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La ira por la gestión del virus plantea un reto sin precedentes a Xi Jinping

Tras la oleada de ira y dolor públicos en Internet, Pekín enviará a inspectores de su máxima comisión disciplinaria a investigar por qué no se hizo caso al médico que dio la voz de alarma

En foto, un hombre con mascarilla en una calle de Pekín con los establecimientos cerrados, el miércoles. En vídeo, China confirma la muerte por coronavirus del doctor Li Wenliang.Vídeo: GETTY / REUTERS
Macarena Vidal Liy

“La última vez que tanta gente estaba despierta era 1989”, escribía un usuario de Weibo el jueves por noche, mientras se esperaban noticias sobre la salud del doctor Li Wenliang, el oftalmólogo que contribuyó a dar la alarma sobre la epidemia de coronavirus en China. Para que no quedara dudas sobre la alusión, incluía una foto de las manifestaciones de Tiananmen aquel año, en un mensaje que la censura se encargó de bloquear a las pocas horas. El fallecimiento del médico, finalmente confirmado en la madrugada de este viernes (tarde del jueves en la España peninsular), desencadenó una oleada de mensajes de ira y malestar ciudadano sobre la gestión de la crisis, lo más parecido a una protesta generalizada que ha vivido China en años.

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Fotos. Obituarios. Imágenes de velas. La melodía de Do You Hear the People Sing, la canción del musical Los miserables que las protestas de Hong Kong han convertido en un himno a la voluntad popular. A lo largo de la noche, las redes sociales chinas se dedicaban a un único tema: el homenaje al médico obligado a pedir disculpas por avisar de la verdad, y la desconfianza hacia las autoridades que lo ocultaron. Solo en Weibo, el Twitter chino, se acumulaban más de 1.100 millones de comentarios. El hashtag “Quiero libertad de expresión” acumulaba casi dos millones de comentarios. “Las autoridades de Wuhan deben una disculpa al doctor Li”, otra etiqueta popular, sumaba decenas de miles. Ambas fueron eliminadas a las pocas horas.

Era una avalancha sin precedentes. Aunque sí ha habido otros desastres que atrajeron la atención de los internautas —el terremoto de Sichuán en 2008, el choque de dos trenes de alta velocidad en 2011—, fueron acontecimientos puntuales que afectaron a una sola región. Ahora, la casi totalidad de los 1.400 millones de habitantes del país más poblado del mundo se encuentran en cuarentena total o parcial, afectados todos y cada uno de ellos en su vida diaria y con mucho tiempo en sus manos. La paralización casi total de la actividad económica, y la suspensión sin fecha de vuelta de las clases, han dejado a centenares de millones de personas sin mucho más entretenimiento que navegar en Internet. E indignadas por lo que encuentran acerca de cómo se gestionó la crisis, que ha causado la muerte a más de 600 personas e infectado a más de 31.000.

“Dos cosas han quedado claras de la muerte del doctor Li. Que la sociedad china desea poder expresarse y no se la puede dejar de lado. Y que, con su fallecimiento, el doctor que ya alertó una vez de lo que pasaba ha vuelto a dar otro aviso. Esperemos que esta vez sí se le escuche”, apuntaba la internauta “Lin” en un comentario en redes sociales.

Es difícil decir si el descontento irá a más o, una vez expresado, la opinión pública pasará página. El Gobierno chino, desde luego, está alarmado. El presidente del país, Xi Jinping, ya había encabezado el domingo pasado una reunión del Comité Permanente del Politburó, el principal órgano de mando del Partido Comunista, en el que había declarado que el control de la epidemia “es una prueba clave para el sistema de China y su capacidad de gobierno”. Controlar el mensaje, insistía, era una de las prioridades. Había que fortalecer el control de los medios e Internet.

Una epidemia que ya afecta a 30 países y territorios

Agencias

Dos semanas después de declararse la cuarentena en Hubei, la provincia donde apareció la neumonía viral, la epidemia ha contagiado a 31.161 personas en China continental, de las que 636 han muerto, según el último balance oficial.

