China presenta una política continuista para 2024 con un incremento del gasto militar del 7,2%
Pekín mantiene el manual político y económico casi inalterado para afrontar un año de transición geopolítica, aunque deja entrever una creciente asertividad en la escena internacional
China apuesta por un 2024 en el que apenas varía la hoja de ruta política y económica del año anterior. ¿El objetivo de crecimiento del PIB? Igual que el del 2023, “en torno al 5%”. ¿El gasto en defensa? Idéntico incremento también, un 7,2%. El primer ministro, Li Qiang, ha inaugurado este martes la Asamblea Nacional Popular (el legislativo chino) con la lectura de un informe de trabajo cuyas principales conclusiones transmiten la idea de que el gigante asiático parece haber entrado en un estado estacionario y pretende rehuir el estruendo y los grandes titulares manteniendo un perfil bajo en un año de transición electoral a nivel mundial. El mensaje central: las cosas no van mal, pero podrían ir mejor; se han cumplido los objetivos de 2023, aunque hay desafíos para 2024. En palabras de Li: “Al tiempo que reconocemos nuestros logros, somos muy conscientes de los retos a los que nos enfrentamos”. Aunque su discurso también ha dejado entrever una China más asertiva en la escena internacional, dispuesta a cambiar las reglas de gobernanza y con una postura ligeramente más contundente respecto a Taiwán.
El primer ministro, número dos del Partido Comunista y leal lugarteniente del presidente chino, Xi Jinping, ha reconocido que hay fugas de agua en el buque: “Los cimientos de la recuperación económica y el crecimiento sostenidos de China no son lo bastante sólidos”. Entre los problemas, ha citado “la falta de demanda efectiva, el exceso de capacidad en algunas industrias, las bajas expectativas de la opinión pública”, además de un contexto internacional atravesado de “problemas regionales candentes”.
La lectura del informe de trabajo es uno de los momentos cumbre de las llamadas “dos sesiones”, la gran cita política anual de principios de año en China, en la que se reúne, además de la Asamblea, la Conferencia Consultiva, un colorido y multitudinario órgano asesor. La cita tiene algo de periodo de reflexión sobre el pasado año y de cónclave de nuevos propósitos para el año entrante, con el esbozo de las grandes directrices para el curso que arranca. Su lectura es eminentemente interna, pero también muestra las corrientes de fondo y con proyección hacia el exterior de la segunda potencia mundial.
El primer ministro, en línea con la China más asertiva de los últimos años, ha reclamado “un mundo multipolar igualitario y ordenado” y “una globalización económica inclusiva”, ha indicado que Pekín está dispuesta a reformar “el sistema de gobernanza global” y, en lo que parece una referencia a la pugna con Estados Unidos, ha mostrado su rechazo a los actos “hegemónicos e intimidatorios”.
Li ha presentado las conclusiones por primera vez desde que fue colocado al frente del Ejecutivo en la cita del año pasado. Ha arrancado a primera hora de la mañana, leyendo con tono monocorde y poco apasionado, frente a los cerca de 3.000 delegados reunidos en la sala de plenos del Gran Salón del Pueblo, el edificio reservado a los eventos importantes, ubicado en un lateral de la plaza de Tiananmén, en Pekín. Estos seguían el texto pasando cada hoja del informe de manera acompasada, todos a una, como se presupone a los miembros de una Asamblea de escaso poder fiscalizador y bajo el control absoluto del Partido Comunista.
El primer ministro se ha ganado el aplauso más largo tras reclamar la “reunificación” con Taiwán, la isla autogobernada que Pekín considera una parte inalienable de su territorio. Muchos estaban atentos a sus palabras: una mayor dureza en el lenguaje podría indicar una creciente presión sobre el territorio de cara a la próxima investidura en mayo del presidente electo, Lai Ching-te. Comparado con el informe de 2023, este año se ha caído la palabra “pacífica” antes de esa “reunificación”, lo que da alas a esta posible visión de mayor contundencia, aunque el texto añade que se promoverá “el desarrollo pacífico de las relaciones a través del Estrecho”, como el año pasado. A juicio de la casa de análisis Trivium: “Eso no nos suena a ‘invasión inminente’”.
