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Tribuna
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Una huelga de cuidados es imposible

Pagar lo que vale la tarea de cuidar y devolverles a las trabajadoras una parte justa de la riqueza que aportan a la sociedad nos colocaría en un modelo con mayor justicia retributiva

Una imagen del documental de Georgina Cisquella 'Hotel Explotación: Las Kellys' (2018).
Una imagen del documental de Georgina Cisquella 'Hotel Explotación: Las Kellys' (2018).

Cuando en 2018 el movimiento 8-M en España y el movimiento Ni Una Menos en Argentina y en Italia convocaron una huelga de cuidados posiblemente ya sabían sus protagonistas, en lo más profundo de sus conciencias, que era imposible. Pero era precisamente visibilizar esa imposibilidad la fuerza política del movimiento. El trabajo de cuidado es todo ese trabajo destinado a reproducir la vida: alimentar, limpiar, cuidar y acompañar a las personas cuando no se valen por sí mismas, esa cara b del capitalismo que no se ve. Históricamente, ha sido relegado al ámbito doméstico y cargado sobre los hombros de las mujeres que menor posibilidad de elección tenían, normalmente las mujeres más pobres.

Si todo este trabajo de cuidado se para, efectivamente, se para el mundo. La crisis sanitaria de la covid-19 demostró que no era solo un lema y dio la razón al movimiento 8-M. Cuando el mundo entero se paró y muchos nos quedamos en casa, determinados trabajadores, y sobre todo trabajadoras, no pudieron parar. Su trabajo era esencial y los gobiernos y los medios de comunicación lo empezaron a llamar así. Cuando se cerraban los comedores escolares, cuando las trabajadoras de ayuda a domicilio dejaban de poder cuidar a personas dependientes y las limpiadoras se quedaban en casa, la economía entera se resentía y se dificultaba la producción, ellas no podían parar.

Y, sin embargo, se da la gran paradoja de que los trabajos esenciales para el sostenimiento de la vida son, a su vez, los más precarios, aquellos peor pagados y reconocidos. Son esos trabajos a los que se ven abocadas las personas que tienen menor capacidad de elección, y las mujeres, sobre todo las mujeres más pobres, siguen ocupando aún ese lugar. Y, si afinamos más, lo que veremos son mujeres inmigrantes, sobre todo aquellas que lo tienen más difícil para la obtención del permiso de residencia y trabajo. Así definía recientemente la presidenta de la asociación Servicio Doméstico Activo el ascensor laboral de las trabajadoras inmigrantes: se empieza por ser trabajadora del hogar interna, después externa, para por fin trabajar en una agencia de limpieza o de ayuda a domicilio.

En todos estos trabajos se cobra poco y se trabaja mucho con poca protección laboral. Quizá el más visible de estos trabajos esenciales, y a la vez precario, feminizado y racializado, sea el sector del servicio doméstico, donde el 95% son mujeres. Estas trabajadoras siguen luchando por su inclusión en el régimen general de la Seguridad Social y por un derecho tan básico como el desempleo. Recientemente, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea ha declarado discriminatorio el régimen especial del empleo del hogar en España que priva a estas trabajadoras del derecho al paro. Estas trabajadoras se ven imposibilitadas para negociar convenios colectivos y mejorar sus condiciones, pues no existe una patronal del trabajo del hogar con la que sentarse. La normativa sigue relegando a este sector a ser “casi trabajo”, porque “la chica es casi de la familia”, no es una trabajadora del todo.

Sin embargo, la buena noticia es que estas trabajadoras hace años que empezaron a autoorganizarse más allá del movimiento sindical tradicional y han encontrado la manera de que sus reivindicaciones tengan repercusión pública. Existen asociaciones de trabajadoras del hogar en muchas ciudades del Estado; así mismo es de sobra conocido el movimiento de las camareras de piso de los hoteles, conocido como Las Kellys (“las que limpian”). Y cada vez en más municipios del Estado español se suceden movilizaciones de trabajadoras de ayuda a domicilio cuya reivindicación principal suele ser la municipalización de estos servicios por parte de los respectivos ayuntamientos y evitar así la precariedad que conlleva la externalización laboral.

Cada vez son más las trabajadoras que se organizan y luchan por sus derechos laborales en estos sectores esenciales pero invisibles. Pero, además, estas sabias y valientes mujeres saben que juntas pueden más, y recientemente se ha celebrado en el Museo Reina Sofía de Madrid el segundo encuentro de feminismo sindicalista, donde muchos grupos de mujeres organizadas de manera autónoma o con el apoyo de los sindicatos más comprometidos se dieron cita para unir sus voces y ser más fuertes bajo el lema “Organizarse es empezar a vencer”.

Mejores condiciones laborales y mayores derechos en estos sectores no solo benefician a estas trabajadoras; también mejoran la vida de quienes necesitan estos cuidados. Pagar lo que vale el trabajo de cuidados y devolverles a estas trabajadoras una parte justa de la riqueza que aportan a la sociedad nos colocaría en un modelo con mayor justicia retributiva, con menor riqueza acumulada en pocas manos y con menos mujeres pobres. Afortunadamente, y le pese a quien le pese, las luchas de las de abajo han inundado el movimiento feminista. Un feminismo popular de trabajadoras de acá y de allá también ha estado presente en las movilizaciones del 8-M, y vienen con el firme propósito de exigir derechos para todas todos los días y cambiarlo todo.

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