La crisis de los misiles en Ucrania: la semana que elevó la tensión global de la guerra
El uso por parte de Rusia de armamento diseñado para un ataque nuclear a miles de kilómetros abre una nueva fase internacional del conflicto
El mundo estuvo al borde de una guerra atómica en 1962, cuando la Unión Soviética destinó a Cuba misiles balísticos con cabezas nucleares apuntando a Estados Unidos. Seis décadas después, muy lejos de un riesgo como aquel, se ha producido una nueva crisis de los misiles entre Rusia y las potencias occidentales. Esta vez ha sido en Ucrania. Moscú ha utilizado por primera vez en la historia un cohete balístico estratégico de rango intermedio en un conflicto armado. El ejército ruso disparó el 21 de noviembre contra una planta militar en la ciudad de Dnipró un misil diseñado para una guerra mundial con armas nucleares. A diferencia de los misiles en Cuba, este cargaba ojivas explosivas convencionales. Con esta muestra de fuerza quiso Vladímir Putin mandar un mensaje a Occidente tras atacar el ejército ucranio en territorio ruso con misiles estadounidenses y británicos.
Ante la actual escalada, la OTAN ha convocado de forma extraordinaria para el próximo martes una reunión con Kiev. Es tal la gravedad del momento que el secretario general de la Alianza, Mark Rutte, se reunió ya este viernes en Florida con Donald Trump, que hasta mediados de enero no asumirá el cargo como presidente de Estados Unidos.
La coreografía entre los dos bandos había sido la misma durante los casi tres años que dura la invasión rusa de Ucrania: tras meses de presión diplomática de Kiev, los países de la OTAN aceptaban suministrar armamento más potente. Y con cada nivel superado llegaba una nueva amenaza desde Moscú de escalar el conflicto, incluso con un posible ataque nuclear. Así sucedió cuando se produjeron los primeros bombardeos con misiles occidentales en los territorios ocupados de Crimea, Donetsk y Lugansk; así fue cuando Alemania autorizó la transferencia de los tanques Leopard, cuando EE UU hizo lo mismo con sus aviones de combate F-16 o cuando Ucrania, con armamento de miembros de la Alianza Atlántica, invadió el pasado agosto parte de la región rusa de Kursk.
Cada línea roja que Ucrania y sus aliados cruzaban iba acompañada de fuegos artificiales retóricos del Kremlin. El presidente ucranio, Volodímir Zelenski, se mostró especialmente confiado tras romper el tabú de invadir territorio ruso. “El concepto naif, ilusorio, de las líneas rojas autoimpuestas se ha desmoronado”, dijo el pasado 20 de agosto. Moscú ha querido finalmente demostrar que algunas líneas rojas no son ilusorias.
“Lo sucedido es un cambio muy grande porque Rusia ha dejado claro que puede causar una gran destrucción en Kiev o en Europa”, explicó el 21 de noviembre a EL PAÍS el general francés en la reserva e historiador militar Jerôme Pellistandri: “Nunca se había utilizado un armamento de este tipo en un conflicto, es sin duda una nueva fase en la guerra”. Francia ha suministrado misiles de largo alcance a Ucrania junto a EE UU y el Reino Unido. En concreto ha aportado los Scalp, la versión francesa de los británicos Storm Shadow, un armamento con entre 350 y 800 kilómetros de alcance —dependiendo de la versión— que disparan aviones de combate.
La Casa Blanca autorizó a Kiev el 17 de noviembre a utilizar sus misiles balísticos de largo alcance ATACMS contra objetivos militares en suelo ruso. El presidente estadounidense, Joe Biden, daba finalmente su brazo a torcer tras más de un año de presión diplomática ucrania para que permitiera el empleo de estos proyectiles en el interior de Rusia. Las autoridades ucranias estaban convencidas de que la decisión llegaría en el tiempo de descuento, cuando a Biden le quedan menos de dos meses en el cargo, como un gesto simbólico de apoyo final. También como regalo envenenado a su sucesor en la Casa Blanca, Donald Trump, según valora el analista de defensa finlandés John Helin: “Pone al futuro Gobierno de Trump en la tesitura de dar marcha atrás públicamente o de parar el suministro de misiles”.
