Una inteligencia distinta
Ni la ciencia ni la ciencia ficción han imaginado una mente alienígena
Hay cuestiones incognoscibles, como la cuadratura del círculo, y otras que son meramente indefinibles. El paradigma de estas últimas es la reflexión del juez Potter Stewart sobre la pornografía: “No sé definirla, pero la reconozco cuando la veo”. La inteligencia pertenece a esta categoría de conceptos. No sabemos definirla, pero todos la reconocemos cuando la vemos, ¿no es cierto? Una cuestión totalmente distinta es reconocer la inteligencia de los otros, los hongos, hormigas y abejas que nos rodean, los marcianos inventados por la ficción y todas esas máquinas empeñadas en ganarnos al ajedrez y al póker y en hacer las cosas mejor que nosotros.
Tomemos el humilde moho del fango, un ser de baja estofa que no tiene una sola neurona, no hablemos ya de algo remotamente parecido a un cerebro. Pese a ello, dos científicas del Instituto Max Planck de Dinámica y Autoorganización, en Gotinga, han demostrado que son capaces de recordar los lugares donde han comido, sobre todo si han comido bien. También pueden encontrar el camino más corto a través de un laberinto. Sostener que un hongo tiene algún tipo de inteligencia es la vía más segura hacia el loquero, pero el caso es que la tienen. Ya quisiera yo salir de los laberintos con tan mohoso desparpajo.
Los insectos sociales resultan desconcertantes. Una hormiga no sabe calcular nada, pero un hormiguero sí. Imaginen un hormiguero de los grandes, un Benidorm de los hormigueros, que puede tener perfectamente una docena de bocas. Las hormigas suelen tirar los cadáveres en un sitio en que molesten lo menos posible, y entre todas calculan el punto exacto que está más alejado de todas las bocas, como si tuvieran que bregar durante años con las asociaciones de vecinos. Se trata de un problema geométrico fatigoso de resolver, pero allá que van esos jeringados himenópteros hallando la solución más deprisa que un catedrático.
¿Por qué un pulpo es más listo que un calamar? Los genomas dan pistas importantes. Ambos animales muestran genomas típicos de su clase, los cefalópodos, salvo que el pulpo ha experimentado una vasta expansión de ciertos genes (cadherinas) implicados en la comunicación entre neuronas. Los humanos y nuestros ancestros también hemos amplificado esa familia genética, pero de manera independiente a la de los pulpos. Esto apunta a que la inteligencia ha evolucionado dos veces, una en los pulpos y otra en los humanos. Pero las dos, al final, acaban sirviendo para lo mismo: predecir el futuro partiendo de la experiencia.
Los autores de ciencia ficción se han mostrado particularmente torpes en este capítulo. Cuando se ponen a diseñar seres alienígenas hacen gala de una preocupante falta de creatividad. Para empezar, suelen ser unos tetrápodo-céntricos irredimibles. Si el marciano no tiene dos brazos y dos piernas, se le elimina del casting. Pero lo peor es que no han logrado imaginar una inteligencia verdaderamente distinta de la nuestra. Al igual que nosotros, los marcianos encuentran soluciones a problemas nuevos, utilizan para ello sus emociones y sus intuiciones y su motivación es entender las cuestiones que se les ponen por delante. Si existe en verdad una forma de inteligencia distinta de la humana, nuestra imaginación no ha estado a la altura.
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