La reunión de Biden y Xi olvida a Ucrania para concentrarse en Taiwán
La entrevista de ambos presidentes en Bali permite seguramente reducir la creciente tensión en las relaciones entre EE UU y China, pero no parece ofrecer soluciones a los dos problemas más acuciantes para el orden internacional
Es difícil imaginar una reunión más transcendental que la que los presidentes Biden y Xi acaban de mantener en los aledaños de la reunión del G-20 en Bali. La ausencia de Putin, sin duda, ha facilitado la redacción de un comunicado final en el que la mayoría de los miembros del G-20 —aunque no todos— deploran la invasión de Ucrania por parte de Rusia y solicitan que las tropas rusas se retiren. En cambio, el resto —entre los que se encuentra China— declara de manera abierta no ver las cosas así, haciendo referencia expresa a las sanciones como problema. A pesar del comunicado, la guerra en Ucrania no parece haber sido el fondo del diálogo bilateral entre Biden y Xi, sino Taiwán. Este hecho en sí debería levantar la señal de alarma a los europeos sobre lo que realmente importa a Estados Unidos. De hecho, aunque Biden haya conseguido salvar el control del Senado por los pelos en las elecciones estadounidenses de mitad de mandato, esto no quiere decir que el apoyo de Estados Unidos a Ucrania vaya a continuar sin cambio alguno. De hecho, el apoyo americano a Ucrania se complica mucho con una Cámara de Representantes en manos de los republicanos, lo que, sin duda, debilita la posición de Biden frente a Xi en lo que se refiere al desenlace de la guerra de Ucrania. Más allá de la denuncia conjunta al potencial uso de armas nucleares, lo que Xi ya prometió al canciller Scholz en su viaje reciente a Pekín, no parece que el tema de Ucrania haya dado para mucho más en el encuentro entre Biden y Xi.
En cambio, lo que ha quedado claro al mundo entero es que Taiwán se ha convertido en el punto álgido en la competencia estratégica entre EE UU y China. De hecho, el objetivo más importante del encuentro entre Biden y Xi ha sido el de amortiguar la tensión en el estrecho de Taiwán, que solo ha ido en aumento en los últimos años, especialmente desde la visita de la presidenta de la Cámara de Representantes estadounidense, Nancy Pelosi, el pasado mes de agosto. De los comunicados de ambas partes tras la reunión entre Biden y Xi se pueden destilar algunos mensajes importantes. Empezando por los positivos, el presidente Xi se ha mostrado mucho más condescendiente, respecto a sus declaraciones durante el congreso del Partido Comunista y en una visita aún más reciente a la Comisión Militar Nacional. En concreto, Xi pareciera haber asegurado a Biden que China no tiene ninguna intención de arrebatar el liderazgo mundial a EE UU ni de entrar en un conflicto militar sobre Taiwán en el corto plazo. Estas señales de distensión constituyen, sin duda, una buena noticia para el mundo, pero la pregunta clave es entender qué hay detrás de este giro por parte de Xi.
La explicación más plausible es que Xi haya querido sembrar el terreno para que Biden reciba de manera más favorable las líneas rojas de China respecto a Taiwán. Para China esas líneas rojas nunca han cambiado y es EE UU el que se ha alejado de su posición histórica, conocida como One China Policy. Es cierto que Biden, en nada menos que cuatro ocasiones, ha reiterado que EE UU apoyará a Taiwán en el caso de que China decidiera atacar la isla. Por otro lado, es también cierto que el libro blanco que China hizo público tras la visita de Nanci Pelosi modifica la propuesta de anteriores libros blancos publicados por China continental respecto a la reunificación de Taiwán. Más concretamente, la solución que China propone en dicho libro blanco es menos generosa en lo que se refiere a las áreas que China delegaría en las autoridades de Taiwán. En ese sentido, el país asiático parece haber aprendido del caso de Hong Kong y quiere evitar problemas con un modelo de “un país y dos sistemas” que deje demasiado espacio de autogobierno. En otras palabras, no solo la propuesta de China para la reunificación de Taiwán está cambiando, adaptándose a las circunstancias nuevas de un mundo dominado por la competición estratégica entre EE UU y China, sino que también sus líneas rojas sobre Taiwán están cambiando. De hecho, la reacción del Gobierno chino a cualquier visita oficial o semioficial a Taiwán nunca ha sido tan dura y no hay perspectivas de que esto cambie, sino todo lo contrario.
En resumen, lo que parece destilarse del encuentro entre Biden y Xi es que ninguno parece muy dispuesto a entrar en un conflicto militar por Taiwán, al menos en el corto plazo, lo que constituye una estupenda noticia para el mundo. Por otro lado, Xi podría haber conseguido mucho a cambio de esa promesa de evitar un conflicto bélico y de no querer arrebatar el liderazgo mundial a EE UU. En concreto, Xi podría haber conseguido el beneplácito, implícito probablemente, sobre unas líneas rojas que, en la práctica, estrechan aún más el cerco sobre la isla de Taiwán, aislándola ulteriormente.
Ante esta situación podemos plantearnos una serie de preguntas. La primera es cuánto sea consciente Biden de la estrategia de Xi respecto a Taiwán, o sea, la de apaciguar los ánimos mientras estrecha el círculo. Biden tiene que regresar a EE UU con algo más que una patada hacia adelante en lo que se refiere a Taiwán, pero no parece que haya conseguido nada más. En ese sentido, y enlazando con Ucrania, tampoco parece que Biden haya obtenido ninguna moneda de cambio por parte de China en lo que pudiera ser una posición más dura hacia Rusia, más allá del caso extremo de uso de armas nucleares.
Así, aunque el encuentro entre Biden y Xi es sin duda importante y seguramente permite reducir la creciente tensión en las relaciones entre EE UU y China, al menos temporalmente no parece ofrecer soluciones a los dos problemas más acuciantes para el orden internacional, como son la guerra en Ucrania y las tensiones en el estrecho de Taiwán. Aunque es cierto que el haber podido recomenzar un diálogo en persona entre ambos líderes es una excelente noticia para el mundo, los frutos de ese diálogo son escasos y, a favor de Biden, prácticamente inexistentes, lo que no va a ser un mensaje político fácil para Biden una vez regrese a EE UU. En cuanto a Europa, no parece que sus líderes presentes en las reuniones del G-20 puedan pasar de meros espectadores a pesar de las reuniones bilaterales con Xi. Ya Scholz no consiguió que Xi diera su brazo a torcer sobre Ucrania más allá de reiterar una posición bien conocida por parte de China de condena del uso de armas nucleares. Es difícil pensar que Macron o Sánchez hayan podido ir más allá en sus reuniones bilaterales con Xi en el seno del G-20. Por último, no parece que ninguno de los líderes europeos tenga la capacidad de participar de manera activa en encontrar una solución a la dificilísima situación del estrecho de Taiwán a pesar de su importancia geoestrategia y económica, siendo el principal exportador de semiconductores del mundo. Esto, sin duda, dice mucho de nuestra relevancia en el mundo: poca y menguante.
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