Golpe sorpresa en Briansk
Donald Trump Jr., hijo del presidente electo, tildó aquel mismo 17 de noviembre al equipo de Biden de “imbéciles” por dar su aprobación y de llevar al planeta, en su opinión, a una guerra mundial. Lo mismo, en términos más educados, expresó Michael Waltz, elegido por Trump como su próximo consejero de Seguridad Nacional. Los mensajes dejaban claro a Zelenski que la Administración de Trump podría cambiar las normas del juego en cuestión de semanas. El margen de oportunidad es limitado, hasta la jura de cargo del futuro presidente estadounidense en enero. El martes 18 de noviembre, las Fuerzas Armadas Ucranias utilizaron por primera vez los ATACMS contra un objetivo en Rusia, un arsenal en la región de Briansk, a 130 kilómetros de su frontera.
La noticia sorprendió porque la prensa estadounidense había avanzado que los ATACMS solo se utilizarían en Kursk, y como respuesta a la incorporación de tropas norcoreanas en la contraofensiva rusa para expulsar a las fuerzas ucranias. El ataque demostró que esta arma de precisión, de 300 kilómetros de alcance, podría emplearse en otras regiones rusas.
El Kremlin reaccionó prometiendo represalias no solo contra Ucrania, también contra Europa y Estados Unidos porque consideraba que habían tomado parte en una agresión directa a su territorio. Pocas horas después, el pasado miércoles, la aviación ucrania disparaba por primera vez los Storm Shadow británicos contra una base rusa en Kursk.
Kiev y sus socios en la OTAN daban por hecha una reacción violenta de Putin. ¿Sería un bombardeo a gran escala como el que sufrieron múltiples regiones ucranias el 17 de enero con 120 misiles y 90 drones bomba? ¿O sería algo con un nivel de amenaza superior? El miércoles, el día que se confirmó que los Storm Shadow habían sido utilizados en Kursk, la Embajada de EE UU en Kiev cerró temporalmente sus instalaciones porque tenía la certeza de un ataque contra la capital ucrania. Otras legaciones, como la de España, siguieron su ejemplo.
“Solo es un prototipo, gracias a Dios”
Un día después, en la madrugada del 21 de noviembre, el misil balístico hipersónico Oréshnik fue lanzado desde Astracán, a unos 1.000 kilómetros de Dnipró. A una velocidad 10 veces superior a la del sonido alcanzó una altitud probablemente suborbital y en su descenso disparó seis ojivas que tocaron tierra a una velocidad 11 veces superior a la del sonido. Los servicios de inteligencia del Ministerio de Defensa ucranio (GUR) indicaron que la operación duró 15 minutos. “Es un misil experimental, sabemos seguro que tienen dos prototipos, quizá algunos más, pero no hay una producción masiva, gracias a Dios”, dijo el viernes en unas jornadas de defensa en Kiev el jefe del GUR, Kirilo Budánov. Solo EE UU tiene capacidad para detener un arma de este calibre.
Analistas militares ucranios han dejado claro que el uso de un misil de estas características es absurdo en esta guerra. “Armar con ojivas convencionales un misil de este tipo no tiene ningún sentido por su elevado coste. Sobre todo cuando la mayoría de objetivos en Ucrania están al alcance de los [misiles] Iskander y otros sistemas de destrucción similares”, ha concluido el grupo de información militar Defense Express. “Lo sucedido no significa nada para nosotros, toda Ucrania ya recibe ataques con misiles balísticos y de crucero capaces de llevar una cabeza nuclear”, escribió el viernes en el medio LB Víktor Kevliuk, experto del Centro para las Estrategias de Defensa: “Si los rusos quisieran, hace tiempo que lo habríamos recibido. Pero el mensaje no es para nosotros”.
Las claves de ese mensaje las dio el propio Putin el jueves en un inusual discurso a la nación emitido por televisión: “Rusia se considera con derecho a utilizar sus armas contra las instalaciones militares de los países que permiten el uso de sus armas contra Rusia”. Una advertencia directa a los socios occidentales de Ucrania.
“Lo que dicen los rusos es ‘si sufrimos una derrota estratégica en Ucrania, podemos empezar una guerra nuclear, por lo tanto, dejad de asistir a Ucrania’. Esta coerción parece que funciona”, opinó este sábado Jeffrey Lewis, profesor estadounidense del Instituto Middlebury, en el grupo académico de no proliferación nuclear Arms Control Wonk. El momento de la verdad será si Ucrania vuelve a utilizar los ATACMS y los Storm Shadow contra objetivos en Rusia, y en ese caso, cuál será la respuesta del Kremlin.
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