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Ana Alcolea, escritora: “En casa hay que incentivar la lectura para que nuestros hijos sean ciudadanos libres”

Coincidiendo con el Día Internacional de la Literatura Infantil y Juvenil, llega a las librerías ‘El chico que me regaló el mar,’ la última novela de la autora que considera más difícil escribir para jóvenes y para niños que para adultos

Ana Alcolea, escritora
Adrián Cordellat

La escritora maña Ana Alcolea (Zaragoza, 63 años) atiende a EL PAÍS con motivo del Día Internacional de la Literatura Infantil y Juvenil, que se celebra cada 2 de abril desde 1967, en conmemoración del nacimiento del escritor danés de literatura para niños Hans Christian Andersen. Lo hace desde Gandía (Valencia), tras compartir unas horas con un grupo de estudiantes de Secundaria que ha leído una de sus novelas. Recientemente, ha publicado la novela Los secretos que guardan las estrellas (Anaya), y esta semana llega a las librerías El chico que me regaló el mar (Nube de tinta). En su permanente campaña de promoción y divulgación ha pasado por centros educativos de Mallorca, Madrid y Alicante. Pronto lo hará por institutos de otras provincias españolas, en una gira casi interminable, que, sin embargo, encara con alegría. “Lo llevo bien porque creo en esto. Creo que estos encuentros con lectores en colegios e institutos son muy importantes para contar un poco los entresijos de las novelas y, sobre todo, para que los chavales vean que los escritores somos personas vivas, normales. Yo cuando tenía su edad pensaba que los escritores estaban todos muertos, que eran seres como de otro mundo”, explica entre risas.

Quizás por eso, porque ella nunca tuvo la oportunidad que tienen los chavales de hoy, Alcolea no empezó a publicar hasta casi cumplidos los 40 años. “Vengo de familia obrera y me parecía que ser escritora era algo como muy exótico, extraordinario, que yo, que era una chica normal y corriente, pues no iba a ser escritora”, afirma. El dolor por la muerte de un familiar querido fue el impulso para dar forma a su primera novela, El medallón perdido (Anaya, 2001), que acumula más de 30 ediciones y acaba de ser elegida por la Asociación de Profesores de Español de Irlanda como lectura obligatoria en Bachillerato, reemplazando a Relato de un náufrago, de Gabriel García Márquez.

Desde aquel lejano 2001, Alcolea ha publicado alrededor de 40 libros —más de uno por año— y, entre muchos reconocimientos, ha recibido el Premio Cervantes Chico en 2016 y el Premio de las Letras Aragonesas 2019. Son ya muchas las generaciones que han pasado por sus libros. De hecho, no es difícil que acuda a un instituto a hablar con los chavales y los docentes le digan que ellos también leyeron sus libros.

PREGUNTA. ¿Engancha escribir?

RESPUESTA. Sí, engancha mucho. Y eso que yo solo escribo cuando tengo una historia que escribir. Nunca escribo porque algo esté de moda, porque no me va a salir. Yo sin verdad no soy capaz de construir nada. Y creo que esa verdad mía es la misma de los lectores. Sin pretenderlo, sin buscar complicidad con el lector, porque cuando escribo no pienso en el lector. Mi manera de respetar a los lectores es no pensar en ellos, no darles aquello que querrían. Si escribiera lo que ellos quieren, creo que les estaría tomando el pelo, les estaría dando algo que para mí no tendría verdad.

P. No sé si da un poco de vértigo saber que ha sido la lectura de muchas generaciones.

R. Yo siento muchas cosas cuando leo determinados libros, pero no sospechas que los libros que escribes van a ejercer esa influencia en tantas personas. Eso da cierto vértigo, sí, porque no sé en qué momento de la vida están estos chicos que leen alguno de mis libros. Depende de en qué momento estén, qué experiencias hayan vivido, les tocará de una manera o de otra. Y eso es fascinante. Nos buscamos en los libros y, a veces, nos encontramos sin buscarnos. Los libros son espejos en los que nos miramos y por eso nos dicen cosas diferentes a cada uno, cada uno recibe una imagen que, además, va cambiando a lo largo del tiempo.

