Vieja
Jamás se me ha pasado por la cabeza, ni un instante, votar al candidato del enemigo, aunque tuviera la certeza de que su victoria rebajaría mi cuota del IRPF
Los resultados del 4-M me han enseñado que soy una vieja. Todo lo que creía, y no sólo que la alta participación favorecería a la izquierda en Madrid, era mentira. Durante treinta años, me he negado a aceptar que la Historia, tal como la concebimos, hubiera terminado, que la lucha ideológica no llegara a sobrevivir en el siglo XXI. Pero mis propios vecinos me han demostrado que Fukuyama tenía razón. Como soy una vieja que no entiende nada, nunca en mi vida he votado a un candidato. Como soy una vieja del siglo XX, he votado muchas veces a personas que ni siquiera me gustaban, pero encarnaban el proyecto ideológico con el que me identifico. Jamás se me ha pasado por la cabeza, ni un instante, votar al candidato del enemigo, aunque tuviera la certeza de que su victoria rebajaría mi cuota del IRPF. Soy consciente de que este año había muchas cosas en juego. No soy nadie para reprochar a miles de trabajadores que hayan votado pensando en conservar su puesto de trabajo, el de su pareja, los de sus padres o sus hijos, en la única comunidad autónoma donde casi todo ha permanecido abierto durante la pandemia. Pero fíjense si soy vieja requetevieja, que no le habría perdonado a la izquierda que hubiera prometido mantener Madrid igual, al margen de los criterios de los científicos. Sé que, con un poco de suerte, el coronavirus no se presentará a las próximas elecciones. La situación será distinta, pero la lección del 4 de mayo de 2021, donde los barrios pobres no distinguieron entre la izquierda y la derecha, permanecerá. Los viejos seguiremos votando lo de siempre, pero no volveremos a entender lo que votan los demás. Y lo peor es que tampoco llegaremos a conocer el mundo que, antes o después, volverá a arrancar el motor de la Historia.
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