China y Rusia aprovechan el hueco que occidente ha dejado en América Latina
Moscú tiene un peso económico mucho menor que el de Pekín y, sin embargo, durante la pandemia ha incrementado su proyección gracias a la estrategia de suministro de su vacuna Sputnik
A partir de la segunda mitad de los años cincuenta del siglo pasado, el enfrentamiento entre la URSS y Estados Unidos giró paulatinamente hacia el tercer mundo. La descolonización de las áreas pertenecientes a los imperios europeos, por un lado, y la desestalinización de la política exterior soviética, por el otro, empujaron el conflicto entre el bloque socialista y el capitalista hacia las mal llamadas periferias del mundo. A pesar de la centralidad que el tercer mundo tuvo para los dos bloques durante los años de la Guerra Fría, la cosecha en la región latinoamericana fue más bien pobre.
La URSS pudo aprovecharse del triunfo de la Revolución Cubana en 1959, un proceso que, sin embargo, había empezado sin ninguna vinculación con Moscú y que solamente frente a la amenaza de intervención estadounidense decidió alinearse con la URSS. Después de este hito, el liderazgo soviético consideró que sustraer la región a la esfera de influencia estadounidense era tarea demasiado costosa, una consideración que generó más de un conflicto con el liderazgo revolucionario de Fidel Castro que, en cambio, creía que el modelo cubano se podía exportar a los demás países de América Latina. China mantuvo una importante influencia a nivel ideológico, sobre todo, sobre generaciones de jóvenes revolucionarios latinoamericanos y, sin embargo, el caos generado en el país por la revolución cultural a lo largo de los años sesenta y setenta socavó la capacidad de Pekín para aprovechar geopolíticamente el atractivo del modelo maoísta.
Es paradójico que, una vez concluida la Guerra Fría, cuando el fervor ideológico que alimentaba el conflicto ha cesado de existir, Rusia y, sobre todo, China parecen estar alcanzando un nivel de influencia sobre la región bastante más extenso del que llegaron a tener durante los años del llamado enfrentamiento bipolar. Sabemos que las relaciones comerciales entre China y América Latina han crecido de forma exponencial y el Banco Chino de Desarrollo, una institución financiera pública, es ya unos de los principales inversores en los proyectos de construcción de infraestructura de los países de la región. Xi Jinping ha visitado la región 11 veces y el país comunista ha asignado a Argentina, Brasil, Chile, Ecuador, México, Perú y Venezuela el más alto nivel de cooperación estratégica. China se plantea, se propone y, sobre todo, es percibida como una posible alternativa político-económica a la hegemonía regional estadounidense.
Rusia tiene un peso económico mucho menor que el chino y, sin embargo, durante la pandemia ha podido también incrementar su proyección gracias a una muy bien planificada estrategia de suministro de su vacuna Sputnik, en un momento en el cual tanto Estados Unidos como Europa estaban concentrados en resolver sus propios problemas de abastecimiento y, por ende, muy poco propensos en cooperar con la región. Rusia ha mantenido además cierto prestigio militar en la región, aunque la invasión de Ucrania puede haber modificado en parte esta percepción, que ha soslayado en las décadas pasadas un sensible aumento de su influencia en América Latina. Esta se ha hecho evidente justamente en relación con la invasión rusa de Ucrania, donde un número importante de países latinoamericanos ha mantenido una posición bastante tibia frente los intentos de estigmatizar la operación militar rusa. En la votación sobre la expulsión de Rusia del Consejo de Naciones Unidas sobre Derechos Humanos, países cómo México, Brasil y El Salvador se abstuvieron, mientras que Nicaragua, Cuba, y Bolivia votaron en contra.
La capacidad de expansión de la proyección china y rusa sobre la región ha sido posible por un conjunto de diversos factores. Por un lado, hay que señalar la debilidad de la política exterior europea hacia la región que, a pesar de algunas declaraciones retóricas y con la excepción de España, ha recibido tradicionalmente un nivel de prioridad bajo por parte de los países de la Unión Europea. Además, la política exterior de la UE sigue sufriendo de un marcado provincialismo y de la incapacidad de afinar las distintas voces e intereses de los países que la integraran, hechos que merman su capacidad de proyección, no solamente en América Latina, por cierto. Y, sin embargo, ha sido el vacío relativo dejado por parte de Estados Unidos en la región el factor que ha permitido una fuerte expansión de sus principales competidores geopolíticos.
Durante la Guerra Fría, Washington habría considerado intolerable el nivel de influencia alcanzado sobre todo por parte de China en América Latina. La política exterior estadounidense, sin embargo, ha sido en larga parte absorbida por los conflictos en Afganistán e Irak y la necesidad de enmendar los dramáticos estragos diplomáticos y geopolíticos por ellos generados a nivel global. Esas intervenciones fracasadas, aunadas a la crisis económica de 2008, han erosionado fuertemente la credibilidad internacional de Estados Unidos, generando una ventana de oportunidad aprovechada por China y Rusia para incrementar su presencia en la región. Y, sin embargo, el escenario hasta aquí dibujado no tiene que hacernos exagerar el margen de maniobra en la región de los competidores internacionales de Estados Unidos.
En primer lugar, América Latina es un área política marcada en su mayoría por regímenes democráticos. Esto genera incompatibilidades potencialmente importantes con China y Rusia, cuyos modelos autoritarios no resultan particularmente atractivos en el subcontinente. Aunque los Gobiernos de la nueva izquierda latinoamericana, que gobiernan en países importantes de América Latina, buscan legítimamente una estrategia para diversificar sus relaciones político-económicas, la naturaleza brutalmente autoritaria de los regímenes políticos chino y ruso puede constituir un importante límite en la interlocución, algo que ya se ha manifestado en las posiciones del Chile de Gabriel Boric y, aunque en una medida algo menor, en el México de Andrés Manuel López Obrador. Y, finalmente, mientras Rusia no tiene la capacidad para plantearse como alternativa económica a Estados Unidos, China tiene problemas de incompatibilidad económica, especialmente con aquellos Gobiernos de la región que buscan poner en marcha estrategias de diversificación económica industrial. China importa básicamente de América Latina productos primarios y exporta bienes manufacturados, generando problemas de competencia potencial con aquellos países latinoamericanos que, en cambio, buscan incrementar la capacidad de producción industrial nacional.
El alcance futuro de la consolidación de la interlocución estratégica entre China, Rusia y América Latina dependerá en larga parte de la capacidad de Washington y la Unión Europea para responder a las exigencias de desarrollo económico y democracia social que emergen con fuerza de la región. Esta capacidad, hasta el momento, no parece haber estado a la altura de las circunstancias.
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