Poema
Entiendo que Faulkner leía el Antiguo Testamento como si fueran narraciones de pueblos arcaicos, pero los Evangelios como poesía contemporánea
Como todos los viernes santos, también este año volví a ver la obra maestra de Nicholas Ray, Rey de reyes. Siempre la dan en un canal u otro. Es la historia de Jesús de Nazaret y, a mi entender, la mejor de todas las versiones filmadas. Es sobria, pegada al texto evangélico, poco sentimental, nada demagógica y sólo le reprocho que Jeffrey Hunter no dé, realmente, la imagen de un palestino del siglo primero.
Quiso el azar que esos días anduviera yo leyendo el estupendo tomo de entrevistas a William Faulkner (León en el jardín) que ha reeditado Javier Marías en su ineludible editorial Reino de Redonda. Uno de los presentes, un japonés, le plantea una curiosa pregunta: ¿cómo es que cita siempre el Antiguo Testamento, pero nunca los evangelios? La respuesta de Faulkner ya me había llamado la atención la primera vez que la leí, hacia 1970. Responde el escritor que el Antiguo Testamento es uno de los más robustos y hermosos relatos populares que conoce, pero el Nuevo Testamento es filosofía e ideas, algo propio de la poesía. Y añade que lee los evangelios como si oyera música. Entonces no lo entendí y pensé que era otro de los múltiples equívocos que tuvieron lugar en su experiencia japonesa. Este año, sin embargo, y gracias a Nicholas Ray, me he percatado de que llevaba toda la razón.
El relato evangélico es poesía como lo son las tragedias de Sófocles o de Esquilo, cantos ardientes y sabios sobre la desdicha humana, sus miserias, su aniquilación, pero también sobre la grandeza de los héroes y su capacidad para superar el horror de la injusticia, la opresión y la muerte. Entiendo que Faulkner leía el Antiguo Testamento como si fueran narraciones de pueblos arcaicos, pero los Evangelios como poesía contemporánea. Y así ha de ser.
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