The Salgado Macedonios challenge
Como en el viejo juego de las sillas, parecería que los candidatos mexicanos fueran sorprendidos por el fin de la música y se vieran obligados a buscar, como sea, su asiento
Templetes, chalecos, micrófonos, techos de lámina, goteras imaginarias y goteras ideológicas, casitas y casotas, carteles de “se busca” y camisetas mojadas. Ataúdes, motos, pugs, botargas, coreografías improvisadas, bicicletas, pelucas, podadoras de césped, el Titanic, fuegos artificiales, rings de boxeo, lechones, la Torre Eiffel, clases de yoga, lanchas rápidas y lentas, caminatas en la luna y hasta ovnis.
En nuestro país, las campañas electorales de los políticos y de sus sucedáneos —aquel cuya carrera se encuentre estancada o en evidente caída libre, siempre podrá revivirla convirtiéndose en peón de un partido nuevo o viejo— comienzan como sea, donde sea y a la hora que sea.
Como en el viejo juego de las sillas, parecería que los candidatos mexicanos —tanto los profesionales como los improvisados, es decir, aquellos que desnudan voluntaria y aquellos que desnudan involuntariamente la última aspiración de la partidocracia de nuestro país: los presupuestos— fueran sorprendidos por el fin de la música y se vieran obligados a buscar, como sea, su asiento.
Hasta aquí, aún siendo patética o precisamente por eso, esta situación podría parecernos divertida —en el fondo, el candidato que decide arrancar su campaña escalando un poste de luz, del que después resbalará y caerá al suelo, azotando como bulto, así como esa otra candidata que la arranca a lomos de un enorme buey que, en lugar de mostrarse domado y tranquilo, decide patear y brincar enloquecidamente, lanzando a la futura diputada por los aires, debería hacernos reír—.
El problema, sin embargo, es lo que este juego de las sillas, este maremágnum de las improvisaciones, desnuda involuntariamente. Porque de lo que no se puede reír, por más que pongan música de circo y en pantalla aparezca una corte de bufones, es del candidato que aparece ante nuestros ojos disfrazado de pescador, con una caña cuya línea lanza a un río de aguas negras, mientras baila emocionado y feliz, aseverando que él habrá de pescar más votos que sus rivales. Y es que en ese río de aguas negras, por ejemplo, él podría sacar los restos de un desaparecido.
De golpe, el viejo y ameno juego de las sillas se convierte en una radiografía que desnuda falta de criterio e indolencia —ahí está el excandidato presidencial que ahora es candidato a nada para poder ser, después, candidato a lo que sea, pues cree que así evitará la cárcel, quien, de pronto, ha descubierto que el problema de México son las caguamas—, por no decir imbecilidad pura —ahí está el candidato que arranca su campaña en un ataúd, porque le parece oportuno hablar del renacimiento de los valores en este, el país en donde los muertos que han dejado la guerra contra el narco, la pandemia y la imposición del necrocapitalismo se cuentan por cientos de miles—.
La falta de criterio, la indolencia y la imbecilidad, sin embargo, no son los únicos rasgos que desnuda el fin de la música, el pistoletazo de salida de las campañas de esta democracia en la que son más importantes las cuentas bancarias y los amarres que la justicia, la moral o la empatía. Los partidos —lo mismo da que estos se vean como movimientos sociales, movimientos que, sin embargo, no existen más que para dar forma a la nomenclatura y honrar la cooptación— también desnudan su clasismo —ahí está el candidato que sabe lo que es el esfuerzo porque cargó los palos de golf de su papá— y su racismo —ahí está la candidata que imprimió miles de volantes que aseveran: “Hazlo conmigo, no con la Morena”—.
Este clasismo y este racismo —si el lector de esta columna desea encontrar más ejemplos, basta con que siga las redes sociales de los candidatos que buscan ser electos en la mayor elección de nuestra historia— no se limita, sin embargo, a las campañas electorales, pues se halla en el corazón de la autoridad electoral —es increíble que Lorenzo Córdova, quien se burló de la forma de hablar de un representante indígena, burlándose, así, de sus exigencias, pero también de su comunidad, en tanto sujeto político, es decir, que se burló de una de partes del juego democrático, continúe en su puesto—: basta con estudiar las campañas de credencialización, para encontrar ahí lo mismo.
Falta de criterio, indolencia, imbecilidad, clasismo y racismo: todo esto suena cuando ya no suena la música. Pero también suenan el machismo, la bravuconería y las apologías de la violencia —ahí está Félix Salgado Macedonio, el candidato de candidatos, el que más ruido ha hecho durante estos últimos meses, no solo por ser un abusador y haber sido acusado de violación por diversas mujeres, sino también por haber causado la mayor disputa que hasta ahora se haya dado al interior de su partido, en donde la mayoría de las mujeres se le opuso y se le sigue oponiendo—.
Machismo: el candidato de candidatos sube al templete acompañado, como lleva haciendo más de veinte años, de dos mujeres semidesnudas —le falta, para completar el cuadro horrífico, tan solo una peluca verde—; bravuconería: el rey de la improvisación se pasea en otro templete, asegurando que es con él porque es con él o no es con nadie, que sin él, ni crean que habrá elecciones —le falta, para completar el cuadro del deshonor, tan solo aseverar que él es el Estado—.
Apología de la violencia: el lord de nuestro último gran candidatos challenge se pasea por otro templete aseverando que, si los consejeros electorales mantienen su decisión de no permitirle competir, los va a ir a buscar a su casa porque a él nadie va, nadie puede, nadie debe atreverse a “rascarle los huevos” —le falta (o no), para completar su amenaza, tan solo otro aplauso de la mesa que más le aplaude: la de Palacio—.
(Llegados a este punto, valdría la pena preguntarse: si Morena, como está claro, tiene ganada la elección en Guerrero, sin importar quien sea su candidato, ¿cuál es el interés de Palacio con Salgado Macedonio? ¿O es, más bien, lo que Salgado Macedonio sabe de Palacio lo que sustenta ese interés?).
Templetes, micrófonos, goteras ideológicas, carteles de “se busca”, toros bravos, cuerpos mojados, coronas de flores, veladoras, guardias de honor “para que los consejeros se vayan al cielo”, “para hacer oración por ellos”.
Cuando empieza el juego de las sillas, Salgado Macedonio ha ganado. Es lo más parecido a nuestro sistema de gobierno: un maremágnum de improvisaciones y amenazas.
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