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Columna
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Laura Borràs o el lírico encanto de la impostura

La presidenta del Parlament ha arrasado para hacerse con el poder en Junts porque, en teoría, es una buena marca y, si la cosa se lía, siempre nos quedará repetir represión

Laura Borràs
Laura Borràs, el miércoles en el pleno del Parlament.David Zorrakino (Europa Press)
Jordi Amat

El regalo para los trabajadores de la institución que preside no estaba mal. Venía Sant Jordi y la presidenta, además de una rosa, regaló poesía. Laura Borràs optó por un clásico: la nueva edición de Da nuces pueris, el primer libro de Gabriel Ferrater. Lo que no podía imaginarse era que bastantes de los trabajadores del Parlament lo rehusasen y devolviesen el ejemplar a los ujieres. Más que “un juego perverso”, como puede leerse en el poema Sobre la catarsis, parece la reacción ante una costumbre: la impostura. A lo largo de aquella mañana, como contó Àngels Piñol, en algunos lugares del palacio se colocaron cubos de plástico con el cartel “Roses retornades”. Durante las horas siguientes se llenaron de rosas. Este descontento de los trabajadores del Parlament tiene múltiples causas. Todas rebotan contra el principal talento de la personalidad política de Borràs: su capacidad lírica y populista para neutralizar la contradicción entre palabras y hechos.

La popularidad de Borràs se fundamenta en un melifluo discurso independentista de confrontación con el Estado cuya materialización implicaría la desobediencia institucional. Hace tres meses se produjo su momento para pasar de la proclama patriótica a la acción concreta. Y claro, no. La Junta Electoral Central, en una decisión como poco exagerada, ordenó el cese del diputado Pau Juvillà por no haber atendido la orden que le obligaba a retirar el lazo amarillo que tenía colgado en la ventana de su balcón. Nunca jamás, decía Borràs, pero el diputado, que además era miembro de la Mesa, fue cesado. Para no asumir sus responsabilidades, ella las transfirió a los funcionarios del Parlament al afirmar que habían actuado sin su consentimiento. “Me entusiasma la imagen / del general traidor”, escribe Ferrater en Lección de historia. Para evitar que el activismo la crucificase, esa noche acudió a una concentración prohibida por la Consejería de Interior, acompañada por su núcleo de confianza. Se dio un baño de masas y, gracias al bullying de su batallón tuitero, el foco se alejó del Parlament.

Otra estrategia de desplazamiento del foco está relacionada con el escándalo que destapó la periodista Núria Orriols en el Ara. Hasta ese momento, los trabajadores que cumplen 60 años y han trabajado más de 15 en el Parlament podían acogerse a una “licencia de edad”. Permite cobrar la práctica integridad del sueldo sin necesidad de ir a trabajar. Chollazo. Se sucedieron declaraciones de Borràs. Había tomado medidas, lo solucionaría. Pasada la tormenta mediática, aparentemente caso resuelto. Apenas importaba que el informe de los letrados de la Cámara razonase que no había problema para que los funcionarios se reincorporasen a su lugar de trabajo. Para evitarse problemas, Borràs defiende blindar licencias ya autorizadas y no reincorpora a un solo trabajador al Parlament. Es una variante de lo que el diputado popular Fernández denunció en una intervención desternillante. Mientras de día Borràs acusa al Estado de fascista y opresor, por la noche cumplimenta la documentación para obtener plaza de funcionaria del Estado. “Nos lo vendería todo, cosas y cosas”, puede leerse en el poema Como Fausto.

Esta semana Laura Borràs ha conseguido que ella y su núcleo de confianza ocupen las principales parcelas de poder de su partido, siempre en construcción. No solo será presidenta del Parlament, sino también de Junts, el partido cuyo origen remoto era la moderación convergente y hoy torpedea un nuevo consenso lingüístico. A la hora de negociar el acuerdo con otras familias del mismo espacio sobreexcitado, no ha importado que Borràs esté siendo investigada por cuatro delitos de corrupción —malversación, prevaricación, fraude y falsedad documental— tras el fraccionamiento de 18 contratos que suman más de 300.000 euros. Ha arrasado porque, en teoría, es una buena marca y, si la cosa se lía, siempre nos quedará repetir represión. “Reiremos también, y guardaremos el secreto”, escribió Ferrater en otro poema de Da nuces pueris. El secreto que ella encara y que tanto ha condicionado la gobernabilidad en Cataluña durante la última década es la impostura. Lírica, eso sí.

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Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Escribe en la sección de 'Opinión' y coordina 'Babelia', el suplemento cultural de EL PAÍS.

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