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En colaboración conCAF

¿Quién cuida de los niños de los barrios sin nombre de Cancún?

En las periferias de uno de los polos turísticos de México, los expertos han identificado una crisis de cuidados, donde las más afectadas son las infancias

Niños en asentamientos irregulares en Cancún, México, en 2025.
Niños en asentamientos irregulares en Cancún, México, en 2025. Ricardo Hernández

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Hay asentamientos irregulares a las afueras de Cancún, en el sureste de México, que por no tener no tienen ni nombre. En ellos, los niños tienen tres opciones mientras los adultos trabajan: jugar todo el día fuera, con piedras, palos o lo que encuentren en la calle, cuidándose de los robos, las agresiones y el reclutamiento forzado; quedarse a cargo de su abuela o alguna vecina desempleada; o encerrados en sus casas bajo cadenas y candados.

Son unos 200 asentamientos irregulares en toda la ciudad, barrios gigantescos donde viven 250.000 personas (el 30% de la población), sin servicios públicos básicos, y entre pobreza. En los márgenes de uno de los polos turísticos más importantes de América Latina, especialistas consultados por América Futura coinciden en que la crisis de los trabajos de cuidados impacta de manera notoria a las infancias.

Oxfam define los cuidados como aquellas acciones destinadas a satisfacer las necesidades propias o de otras personas, que van desde las actividades físicas como dar de comer a un bebé, hasta velar los últimos días de un adulto mayor, pasando por el trabajo doméstico e, incluso, esfuerzos mentales que implican llevar la agenda de consultas médicas de la familia completa, o los emocionales, como brindar soporte, cariño y afecto. Históricamente, todos estos trabajos han sido no remunerados, invisibilizados y minimizados, dice Mariana Belló, directora de Cuidados en Oxfam México. Sólo se hace evidente su importancia en momentos de crisis, o sea, en lugares donde se dificulta para amplios sectores de la población cuidar o ser cuidados, como el caso de las infancias en barrios marginales de Cancún.

Chiqui y el perrito

Había días en los que el Chiqui se escapaba. Salía huyendo al menor descuido. Corría y corría con sus pasitos de niño desesperado, buscando a su papá en aquel asentamiento irregular sin nombre de Cancún, para él desconocido. Abraham Matías Sastre, conocido como Chiqui, nació lejos de aquí, en Tabasco. Cuando sus papás se divorciaron, quedó a cargo del padre, pero este se hartó rápido por lo demandante de los cuidados especiales que necesitaba un niño autista de 8 años como él y lo mandó con su mamá, que había migrado a este lugar lleno de casas construidas con pedazos de lámina, madera y algo de concreto.

Niños en Cancún
Abraham, alias Chiqui, necesita trabajos de cuidados especializados e intensos.Ricardo Hernández

“Se escapaba al principio, pensaba que seguía en Tabasco y buscaba a su papá”, dice Verónica Sastre García, su abuela, quien se ha convertido en su cuidadora principal. Ella fue una de las primeras personas que llegaron a este enorme terreno particular, que le pertenece a Banorte y que empezaron a invadir hace cinco años. Para intentar recuperarlo, el banco ha presentado una demanda ante la Fiscalía General de Quintana Roo. “Una vez que salimos a buscarlo estaba con un perro, ¿te acuerdas?“, interrumpe Isaac, de 10 años, que aunque solo tiene dos años más que él es el tío de Chiqui.

Verónica dice que no pueden despegarse del niño ni un segundo porque huye, pero también por los riesgos de alrededor. Para empezar, no hay cercas divisorias, las casas no tienen puertas ni ventanas, solo cortinas o lienzos de lámina sobrepuestos. Y, según datos oficiales, esta fue la quinta colonia más insegura de todo el Caribe mexicano el año pasado. Además, el piso está lleno de varillas, vidrios o piedritas, como la que se metió a la oreja Chiqui esta mañana y que aún no le han podido sacar.

“¡Ya te dije que no puedes meterte cosas a la oreja, Chiqui, tampoco chupar eso. Suelta ahí!“, le grita Verónica, de 44 años, mientras le quita un palo de la boca. El niño hace un gesto y la abuela aclara que está enojado. Chiqui no habla, solo hace ruidos: tsss, tsss. Según la terapeuta, tiene una edad mental de dos o tres años. “Él va lentamente, no como nosotros. Ahorita le estoy enseñando a cepillarse sus dientitos, a ponerse el pañal, pero también tengo que enseñarle a quitárselo, a que vaya al baño”, explica la abuela. “Yo, la verdad, en este momento me siento horrible, presionada. Necesito una semana de descanso. Estoy desesperada”.

Las economistas feministas llaman a esto el síndrome de la cuidadora quemada, una especie de burn out con síntomas como el estrés, ansiedad, depresión, irritabilidad e insomnio. Y es que Verónica no sólo se encarga de los cuidados especializados e intensos del Chiqui, sino también de los trabajos de su hogar de dos diminutas piezas, donde viven sus tres hijos, dos nietos, su yerno y el esposo, quien trabaja como mototaxista.

