Francia: elecciones europeas
La candidatura de Marine Le Pen a la presidencia amenaza el corazón mismo de lo que la Unión representa hoy
El próximo domingo, los franceses eligen algo más que a su próximo presidente: lo que está en juego es el futuro mismo de la construcción europea. Si se albergaban dudas, quedaron despejadas en el debate celebrado la noche del miércoles entre la ultraderechista Marine Le Pen y el actual mandatario Emmanuel Macron. Y ello a pesar de que la puesta en escena entre el candidato que encarna los consensos de una democracia con respecto a la candidata de extrema derecha mostró una distancia que jamás fue tan pequeña. Su manera de hablar y sus formas han conseguido que Le Pen parezca estar perfectamente integrada en esos consensos.
Sin embargo, el abismo existente entre el programa de la candidata ultra con respecto a los valores que representan las democracias occidentales no puede ser mayor. Le Pen defiende un programa destinado a echar a los extranjeros de Francia, aunque la retórica aprendida diluya la dureza del mensaje. La idea que en el fondo subyace es la visión nativista de una nación que bien podría resumirse en la máxima excluyente de “Francia para los franceses”, perfectamente compatible con esa otra de la prioridad nacional en el acceso a las ayudas sociales, el empleo y el alojamiento que institucionaliza esa discriminación. La propuesta de prohibición de llevar el velo en el espacio público esbozada durante el debate establecía una cadena de equivalencias entre inmigración, islamismo y terrorismo que le valió la acusación de su contrincante, Emmanuel Macron, de vulnerar el espíritu universalista republicano francés de vocación ilustrada. No le falta razón: la mezcla de todos esos elementos esconde una seria amenaza sobre los valores de igualdad, respeto y tolerancia en los que se sustenta el republicanismo laico. Esos valores proceden históricamente de Francia y Europa los ha hecho suyos: representan la imagen que la Unión quiere proyectar al mundo. Su desafío en Francia constituye un desafío para Europa en su conjunto.
La recomposición política que está experimentando Francia, con la debacle de los dos partidos fundacionales de la V República —republicanos y socialistas—, quedó reflejada en la transformación de los términos del enfrentamiento entre los dos contrincantes. Lo que vimos no fue una competición situada en el eje ideológico izquierda y derecha, sino una batalla entre dos modelos y dos visiones de futuro que dibujan la línea de fractura entre un europeísmo liberal frente al nacionalpopulismo de Marine Le Pen, replegada en un mensaje esencialista de la identidad (para el que Éric Zemmour preparó el camino). Pero no es solo el acervo republicano lo que está en juego. El peligro que representaría la elección de una candidata como Marine Le Pen en una de las potencias fundadoras de la Unión Europea, y motor de su eje junto a Alemania, también quedó reflejado en la confusión a la hora de desmentir los vínculos con Vladímir Putin y con su propuesta de referéndum destinado a introducir la preferencia nacional frente al derecho comunitario en la Constitución francesa. Además de ser una propuesta inconstitucional, Le Pen no esconde el énfasis emocional centrado en devolver “la soberanía” al pueblo. Hace encajar en el mensaje así su idea de una Europa de las naciones promulgada por sus camaradas ultras del Este, el primer ministro polaco Mateusz Morawiecki y el húngaro Viktor Orbán. La devolución a Francia de una soberanía nacionalista, como pretende Le Pen, apunta a sabiendas al corazón mismo de lo que hoy representa Europa en el mundo.
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