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Fernando el Toro Valenzuela
Columna
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Valenzuela, el galáctico

Se hablaba de una “Fernandomanía” porque el beisbolista sonorense era un ídolo para la comunidad latina, sí, pero su carisma alcanzaba a todos los públicos

Imagen sin datar de Fernando Valenzuela como pitcher de los Dodgers.
Imagen sin datar de Fernando Valenzuela como pitcher de los Dodgers.Bernstein Associates (Getty Images)
Antonio Ortuño

Mucho ruido, en los medios y las redes, hizo el fallecimiento del beisbolista sonorense Fernando el Toro Valenzuela, acaecido el 22 de octubre en Los Ángeles, California, poco antes de que cumpliera 64 años. Mucho ruido, sí, pero quizá se hubiera esperado más en torno a alguien que no era solamente un “famoso” del ayer, sino uno de los deportistas nacionales más talentosos, ganadores y relevantes de la historia.

En los años ochenta, el Toro formó parte, junto al futbolista Hugo Sánchez y el boxeador Julio César Chávez, de una divina trinidad irrepetible. Deportistas mexicanos que no solamente eran “lo mejorcito” de lo que salía de nuestro país, sino que formaban parte de la primera línea en sus respectivas disciplinas, al nivel de los mejores. Y, como tales, fueron sujetos a una sobreexposición eterna por parte de quien pudo (el periodismo, la mercadotecnia, y hasta la política). Eso, sumado a ciertas espinas de carácter, ocasionó que la popularidad de algunos de ellos se deteriora con el tiempo. No ocurrió así en el caso de Valenzuela, un tipo que no daba pasto a los chismes, mostraba siempre un comportamiento profesional y cálido y que, incluso en el ocaso de su carrera, cuando su nivel ya había bajado, seguía recibiendo el respeto de los fans.

El Toro tuvo un inicio fulgurante en las Ligas Mayores. Los Dodgers de los Ángeles le dieron su primera oportunidad como lanzador en 1981 y con ellos fue campeón de la serie mundial, venciendo a los míticos Yanquis de Nueva York. En esa misma temporada fue votado como “novato del año” y ganó el premio Cy Young como mejor pitcher de la Liga Nacional. Su carrera nunca volvió a remontarse a ese Olimpo, pero se conservó en gran forma durante años.

Valenzuela era todo un as. Además de sus temibles lanzamientos de “tirabuzón”, tan desconcertantes que fueron incluso objetos de investigaciones por parte de las Grandes Ligas, eran legendarias sus habilidades como bateador (algo en lo que muchos pitchers cojean) y una notoria fortaleza física, que lo llevó a ser el lanzador con más partidos completos en varias temporadas. También consiguió el Santo Grial del juego: lanzar, en 1990, el mítico “juego perfecto”, sin hit ni carrera en contra, con la casaca de los Dodgers y frente a los Cardenales de San Luis.

Valenzuela se mantuvo durante un decenio en la élite. Y nunca como comparsa: era una superestrella con todas las de la ley. Se hablaba de una “Fernandomanía” en los Estados Unidos, porque Valenzuela era un ídolo para los mexicano-estadounidenses y para la comunidad latina, sí, pero su carisma alcanzaba a todos los públicos. No en balde se trató del jugador que convocó un mayor promedio de aficionados a las gradas en los juegos en que participó durante el decenio 1981-1991. Fernando fue el rostro del deporte de los guantes y los bats en aquel decenio.

El único punto negro en su carrera, de hecho, no puede ser señalado como culpa suya, sino de una inexplicable discriminación. El comité encargado de seleccionar a los jugadores que forman parte del Salón de la Fama de las Grandes Ligas no lo ha elegido jamás como miembro del club. Las reglas indican que un candidato debe reunir el 75% de los votos de los integrantes del comité y el Toro nunca ha pasado de 6% en los años en que su nombre ha sido presentado en las listas de aspirantes. ¿Cambiarán de parecer los electores ahora que el gran Fernando Valenzuela ha muerto? Su grandeza y la importancia de su legado, de cualquier forma, están garantizados.

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