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Columna
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El Chelsea y el blanqueamiento de los oligarcas

La pasión futbolística disimula cualquier desliz si tu presidente ficha a la estrella que puede hacerte ganar un campeonato. ¿Qué importa si la ficha va a pagarse con un dinero no pocas veces opaco y de origen autocrático?

Roman Abramovich Chelsea
Román Abramóvich, durante un partido del Chelsea en Stamford Bridge en diciembre de 2016.REUTERS
Jordi Amat

En julio de 2020, se presentó un informe sobre Rusia en el Comité de Inteligencia y Seguridad de la Cámara de los Comunes. Uno de los epígrafes estaba dedicado a explicar desde cuándo y por qué Londres se había convertido en primera residencia de oligarcas. En la página 15 se explicita que el activador de su llegada había sido una decisión política cuyo objetivo era la captación de millones de libras: la concesión de visados de residencia a grandes inversores. Desde 1994, si invertías un dineral en el Reino Unido, bienvenido, gracias por estar aquí. Los rusos invirtieron en el mercado inmobiliario —casoplones en los barrios más caros del mundo— y en mercados de capitales —con todo su complejo entramado societario que tantas veces rebota de país en país hasta llegar a una sociedad en un paraíso fiscal—.

La invitación no podía ser más atractiva: no importa de dónde seas ni la procedencia de tu dinero. Ni en Londres entonces ni hoy, pongamos por caso, en Miami o Madrid. No preguntes. No hay por qué preocuparse. Has comprado la seguridad jurídica de la democracia liberal y, al mismo tiempo, en la City disponemos de ingeniería financiera para que se pierda el rastro de tu fortuna. Días de vino y rosas de un ciclo histórico que ha terminado.

La privatización de empresas públicas soviéticas había creado una nueva oligarquía —algunos de sus integrantes eran vecinos de Londongrado— y la victoria de la democracia se asociaba con la esperanza de normalizar una mejor gobernanza en todo el continente gracias al establecimiento de vínculos económicos con aquellas compañías de materias primas. Fue un interesado cambalache de soft power por hard power, bendecido por una ideología consensuada cuya cruz resplandece ahora con una luz muy oscura. Durante las primeras dos décadas del siglo XX, dicha teoría permitió mirar hacia otro lado para no contemplar la cara b de la globalización, la que ese informe del Parlamento británico puso negro sobre blanco al interpretar los porqués de la apuesta por Londres de la oligarquía: “Lo que ahora está claro es que, de hecho, era contraproducente, ya que ofrecía unos mecanismos ideales a través de los cuales la financiación ilícita podría reciclarse a través de lo que se ha denominado la lavandería londinense”.

Tal vez el gesto más icónico de esa época fue el desembarco en 2003 de Roman Abramóvich en la propiedad del Chelsea. El desembarco y el despilfarro. No es casualidad. Como dice el mohicano Pere Rusiñol, el fútbol retrata la sociedad de cada momento. En ese fueron encadenándose las consecuencias económicas del colapso de la URSS con la globalización occidental y la expansión de los círculos del putinismo. La misma época de la Champions League que multiplicó las posibilidades de negocio global del fútbol, definitivamente transformado en una de las puntas de lanza de la industria del entretenimiento y, por ello, en palanca de prestigio en la sociedad del espectáculo para presidentes, directivos y jugadores asesorados para convertirse en marcas multinacionales (como tan bien muestra en el documental biográfico Neymar. El caos perfecto).

Digámoslo con otras palabras. No es que Abramóvich blanquease su fortuna a través del fútbol y no solo que entrenadores y futbolistas de élite usasen la misma ingeniería financiera que los oligarcas para evadir impuestos (lo revelaron hace cuatro días los Papeles de Pandora). Es eso y otra dimensión tal vez más importante. Los palcos de los estadios han sido espacios paradigmáticos del blanqueamiento de reputaciones. Lo han usado emires u oligarcas, Rusia China o Qatar. Porque este deporte tiene esa virtualidad: la pasión que nos provoca el fútbol disimula cualquier desliz si tu presidente ficha a la estrella que puede hacerte ganar un campeonato. ¿Qué importa si la ficha va a pagarse con un dinero no pocas veces opaco y de origen autocrático? Fue la repregunta que el entrenador Jurgen Klopp le hizo a un periodista a propósito del Chelsea, Abramóvich y la guerra de Ucrania. “Esa es la pregunta, pero creo que es obvio de dónde viene el dinero. Es decir, todos lo sabíamos, pero lo aceptábamos”.

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Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Escribe en la sección de 'Opinión' y coordina 'Babelia', el suplemento cultural de EL PAÍS.

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