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El pragmatismo de Draghi apacigua la política italiana

El primer ministro italiano equilibra las concesiones a los partidos del Ejecutivo y crea un clima de trabajo que permite iniciar reformas pendientes desde hace décadas

El primer ministro italiano, Mario Draghi, en una conferencia de prensa en Roma el 31 de mayo.
El primer ministro italiano, Mario Draghi, en una conferencia de prensa en Roma el 31 de mayo.POOL (Reuters)
Daniel Verdú

La sensación, aunque la procesión pueda ir por dentro, es de confianza absoluta. Algunas veces, como hace un par de semanas en rueda de prensa, incluso de ir algo sobrado. “Muchas veces en mi vida me han preguntado si sería capaz de algo y, bueno, bastante a menudo lo he conseguido”. El primer ministro de Italia, Mario Draghi, respondió así a la dificultad que entrañará poner de acuerdo a los socios del Gobierno de unidad que preside para acometer una reforma fiscal con visiones radicalmente opuestas. Pero ni eso parece preocuparle. Han transcurrido algo más de 100 días desde que el presidente de la República, Sergio Mattarella, le entregó el mando del país. Desde entonces se ha encauzado la campaña de vacunación y se han consolidado importantes reformas en la Administración. Pero el cambio principal, probablemente, tenga que ver con el estado de ánimo. “Esto es un Gobierno pragmático con unos objetivos muy precisos y mesurables en un momento de emergencia”, subrayan en su equipo.

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El expresidente del Banco Central Europeo (BCE) priorizó dos objetivos a su llegada: la remodelación del plan de recuperación europeo y la campaña de vacunación. Para este segundo aspecto, puso al frente de la operación al general del ejército Francesco Paolo Figliuolo. Un movimiento que hizo las delicias de la derecha y que, más allá de la estética que entraña, permitió a Italia acelerar el ritmo y ponerse al nivel de sus vecinos (el 40% de la ciudadanía ha recibido una dosis y el 20%, también la segunda). Para los fondos europeos, ha constituido una cabina de mando compleja, pero funcional. Además, aprobó un decreto para simplificar los trámites de la Administración a la hora de adjudicar dichas ayudas: una suma de unos 230.000 millones de euros en forma de oportunidad histórica para abandonar la política de parches en la que Italia lleva instalada 40 años. “Ha ayudado mucho el clima de trabajo y la velocidad impuesta. Menos ruido, pese a las evidentes desavenencias entre partidos, y objetivos claros”, señala un alto dirigente del Partido Democrático (PD).

Draghi, cuya comunicación está medida al milímetro y supervisa él mismo, ha funcionado como antídoto al veneno de las pulsiones políticas de los últimos años en Italia. La pax draghiana, como lo definió el líder del PD, Enrico Letta, se ha basado en equilibrar algunas de las respuestas a las reivindicaciones de los partidos y en la firmeza para no ceder en otras. Ha contentado a Matteo Salvini, líder de la Liga, con el acercamiento en la política de inmigración y las tasas; al PD con un discurso más social, a Forza Italia con una visión de la economía (el otro día corrigió en público a Letta, que pedía un nuevo impuesto de sucesiones: “Es la hora de dar dinero a los ciudadanos, no de quitárselo”). Pero también ha absorbido algunos de los tics políticos de los últimos años, desarmando a quienes tenían su copyright: ha sabido ser soberanista cuando ha defendido los intereses de Italia en la Unión Europea; y también algo populista cuando anunció -a través de su oficina- que renunciaba al sueldo como primer ministro, dejando descolocado el discurso original del Movimiento 5 Estrellas sobre el derroche público.

