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DE MAR A MAR
Columna
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Mercosur y la euforia del comercio libre

La euforia librecambista llevó a los presidentes de Brasil y de la Argentina a apresurar el paso al anunciar el comienzo de conversaciones para un nuevo TLC con EE UU

Carlos Pagni
Mauricio Macri, presidente de Argentina.
Mauricio Macri, presidente de Argentina. EFE

Para la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC) entre la Unión Europea y el Mercosur debieron combinarse varias oportunidades. El interés de Jean-Claude Juncker de concluir la interminable negociación antes de abandonar la presidencia del Consejo Europeo. La ansiedad de Mauricio Macri de alentar a los mercados en medio de una campaña electoral como la argentina, tan condicionada por la incertidumbre económica. La gravitación, en Brasil, de un superministro de Economía ultraliberal como Paulo Guedes. Y, para decirlo todo, el placer de Angela Merkel de anunciar un acuerdo de liberalización de un universo de 750 millones de consumidores, que representa el 25% del PBI mundial, en las narices de Donald Trump, durante la cumbre del G20.

Durante el lento proceso de aprobación del tratado, los intereses en disputa se volverán mucho más ostensibles. El texto no será ya discutido por tecnócratas en gabinetes inaccesibles. Ingresará a los parlamentos. Será tema de políticos. El contexto estimula, además, la agresividad. La promesa del pleno empleo se ha vuelto problemática en casi todo Occidente. Y el proteccionismo vuelve a izar su bandera. A pesar de que la evidencia empírica hace pensar en que la falta de trabajo no se debe al incremento del comercio internacional sino, más bien, a su caída. El crecimiento global de los intercambios de bienes y servicios fue, según el Banco Mundial, del 4% en 2017. Había sido de un 2,5% en 2016. Y había tenido un derrumbe del 10,3% en el año 2009.

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A ambos lados del Atlántico el acuerdo debió superar diferencias domésticas que no se han aplacado. En Brasil, por ejemplo, Guedes debió doblegar la resistencia del jefe de Gabinete de Jair Bolsonaro, Onyx Lorenzoni, quien se alió a la ministra de Agricultura, Tereza Cristina Corrêa, para expresar al sector vitivinícola de Rio Grande do Sul, temeroso de la competencia con los vinos europeos. Lorenzoni aspira a gobernar ese Estado. Gracias al pacto, los exóticos viñateros brasileños acaban de conseguir más protección: la ministra Corrêa anunció la creación de un fondo de estímulo a la producción de vinos y espumosos.

En la Argentina la discusión alimenta la guerra entre Macri y la fórmula Alberto Fernández-Cristina Kirchner, que compiten para las elecciones presidenciales de octubre. El kirchnerismo se opone al acuerdo. Un gesto de coherencia. Cuando era presidenta, la señora de Kirchner se negó a acelerar la negociación, a pesar de los pedidos de su amiga Dilma Rousseff, con quien no tenía grandes diferencias conceptuales. Fernández, postulado como candidato a presidente por su candidata a vicepresidenta, condenó el tratado en defensa, sobre todo, de la industria automotriz. Sin embargo, en la Argentina, la más interesada en frustrar la aprobación parlamentaria es la sobreprotegida industria farmacéutica. A pesar de que el acuerdo que se firmó sigue sin obligarle a pagar regalías por las patentes medicinales que utiliza como insumo. El kirchnerismo y, sobre todo, Fernández, han sido siempre próximos a ese sector.

En Europa también están apareciendo dificultades. En Francia 37 diputados anunciaron que votarán en contra de lo que acordó Emmanuel Macron. El jefe de los ecologistas de Francia y parlamentario europeo, Yannick Jadot escribió en las redes sociales: “Qué vejamen la Comisión Europea, pactar con Bolsonaro, que ataca a los demócratas, LGBTs, mujeres y la Amazonia, y homologó 139 pesticidas desde enero”. El rechazo del nacionalista Bolsonaro al movimiento ambiental fue un obstáculo para un entendimiento. La tensión cedió en Osaka, cuando Macri se acercó a Macron con el brasileño del brazo y le dijo: “Emmanuel, éste es mi amigo Bolsonaro”. Macron contestó que “los amigos de mis amigos son mis amigos”, y llevó a Bolsonaro hacia un sillón en el que conversaron durante media hora. Tema obvio: medioambiente.

La cuestión, de cualquier modo, sigue abierta. Georg Witschel, el embajador alemán en Brasilia, ha reclamado al gobierno de Bolsonaro que deje de desmontar la Amazonia.

La euforia librecambista llevó a los presidentes de Brasil y de la Argentina a apresurar el paso. Anunciaron el comienzo de conversaciones para un nuevo TLC con Estados Unidos. Son tratativas muy distintas de las que se tuvieron con Europa. La economía del Mercosur, tan ligada al negocio agrícola, no es complementaria sino competitiva con la estadounidense.

También hay otra divergencia que se hará sentir en la Argentina: Estados Unidos reclama desde hace décadas que los laboratorios sudamericanos respeten la propiedad intelectual. Es inimaginable un TLC sin un nuevo régimen sobre patentes en el Mercosur.

La discusión comienza a asomar en la Argentina que es uno de los dos países que firmaron pero no ratificaron el Tratado de Cooperación en Materia de Patentes. El otro es el Vaticano. Las cámaras empresariales de Europa y Estados Unidos está reclamando en el Congreso argentino la ratificación. Pero Eduardo Machiavello, de la asociación de laboratorios locales, y Hugo Sigman, de la Cámara Argentina de Biotecnología, se opusieron por escrito a ese pedido. Esta discusión es crucial para la negociación con Washington sobre libre comercio.

El capítulo sobre patentes es central en la disputa de Trump con Xi Jinping. Esa tensión ya amenaza al Mercosur: el presidente de los Estados Unidos propuso a los chinos que compren más productos primarios a los farmers norteamericanos. Se entiende: soja, cereales, cerdo. Los productos que la Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay exportan al extremo oriente.

La discusión recién comienza.

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