Dos caballeros
Los hallazgos verbales, las ocurrencias, la peripecia breve y exacta, los vislumbres propios del buen novelista, hacen del centenar de retratos de Caballero Bonald una galería figurativa difícil de olvidar
En los días en que Francisco Brines está por recibir de manos reales el premio Cervantes, muere su antiguo vecino de portal madrileño Caballero Bonald, que lo tuvo en 2012. Creo haber leído todos los libros del escritor jerezano, pero vuelvo al saber su muerte, como a un imán, al último, Examen de ingenios (2017), obra maestra de la prosa memorial peninsular, equiparable en agudeza y gracia narrativa a Españoles de tres mundos de Juan Ramón, a los Retratos contemporáneos de Gómez de la Serna, Los encuentros de Vicente Aleixandre, los Homenots de Pla o el Otoño en Madrid hacia 1950 de Juan Benet.
Los hallazgos verbales, las ocurrencias, la peripecia breve y exacta, los vislumbres propios del buen novelista, hacen del centenar de retratos de Caballero Bonald una galería figurativa difícil de olvidar; al autor le sobran palabras para hacernos visible a José Hierro con su “pinta de cabecilla tártaro”, aunque sigue un buen rato al Azorín anciano por la Carrera de San Jerónimo, una “momia andariega” camino de los cines de sesión continua a los que se aficionó tanto el antiguo viajero noventayochista.
Generoso mas poco adulador, Caballero se fija asimismo en Brines, “aparentemente desentendido de todo lo que no atañe a su probidad”, y el valenciano probo es visto (¿desde la ventana colindante?) como alguien que “a lo más que ha llegado en el terreno práctico es a saber consultar una guía telefónica o un reloj, y aun así nunca ha logrado llegar a tiempo a ningún sitio”. El humor acerado, alguna vez hiriente, es un don perceptible en muchas páginas de Examen de ingenios, pero no se vaya a pensar que este es un libro de venganzas o chismes. Caballero no siempre es caballeresco con sus personajes, si bien sabe rendirse ante los que tienen un arte verdadero. Y cómo acierta con Brines, al decir que en su obra “la verdadera poesía ocupa más espacio que el poema”.
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