En el resto del mundo, se han confirmado 240 casos de contagio en unos 30 países y territorios, dos de ellos mortales en Hong Kong y Filipinas. Chile ha decretado alerta sanitaria en todo el país, aunque por ahora no se ha registrado ningún caso.

Cientos de turistas a bordo de tres cruceros están bloqueados en Asia por el virus. Uno de ellos, atracado en Yokohama (suroeste de Tokio), sigue en cuarentena tras la confirmación de 61 casos a bordo, entre ellos un pasajero argentino, según el Ministerio de Sanidad japonés. Unas 3.700 personas están encerradas en sus camarotes.

Sin embargo, la tasa de mortalidad del coronavirus, alrededor del 2%, sigue siendo muy inferior a la del SARS (Síndrome Respiratorio Agudo Severo, en sus siglas en inglés) que causó la muerte de 774 personas en todo el mundo en 2002-2003.

El martes, el Ministerio de Seguridad Pública subrayaba en una reunión que “la prioridad debe ser la seguridad política”. “Debemos adoptar estrictas precauciones y combatir todo tipo de actividades perjudiciales por parte de fuerzas hostiles, internas o externas”, declaraba el ministro de Seguridad, Zhao Kezhi, en la reunión, según citaban los medios oficiales chinos.

La reacción en redes al fallecimiento del médico parece haber persuadido a Xi de la necesidad de acelerar esas medidas. “Las informaciones sobre la muerte de Li, verdaderas o no, están cristalizando una furia y una frustración profundas", escribía en su blog, Sinocism, el prestigioso comentarista sobre asuntos chinos Bill Bishop en las horas en las que se esperaba la confirmación de la muerte. "El contrato social del Partido con la gente —garantizar el bienestar popular y proporcionar una prosperidad económica cada vez mayor— está sufriendo unas tensiones a nivel nacional en un modo que no recuerdo en las últimas décadas”.

Pekín ha reaccionado con rapidez. Tras unas horas en que —bien para dejar que la opinión pública se desfogase, bien por puro no dar abasto— la censura se mostró relativamente permisiva, este viernes en Weibo era difícil encontrar otras manifestaciones que no fueran de simple dolor, o de críticas a la Policía local que silenció al médico. Los mensajes de furia, o que pedían explicaciones a los estamentos más altos de poder, habían desaparecido.

En cambio, las autoridades sí se sumaban a las declaraciones públicas de pésame. En su cuenta de Twitter, el portavoz adjunto del Ministerio de Exteriores, el diplomático Zhao Lijian, aseguraba que “Li Wenliang será recordado por todos nosotros. Le debemos un gran agradecimiento. Descanse en paz”.

El Gobierno chino también anunciaba el envío a Wuhan de una delegación de inspectores de la todopoderosa Comisión Nacional de Supervisión, el máximo órgano disciplinario para los funcionarios y empleados públicos chinos. Su misión, según explicaba el Diario del Pueblo, será “examinar de modo exhaustivo los problemas denunciados por el público sobre el caso del doctor Li Wenliang” y por qué no se le escuchó cuando comenzó a alertar de que se habían detectado varias infecciones en su hospital con un virus similar al del SARS que mató a casi 800 personas en todo el mundo en 2003.

Es una medida aparentemente encaminada a apaciguar los ánimos de la soliviantada opinión popular. Pero también a marcar distancias entre el Gobierno central, que trata de rodear todas sus acciones en esta crisis con un aura de eficiencia, y unas autoridades locales que, ya desde que se conoció el verdadero alcance de la crisis, se da por seguro que tienen los días contados en sus puestos.

Mientras tanto, en Wuhan, sonaba otra voz de alarma. Los amigos y la familia del abogado y periodista ciudadano Chen Qiushi, de 33 años y que desde el comienzo de la crisis había publicado varios vídeos sobre la situación en el interior de los hospitales de esta ciudad foco de la epidemia, denunciaban que no podían localizarlo desde el jueves.

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Sobre la firma

Macarena Vidal Liy
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Previamente, trabajó en la corresponsalía del periódico en Asia, en la delegación de EFE en Pekín, cubriendo la Casa Blanca y en el Reino Unido. Siguió como enviada especial conflictos en Bosnia-Herzegovina y Oriente Medio. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid.

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