P. Este miércoles, 2 de abril, publica El chico que me regaló el mar, una historia con la Guerra Civil española como telón de fondo protagonizada por dos chavales. Es algo muy suyo eso de mezclar presente y pasado, de hacerlos converger.

R. Es que me parece fascinante esa relación que tenemos con aquellos desconocidos con los que compartimos espacio, pero no tiempo. Tenemos que ser conscientes de que no somos los primeros que hemos estado en este lugar, sino que respiramos el aire que han respirado muchas generaciones antes. Me gusta reflexionar sobre eso y que en mis novelas haya esa relación entre pasados que explican presentes y de presentes que nos ayudan a entender el pasado. Y luego es que ese mezclar tiempos también nos hace ver aquello que decía Antonio Machado de los universales del sentimiento. Hoy vestimos de otra manera, tenemos mucha tecnología, tenemos muchas cosas, pero somos de carne y hueso y de emociones, estamos hechos de la misma materia que hace 500 o 1.000 años, nos movemos por los mismos sentimientos, las mismas emociones, los mismos intereses.

P. También es muy suyo apostar por personajes adolescentes como protagonistas.

R. Es una época muy atractiva. Ya no se es niño, todavía no se es adulto y uno tiene todas las posibilidades ante él. Es una época de cambio, de despertar, de crisis permanente. Y, además, es una etapa por la que hemos pasado todos. Yo encima he sido profesora durante muchos años, así que me es muy fácil meterme en la piel de un adolescente.

P. ¿Escribir sobre adolescentes le ha encasillado como autora de literatura infantil y juvenil?

R. Es mucho más difícil escribir para jóvenes y para niños que para adultos. Lo digo porque he escrito para adultos también. Y sí, hay mucho este tópico de que la literatura infantil y juvenil es un género menor, pero yo creo que España está viviendo un buen momento en este ámbito, con grandísimos escritores. No te voy a decir que están a la altura de muchos autores de literatura para adultos, es que son mejores que muchos de ellos. Piensa que nosotros mimamos muchísimo lo que escribimos precisamente porque sabemos la importancia de nuestro trabajo, somos conscientes de que muchos lectores solo van a leer durante muchos años esos libros que les mandan leer en el instituto.

P. Hay mucha preocupación precisamente por eso, porque los adolescentes no leen. Aunque luego todas las estadísticas parecen decir lo contrario.

R. Es cierto que les cuesta mucho concentrarse, pero yo estoy constantemente en colegios e institutos y mi sensación es que leen mucho más de lo que leía la mayoría de los jóvenes cuando yo era adolescente, en los años setenta. Entonces leíamos cuatro, aquellos cuyos padres se empeñaban en ello. En mi casa, por ejemplo, no hubo coche hasta que yo fui muy mayor, pero nunca faltaron los libros, porque yo tenía un padre empeñado en que leyera. Para mí, por eso, mi padre fue mi gran héroe.

P. ¿Los padres también deberíamos ser los héroes de nuestros hijos en este sentido?

R. Creo que en casa hay que crear esa necesidad de ser curioso, de preguntar y de saber. Si no, estamos condenados a repetir las cosas más terribles que han pasado en la historia. Y eso no solo es responsabilidad de la escuela. Y en casa también hay que incentivar la lectura para que nuestros hijos sean ciudadanos libres. La lectura ahora mismo es un acto de rebeldía en un mundo en el que hay mucha gente que no quiere que pensemos y reflexionemos.

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Sobre la firma

Adrián Cordellat
Escribe como colaborador en EL PAÍS desde 2016, en las secciones de Salud y Mamás&Papás. También ha colaborado puntualmente en Babelia y en la sección de Cultura, donde escribe sobre literatura infantil y juvenil. Dedica la mayor parte de su tiempo a gestionar la comunicación de sociedades médicas y científicas.
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