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COLUMNA
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Dictadura para todos

Hay una izquierda que se ha quedado paralizada en el tiempo y en las ideas, incapaz de condenar a los dictadores que consideran suyos con la misma contundencia con la que condenan a los otros

Lluís Bassets
Protestas Cuba
Policías arrestan a un hombre que participaba en una manifestación en una calle en La Habana el pasado domingo.Ernesto Mastrascusa (EFE)
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La fórmula es de Miguel Díaz-Canel, el primer presidente castrista después de los Castro. Para Aina Vidal, la diputada de Podemos, la República de Cuba no es una dictadura, pero para quien sabe lo que se lleva entre manos, el dictador, se trata de una dictadura buena, incluso una “dictadura para todos”. Es verdad que improvisó a pie de calle estas palabras irónicas que sonarían a chiste si no fueran trágicos sus efectos. Lo hizo en el calor de su encaramiento con los manifestantes, en exacto estilo castrista, cuando se arremangó dispuesto a liarse a tortas, debidamente acompañado de su guardia personal, guayabera y bastón en mano.

Nada más democrático que un bien que no se lo quedan algunos sino que se reparte entre todos. Aina Vidal no habría osado llegar a tal síntesis: España será una democracia fallida, como suelen decir sus amigos, pero Cuba es una dictadura democrática, se entiende que el grado más perfecto de la democracia. Ya lo habían inventado Lenin por la izquierda, con la dictadura del proletariado, y Franco por la derecha, con la democracia orgánica.

Han pasado cien años desde la instauración de la primera y más de ochenta de la segunda, todo lo sabemos sobre el Gulag y el Holocausto, las hipocresías occidentales con Franco, Salazar, Pinochet y los coroneles griegos y las orientales con Budapest, Praga, las purgas estalinistas o la mortandad del maoísmo y de Pol Pot. El socialismo real se evaporó, sustituido en los casos más lamentables por regímenes mafiosos y despóticos, y en los más eficaces, por la pérfida mezcla obtenida por China de lo peor del capitalismo y lo peor del comunismo. No importa, porque hay una izquierda que se ha quedado paralizada en el tiempo y en las ideas, incapaz de aprender de la historia y de abandonar la hemiplejia moral y política para condenar a los dictadores que consideran como suyos con la misma contundencia con la que condenan a los otros.

Cuba es un punto ciego para todas estas cegueras. Su socialismo se hundió cuando cesó el patrocinio de la Unión Soviética. Por empeño anticapitalista, no quiso apuntarse a la dudosa vía china que conducía a la democracia a través de la prosperidad. Perdió con Moscú la primera guerra fría y enlaza ahora directamente con la segunda, con Moscú al lado y Pekín al mando. Más que Joe Biden, que combate en su propio país por el derecho de voto, es decir, por la democracia, a Díaz-Canel le convenía el trumpismo, enemigo perfecto para mantener el desafío al culpable imperio americano.

La rivalidad de Biden está en China y en la eficacia de su sistema autoritario. De ahí la imprescindible ejemplaridad de las democracias de ambas orillas del Atlántico, especialmente de cara a su inmediato vecindario. Para preservar la hegemonía en el siglo XXI, Washington necesita un único rasero que pueda aplicarse a la vez a Cuba y Arabia Saudí, a Venezuela y Egipto. En vez de dictadura para todos, democracia para todos.


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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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