniforme escolar, que me identificaba como católica, cuando volvía a mi casa en un barrio unionista”, recuerda.
En el Acuerdo de Viernes Santo, Dublín y Londres apoyaron el poder compartido entre unionistas y nacionalistas. Pero veinte años después, las tensiones entre ambos sectores, avivadas por el Brexit, hacen que Irlanda del Norte lleve 14 meses sin Gobierno.
La caída del Ejecutivo, por un escándalo económico que salpicaba al mayoritario y unionista DUP, provocó un adelanto electoral. El 2 de marzo del año pasado las fuerzas protestantes perdieron su mayoría simbólica en la Asamblea. El histórico avance del Sinn Féin, el que fuera brazo político del IRA, lo dejó a solo mil votos del DUP. Las negociaciones para formar Gobierno siguen atascadas por desacuerdos en asuntos de identidad cultural.
Para acabar de complicar la situación, en junio del año pasado Theresa May perdía su mayoría absoluta en Westminster y pactaba con el DUP para permanecer en el poder. Así, los unionistas tienen poco menos que rehén al Gobierno británico —como demostró su reciente oposición a un trato específico para Irlanda del Norte que alejara la posibilidad de una frontera en la isla—, mientras los republicanos siguen sin ocupar sus escaños en Westminster.
Los hijos de la paz quieren mirar más allá del sectarismo. Muchos analistas ven en la elevada abstención (45,1% en 2016) un desencanto de los jóvenes con las propuestas que han marcado tradicionalmente la política norirlandesa. En el propio Sinn Féin, el partido que más moviliza a los jóvenes, la generación de Gerry Adams y Martin McGuinness ha entregado el relevo a otra sin sangre en las manos y el partido, sin renunciar a su esencia nacionalista, ha sabido reciclarse en una formación antiausteridad a uno y otro lado de la frontera.
El DUP sigue siendo el mayoritario. Pero muchos jóvenes unionistas jamás votarían a un partido tan radicalmente contrario al aborto o al matrimonio homosexual. Es el caso de Campbell, que votó por Alliance, formación minoritaria que busca dejar atrás el sectarismo y centrarse en esos temas que en otros lugares más normales ocupan a los políticos.
El Brexit y la unificación
“La marea de la historia, la corriente de la política va hacia una Irlanda unificada”, decía hace unos días Gerry Adams, histórico líder, en un acto en Londres en el que el Sinn Féin lanzaba su campaña para buscar un referéndum que decida sobre ese asunto que el Acuerdo de Viernes Santo enterró, para que en algún momento lo desenterraran las futuras generaciones. El acuerdo da al ministro británico para Irlanda del Norte la competencia de convocar ese referéndum transfronterizo si se dan las condiciones. “No vamos a usar el Brexit como caballo de Troya para lograr la unificación de Irlanda", aseguró Mary Lou MacDonald, nueva presidenta del Sinn Féin, que cree que esas condiciones se darán “en la próxima década”.
Pero es el Brexit lo que realmente ha cambiado la narrativa. Los norirlandeses votaron mayoritariamente en contra (55,8%), a pesar de que el DUP hizo campaña a favor. La decisión de abandonar la UE ha enfriado la cordial relación entre Londres y Dublín que ha apuntalado la paz durante estos 20 años.
El Brexit —o la versión dura del Gobierno británico, que incluye salir del mercado único y la unión aduanera— amenaza a los hijos de la paz con resucitar ese fantasma del que los padres hablan con tanto miedo: la frontera. Amenaza el delicado equilibrio que proporcionó el Acuerdo de Viernes Santo. Por eso el asunto irlandés se ha convertido en el problema más endiablado del Brexit.
“El futuro da miedo”, reconoce Campbell. “Nadie quiere que haya frontera, y desde Westminster no se entiende bien la situación que hay aquí. Yo no creo que volvamos a ver el conflicto. La emergencia económica que lo alimentó ya no existe. Pero todos los mayores dicen que si hay algo físico en la frontera, inevitablemente regresará la violencia”.
Por más que muchos hijos de la paz sueñen con pasar página, los muros siguen surcando las calles de Belfast y la violencia sectaria, lejos de haber desaparecido, parece estar experimentando un repunte. La misma víspera del encuentro con Campbell, un joven protestante de 14 años fue brutalmente apaleado por un grupo de chavales católicos cuando atravesaba un barrio republicano de camino a territorio unionista.
“La actividad paramilitar y los ataques violentos han crecido enormemente, sobre todo entre la gente joven”, explica John Kelpie, concejal del distrito de Derry, foco caliente del conflicto, en el noroeste de la región. “El Brexit y la ausencia de estabilidad política han alimentado las divisiones. La falta de oportunidades y la división crea el ambiente para que la gente vuelva a radicalizarse”.
Muchos mayores intentan no transmitir a sus hijos el odio sectario que ha lastrado sus vidas. Es el caso de Ronnie Spence, católico, que enseña a los turistas los murales políticos de la capital. “Cuando crecías aquí en lo sesenta, inevitablemente te veías arrastrado a la violencia”, explica.
Spence estuvo dos veces en la cárcel. La primera, con 15 años. La misma edad que tiene ahora su nieto mayor. “Yo nunca se lo he contado, pero él lo sabe. Con ellos trato de no hablar de nada de esto. Por eso me desahogo con gente como usted”, explica, paseando por uno de los jardines que, en los barrios, rinden homenaje a los caídos de uno y otro bando.
Unas calles más allá se detiene ante un gran mural con imágenes de la reina Isabel II. “¿Sabe? Si presentaran a las elecciones a un perro con una Union Jack atada al cuello, estos le votarían”, dice. “Y nosotros, lo mismo. Así es como somos”.
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