Algo que también ha variado de la sinfonía del año anterior: Li ha citado en su informe 16 veces a Xi, frente a las 14 del año pasado; ha reclamado a los delegados agruparse aún “más estrechamente” en torno al Comité Central —el órgano al mando del Partido— “con el camarada Xi Jinping en su núcleo”, y ha dejado meridianamente claro que los éxitos pasados son obra de quien está al mando de la nave: “Debemos nuestros logros en 2023 al secretario general [del Partido], Xi Jinping, que está al timón trazando el rumbo”, ha dicho bajo la atenta mirada del líder —a su espalda, en el centro del estrado— y usando una definición con claros ecos de la era de Mao Zedong, a quien se denominaba El gran timonel. Xi es considerado, desde su reelección para un tercer mandato en 2022, el dirigente con más poder desde Mao.
Inquietud
No es la única regresión al pasado del cónclave. Durante la jornada anterior, en un gesto de opacidad, las autoridades de Pekín anunciaron la cancelación de la tradicional rueda de prensa que el primer ministro solía dar al término del plenario, una comparecencia que se había celebrado ininterrumpidamente desde hace tres décadas, y era uno de los escasos instantes que permitía a la prensa (la extranjera incluida) disparar preguntas de forma directa al segundo líder de mayor rango de China. La cancelación llega en un momento en el que aumentan las preguntas sobre el país y también los silencios de Pekín: aún no hay respuesta oficial, por ejemplo, a la desaparición el verano pasado de los entonces ministros de Exteriores y de Defensa; a pesar de los numerosos llamamientos de “apertura” por parte de las autoridades chinas, académicos y empresarios ven señales de que pesa más la seguridad del Estado que las finanzas; desde 2023, las autoridades han actuado contra empresas de consultoría con vínculos en el extranjero mediante redadas y detenciones ligadas a medidas de contraespionaje y reformado leyes relacionadas con el espionaje, despertando la inquietud en la comunidad extranjera, especialmente la occidental.
El objetivo del 5% de crecimiento del PIB supone que la segunda potencia planetaria asume que ha llegado una era de crecimiento moderado: es, por segundo año consecutivo, el más bajo fijado en las últimas décadas. Pero la cifra se antoja ambigua, casi como la sonrisa de la Gioconda, en la que unos ven una previsión “ambiciosa” y otros “modesta”. Los delegados, por supuesto, todos miembros del mismo partido o controlados por este, daban la visión más alineada con el mensaje oficial: “Después de más de 40 años de reforma y apertura, nuestra economía tiene una base sólida y es muy resiliente”, afirmaba Zhao Wanping, delegado de Anhui y vicepresidente de la Academia de Ciencias Agrícolas de esa provincia, antes de dirigirse hacia el hemiciclo. Los inversores extranjeros “no deberían preocuparse por China”, decía. Meng Fanying, representante de Mongolia Interior, secretaria del partido y directora del Grupo Baotou Iron and Steel, una empresa estatal, se mostraba igualmente “llena de confianza” por un país que “ha logrado grandes éxitos en su desarrollo”. “Creo que avanzamos por el buen camino”, ha asegurado ante una nube de periodistas.
La realidad es que el crecimiento esperado es el mismo que en 2023 y se encuentra en línea con los pronósticos de diversos analistas, que esperaban poco cambio. Tampoco contaban con que Pekín lanzara un macroprograma de estímulo económico que ayude a aliviar una economía lastrada, sobre todo, por la falta de confianza del consumidor, un sector inmobiliario en horas más que bajas y la deuda de los gobiernos locales. Aunque el primer ministro ha anunciado, entre otras medidas, un programa anual para dinamizar el consumo y un paquete de nuevos bonos gubernamentales, el analista Wang Xiangwei, exdirector del diario hongkonés South China Morning Post, considera que “se trata de un informe corriente que no aborda los graves problemas, como el desplome del mercado inmobiliario, la presión deflacionista, el éxodo de capitales extranjeros y la caída de los precios de las acciones”.
Entre los puntos destacados, Li ha citado en diversas ocasiones la pujanza de los nuevos sectores productivos, como los coches eléctricos, las baterías de ion litio y el sector fotovoltaico, cuyas exportaciones se han incrementado un 30%. Pero Wang ve turbulencias a la vuelta de la esquina para estas industrias: “Estados Unidos ya ha anunciado medidas [frente a las importaciones] y la Unión Europea está a punto de hacerlo”, señala este analista en un mensaje a EL PAÍS.
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