¿Por qué los jóvenes querrían ser padres o madres en la actualidad?
Tener hijos hoy es una entrega de tal dimensión que únicamente espíritus de actitud victoriosa son capaces de afrontar el desafío, un lujo inasumible para la mayoría de personas
A menudo solemos plantearlo justo al revés. Los titulares económicos y sociales esbozan cada día el modo en que una abrumadora mayoría de jóvenes deciden insolidariamente no tener hijos. Algo que, apuntan, abocará al resto a una demoledora crisis demográfica. Pero quizá deberíamos plantear esa cuestión de otra forma: qué lleva a algunas personas a crear un hogar en un mundo que, con frecuencia, parece venirse abajo —cambio climático combinado con frecuentes guerras y hostilidades que asolan medio planeta—. Honestamente, creo que abordar un posible por qué hace más sencillo ofrecer una mejor respuesta y mucho más exacta. Confianza.
En el interior de muchas personas late un increíble destello de esperanza, donde esos posibles futuros hijos e hijas encontrarán alguna clave que para nosotros pasó desapercibida. Cuando una madre soltera comienza un tratamiento de fecundación, pone todo su corazón en perseguir ese enorme objetivo de formar una familia, y lo hace con una profunda necesidad de mirar constantemente hacia delante —como también sabe hacer muy bien la misma existencia—.
En ningún hipotético balance de contabilidad emocional sale a cuenta traer otra vida a una feroz economía de mercado que con demasiada frecuencia resulta precaria para los más jóvenes. Esa madre o esos potenciales padres lo saben, y pese a todo deciden continuar. Pero por desgracia también a menudo se encuentran con que ese desafío roza lo imposible, y aun así el resto contemplamos atónitos cómo pervive admirablemente ese increíble anhelo de seguridad. Se podrá argumentar que siempre fue así, pero eso no es del todo cierto. Cualquier generación previa miraba hacia el futuro con bastante más optimismo, hoy ningún joven —ni siquiera el más ingenuo— lo plantearía en esos términos.
Ser padres actualmente es una entrega de tal dimensión que únicamente espíritus de actitud victoriosa son capaces de afrontar el desafío. Cuando un enésimo reportaje pone el foco en supuestos héroes colectivos, prácticamente siempre olvida a esos otros más anónimos que nos cruzamos cada mañana en un apretadísimo ascensor. Por eso, ya digo, ese foco debería ajustarse mejor y de un modo más prometedor. Para empezar, una buena pregunta sería por qué no se está ayudando de verdad a las personas que quieren crear una familia —frente a esa interminable sucesión de parches burocráticos que mantienen todo idéntico—.
¿Por qué algo tan indispensable como la vivienda se ha convertido en un terreno especulativo imposible y hemos olvidado la imprescindible necesidad de tener un lugar físico propio para crear algo? Nos dirigimos a un desastre diferente al que plantean muchos analistas, la sociedad en su conjunto no está asumiendo que sin un mínimo de solidaridad real hacia esas nuevas familias es imposible generar nada. Se argumentará que es el mercado o que el mundo siempre fue difícil, pero la realidad última es que todo eso cae por su propio peso cuando otra madre más aplaza su decisión porque nada cuadra. Eso es literalmente moler a golpes la esperanza de las personas, y sí, desde ahí el desastre parece concreto. Para muchos jóvenes la renuncia es ya algo real y tangible, y no tiene nada que ver con que no se pretenda renunciar a las supuestas bondades de un frenesí consumista que la mayoría percibe como sospechoso premio de consolación.
Me decía alguien próximo que los hijos básicamente son hijos de la vida, y no una extensión de nuestra propiedad privada. Entorpecer ese profundo anhelo vital quizá es cruzar una línea muy fina que roza la temeridad. No solo hemos desafiado a la naturaleza, hemos forzado un imposible cuándo, dónde y en qué circunstancias debe existir otra persona. La economía, se quiera o no, es un factor clave que está retrasando esa inquebrantable sed maternal. Cuando alguien pasa varias horas en un abarrotado transporte público para después llegar a su piso de alquiler de precio totalmente desorbitado, sabe —por pocas nociones financieras que pueda tener— que los números no cuadran y aún menos su escaso tiempo y energía.
Por lo que cuando una sociedad al completo niega a esa mujer diciendo que en el fondo lo que prefiere es viajar o pasar horas frente a una adictiva pantalla de móvil, se ataca doblemente su dignidad. Primero por negar su evidente frustración y además añade esa otra alarmante culpabilización que rechaza cualquier mínimo placer personal. Quien conoce de cerca a esa joven sabrá que no es así, por lo que sería más inteligente bajar ese preocupante dedo acusatorio y abordar nuevas alternativas.
La economía necesita con urgencia replantear sus prioridades, poniendo atención en una necesidad tan emergente que negar su misma prioridad podría crear nefastas consecuencias psicológicas a toda una sociedad en su conjunto. Porque, y esta es la mayor paradoja, tener hijos es ya un lujo inasumible para la mayoría de personas. Así que cuando se crucen con alguien que lo esté intentando y se atreva a comunicárselo con verdadera humildad y franqueza, estará frente a uno de esos héroes y heroínas que únicamente sonríen desde las pantallas de un cine. Auténtica y triunfal valentía.
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