El politólogo y experto en sondeos Roberto D’Alimonte cree que interpretando un papel tan poliédrico “ha neutralizado a los partidos”. “Está muy atento en equilibrar posiciones moderadas con otras más progresistas. Lo de Letta con los impuestos, por ejemplo, logró frenar ese impulso. Pero en las reaperturas [tras las restricciones por la pandemia], sin embargo, estuvo más cerca de las posiciones conservadoras del ministro de Sanidad, Roberto Sperenza, que de Salvini. Y con este tipo de movimientos crece también la capacidad de este Ejecutivo. Es un hombre con mucha autoridad, quizá el que más tenía en este momento. Algo que reconoce incluso Salvini. No solo por la competencia, sino por la capacidad de negociar con Europa, donde se ha hecho escuchar. Y eso a la derecha le gusta”, apunta.

Si gran parte del secreto de la economía se basa en mirar al cielo y saber si lloverá, Draghi es el hombre del tiempo que Italia buscaba desde hacía décadas. Las cifras hablan ya de otra Italia, que abandona la cola de crecimiento europeo por primera vez en una década. Los datos de Bankitalia apuntaron esta semana a una subida por encima del 4% PIB.

Una lluvia de ayudas públicas

El exbanquero enseñó algunas de sus cartas hace un año, cuando publicó un largo artículo en el Financial Times donde apostaba por un fuerte intervencionismo e invitaba a no preocuparse por generar deuda para salir de la crisis de la covid-19. No era un farol. Como primer ministro ha apostado por una mayor acción del Estado, una simplificación histórica de la Administración y una lluvia de ayudas públicas. No ha terminado. Fuentes del palacio Chigi confirman que esa seguirá siendo la tónica, pese a las críticas. “La idea es mantener una política presupuestaria que acompañe todavía al país fuera de esta fuerte recesión. Con un progresivo desplazamiento de las ayudas hacia las inversiones. Y eso es algo que también toca a Europa. Draghi ya ha dicho a sus socios comunitarios que hay que estar atentos a no retirar los estímulos demasiado pronto, porque muchos problemas siguen ahí. Hay que estar preparados para seguir ayudando a la economía”.

El premier italiano ha vuelto a potenciar la relación con Alemania y Francia, algo deteriorada en los últimos años. La canciller alemana, Angela Merkel, siempre ha visto en él a una voz capaz de heredar su liderazgo europeo (la semana pasada hicieron un cara a cara virtual en el que muchos quisieron ver un pase de testigo). Con el presidente francés, Emmanuel Macron, siempre ha habido mucha estima, pero no entre los Gobiernos en los últimos tiempos. Las relaciones entre los dos países mejoraron mucho hace un mes después de la histórica detención de los miembros fugados a Francia de las Brigadas Rojas y del acuerdo en torno a una agenda común de colaboración en Libia. Las tensiones iniciales con la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, a cuenta de las vacunas, se han ido suavizando también y la última cumbre sanitaria en Roma sirvió para exhibir una nueva sintonía.

Draghi es el político mejor valorado de Italia y ha seguido creciendo en los sondeos. Puede que algunas de las mejoras del país formen parte de la inercia de parte del trabajo de su antecesor, Giuseppe Conte. Pero la sensación de la ciudadanía -impulsada por un insólito clima de celebración en Italia cada vez que el primer ministro hace algo- es que el expresidente del BCE ha sido el impulsor. “Se llama liderazgo”, apunta un ministro. “Ha sido él mismo y no ha hecho concesiones en las que no creía. Y ha logrado que haya un buen ambiente en el Consejo de Ministros”, insiste este miembro del Ejecutivo.

La única incertidumbre que genera el manto de seguridad que ha extendido Draghi en el ánimo colectivo es la caducidad de su propio mandato. En febrero se elegirá al próximo presidente de la República. Y el hombre con más posibilidades para suceder a Sergio Mattarella sigue siendo él mismo. Una parte de los socios de Gobierno, encabezados por la Liga de Matteo Salvini, impulsarán su candidatura al palacio del Quirinal y ya han advertido de que no será este Ejecutivo quien acometa las grandes reformas. La ubicuidad, aunque muchos de sus incondicionales estuvieran también dispuestos a creerlo, no está entre sus capacidades. E Italia tendrá que hacer cuentas con la idea de una nueva crisis de Gobierno a principios del año que viene hasta que Draghi no haya despejado esa incógnita.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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