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Un G-7 en declive intenta plantar cara a los regímenes autoritarios

El grupo cierra filas ante Rusia, China e Irán y trata de acercarse al Sur Global, pero pierde peso relativo mientras la sombra de Trump amenaza su frágil cohesión

Andrea Rizzi (Enviado especial)
Los líderes del G-7, durante la cumbre celebrada en Italia, el pasado jueves.
Los líderes del G-7, durante la cumbre celebrada en Italia, el pasado jueves.Yara Nardi (REUTERS)

Cuando cayó el muro de Berlín, los países del G-7 representaban un 67% del PIB mundial. Las tesis occidentales se impusieron, se abría una fase de expansión de la democracia y del capitalismo globalizado y descontrolado que provocaría después graves crisis. Hoy, la democracia y la globalización reculan, y la cuota de PIB global del grupo se ha reducido a un 43%. Sus integrantes sufren por lo general turbulencias políticas que reducen su efectividad. Sin embargo, pese a estas vicisitudes, el grupo retiene herramientas de poder y una coherencia estratégica superior a la de sus rivales. La cumbre de Apulia mostró el intento del foro de plantar cara al desafío de los regímenes autoritarios de forma coordinada.

“El G-7 ha demostrado unidad de intenciones. Al contrario de lo que algunos esperaban, hemos mantenido y reforzado nuestro apoyo a Ucrania. Hemos tenido plena sintonía en cuánto a la guerra en Oriente Próximo. Con China queremos seguir dialogando, pero la competencia debe ser leal”, resumió en la conferencia de prensa de final de cumbre la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, presidenta de turno del grupo.

La declaración final de la cumbre constituye una suerte de brújula estratégica con líneas de acción, advertencias a los adversarios y guiños a los potenciales socios en el heterodoxo conglomerado de los países no alineados. En buena medida son palabras cuya traslación a hechos no es fácil, pero también hay elementos sustanciales. Y, además, ni los BRICS ni ningún otro foro alternativo dispone de la coherencia interna para producir nada remotamente cercano a este tipo de alineamiento —detrás del cual residen lazos militares formales como la OTAN o los tratados bilaterales de EE UU con países de la región Asia-Pacífico—.

Ante el revisionismo brutal de Rusia, los Siete han intentado garantizar la continuidad en el tiempo de su apoyo a Ucrania pactando a nivel político un esquema para inyectar otros 50.000 millones de dólares de ayuda a Kiev aprovechando los intereses generados por los activos congelados a Rusia. Este dinero servirá a Ucrania para fines militares, de reconstrucción o de equilibrio fiscal general. La intención es entregarlo para finales de año y constituirá un importante colchón para 2025, cuando la incertidumbre sobre el futuro político de EE UU abre graves interrogantes. Es también una señal a Putin de que no puede contar con un temprano colapso de la ayuda a Kiev. “Es un acto de propaganda”, zanjó Meloni acerca de las propuestas de negociación lanzadas por el líder ruso el viernes.

Ante el revisionismo reformista de China, el G-7 ha emitido señales significativas. De entrada, la disposición a golpear con sanciones no solo a las empresas que entregan a Rusia material de uso dual que apoya su maquinaria bélica, sino también a las entidades financieras que facilitan ese comercio. China tiene un enorme interés en permanecer bien conectada a un sistema económico global del que depende su camino de prosperidad.

Advertencia a China

Además, los Siete han lanzado una advertencia a Pekín acerca de su intención de responder con vigor a una política industrial que consideran desleal. China va consolidando una posición dominante en sectores estratégicos, como la manufactura de productos clave en la transición ecológica, apoyada, según denuncian los occidentales, en prácticas abusivas como enormes subsidios no declarados a sus empresas. EE UU y UE ya están tomando medidas de represalia arancelarias, y avisan a Pekín de que seguirán en esa senda.

En cuanto a Irán, el G-7 le reclama que “acabe con sus acciones desestabilizantes”, que “deje de asistir a Rusia” y le conmina a no entregar a Moscú misiles balísticos. El grupo advierte a Teherán de que está “preparado para responder de forma rápida y coordinada, incluso con medidas nuevas y significativas”.

Hay mucho más: en cuanto a Corea del Norte se crítica su apoyo a Rusia y se advierte en contra de la perspectiva de que Moscú devuelva favores entregando tecnología nuclear; se reclama a Venezuela que se abstenga de acciones desestabilizadoras en el región de Esequibo de Guyana y que permita una completa observación internacional de sus elecciones; se lanzan advertencias a Bielorrusia o a los rebeldes hutíes de Yemen.

Como es consustancial a un foro de este tipo, las declaraciones conjuntas están desprovistas de fuerza ejecutiva que dependerá de la voluntad política futura de los miembros. No cabe duda de que entre ellos hay discrepancias, e incluso motivos de fricción interna como se vio en el caso del programa proteccionista de Biden en materia verde que causó malestar en Europa. La sintonía estratégica no es ni mucho menos absoluta, y la relación con China, el principal reto estratégico, no concita un acuerdo total entre europeos y estadounidenses. Pero las señales de renovada convergencia y relevancia que el G-7 emite en los últimos años son tangibles.

La coincidencia de la llegada de Biden al poder —tras el rupturismo de Trump— y el brutal desafío de Rusia en Ucrania con el apoyo directo de Irán y Corea del Norte —que le facilitan armas— o indirecto de China —que le provee de productos esenciales— ha revitalizado un grupo que parecía casi moribundo, en un fenómeno similar, en distintas circunstancias, al que ha devuelto enorme protagonismo a la OTAN. El pacto para el préstamo a Ucrania, que involucra también al lejano Japón, no es un asunto menor.

Hay expertos que en los últimos años han abogado por ampliar el grupo de siete a nueve, incluyendo a Australia y Corea del Sur, dos democracias estables, industrializadas, que incrementarían el peso del foro y reforzarían su pata oriental, ahora representada solo por Japón. Esto añadiría otros 3,5 billones de dólares de PIB al grupo (un 3% del total mundial), unos 80 millones de habitantes y considerables recursos tecnológicos y naturales. Sin embargo, esta perspectiva todavía no ha dado pasos políticos sustanciales.

Lo que sí está en cambio haciendo el grupo es un esfuerzo para estrechar lazos en el ámbito de los no alineados. En esa clave debe interpretarse la invitación a la cumbre en Italia de los líderes de la India, Brasil o Argentina, entre otros, o el foco puesto en cuestiones de seguridad alimentaria. “El G-7 no quiere ser una fortaleza cerrada. Quiere abrirse al mundo. Tenemos que desmontar la narrativa de Occidente contra el resto (West against the rest). Con África, especialmente, debemos desarrollar nuevos mecanismos de interacción, con partenariados en condición de igualdad”, dijo Meloni, quien subrayó que esta fue la cumbre del G-7 con el abanico más amplio de líderes invitados al grupo.

El camino, sin embargo, es difícil, ya que los no alineados emiten claras señales de querer permanecer en esa posición, decantándose de una manera u otra en cada circunstancia según intereses o principios, sin que ello suponga elegir un bando. Y que el pasado reciente y el presente expone a los países occidentales a profundas críticas de doble rasero.

Al otro lado, países como China, Rusia, Irán o Corea del Norte sin duda van estrechando la cooperación. Los primeros dos, en concreto, firman declaraciones estratégicas conjuntas e incrementan el comercio bilateral. Sin embargo, no disponen de alianzas militares formales o de foros estructurados con una visión geopolítica y económica coherente más allá de la voluntad de reequilibrar el reparto de poder en un mundo dominado por Occidente en las últimas décadas.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi (Enviado especial)
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).
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