Abraham descansa en un sillón cerca de su hogar.
Abraham descansa en un sillón cerca de su hogar. Ricardo Hernández

Como él, la mayoría de hombres en estos asentamientos irregulares trabajan en turismo o construcción, en los puestos más bajos del organigrama, con salarios de entre 4.000 a 7.000 pesos (entre 195 y 340 dólares al mes), según censos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía. Mientras ellos se ocupan del mantenimiento o vigilancia de hoteles, o de la albañilería, pintura o carpintería en obras, las mujeres mayores suelen quedarse a cargo de la casa. Las más jóvenes, como la mamá de Chiqui, se emplean como camaristas, mozas o mucamas. Las que son madres dejan a sus hijos a cargo de las abuelas o vecinas, formando lo que se conoce como redes de cuidado. Son básicamente mujeres trasladando los cuidados no pagados a otras mujeres.

Para Verónica, eso significa que tiene que trasladarse más lejos que otras mujeres para llevar a sus hijos y nietos a sus escuelas; tomar taxi para llevar a Chiqui a terapia; lavar ropa ajena para conseguir dinero para las medicinas del nieto; ir al monte a buscar leña para cocinar, extraer de un pozo el agua de uso diario y también juntar la basura y tirarla en la avenida más cercana. Además, ahora tiene que cuidarlo de los grupos criminales que han querido penetrar en este asentamiento.

A finales de 2024, Verónica y decenas de vecinas salieron con nada más que su coraje a correr a unas personas, supuestamente integrantes de un grupo criminal, que intentaban instalar una caseta de seguridad. Dice que en el asentamiento irregular colindante pasó eso mismo, pero no pudieron frenarlos. Empezaron con una caseta, luego vino el control del acceso, la vigilancia, la extorsión y el despojo de casas para venderlas a otra gente, a quienes cobran mensualidades por el pedazo de tierra que invadieron.

Niños y drogas

El crimen organizado ha encontrado en los asentamientos un lugar para el narcomenudeo y, en los niños, una población por reclutar o para surtirles droga. En uno de esos barrios, conocido como Los Peralta, Israel (nombre ficticio para proteger su identidad), cuenta la historia de su mejor amigo, Carlitos, que murió a los 13 años. “Tenía una historia muy culera. Sus papás fueron narcos. Y él siguió los mismos pasos. Él quería vender drogas también. Su mamá era piedrosa. Él veía desde niño cómo su papá sacaba fajos de billetes en una maleta; cómo le llegaban los bonches de marihuana y otras drogas. Pero siempre hubo maltratos en su casa. Su mamá intentó matar a su papá de la locura. Así siempre se la pasaban, achuchillándose a cada rato. A mí me decía: tú tienes una bonita familia, cómo me gustaría ser tú”.

Los trabajos de cuidado también incluyen el ámbito emocional y sentimental, dar soporte, apoyo y cariños.
Los trabajos de cuidado también incluyen el ámbito emocional y sentimental, dar soporte, apoyo y cariños.Ricardo Hernández

Israel y Carlos se conocieron en las canchas de fútbol de la Región 227, una colonia aledaña. Otros vecinos los introdujeron a la marihuana, la cocaína y, por último, a la metanfetamina. La adicción avanzó tan rápido que tenían que tomar dos o tres dosis diarias. Para tener dinero, se montaban en una bicicleta, Israel manejaba y Carlitos iba sobre el manubrio, ordenando a quién asaltar con un cuchillo. “Él wachaba y yo lo seguía. Era como mi patroncito. Yo seguía sus pasos y quería ser cómo él”, recuerda Israel. Una vez, Carlitos decidió asaltar a quienes les surtían la droga. “Ese día le dispararon a mi carnalito”, dice el joven de 16 años, quien acaba de terminar un programa en un centro de rehabilitación que, asegura, funcionó.

Pablo Deng Chiw, académico de la Universidad Autónoma de Baja California Sur, ha insistido en la necesidad de cambiar el paradigma: renunciar a considerar el consumo de sustancias como problema de seguridad, para pensarlo como uno causado por el desamparo de las infancias en barrios marginales, los cuales carecen de garantías de cuidado, sin escuelas, guarderías, parques públicos ni familia cerca. En los asentamientos irregulares, los trabajos de cuidado incluyen mantener con vida a las infancias y alejarlos de las drogas, dice Pilivet Aguilar Alayola, docente de la Universidad del Caribe (Unicaribe), quien colabora un proyecto de sistema de cuidados local.

Desde inicios de 2024, el Ayuntamiento de Cancún ha convocado a la sociedad civil y academia para entender las necesidades específicas de cuidado que tiene la ciudad. Además, ha incluido un sistema de cuidados público local como programa prioritario dentro del Plan Municipal de Desarrollo, que se presentó este febrero. El siguiente paso, explica Aguilar Alayola, es reformar el Bando de Gobierno y Policía para que cada institución tenga claramente establecidas sus obligaciones respecto a los cuidados

Para Mariana Belló, de Oxfam, la clave es que el modelo de cuidados atienda a las necesidades específicas de estos asentamientos. El caso del barrio de Verónica y Chiqui, por ejemplo, hacen falta servicios públicos y estrategias puntuales para que mujeres como ella no gasten la mitad de su vida yendo por leña y sacando agua de pozos o que niños como él no quieran huir con pasitos desesperados del lugar donde viven.

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