La covid de larga duración es un problema de salud pública
Los efectos persistentes de la enfermedad afectan a millones de personas y suponen una emergencia que las instituciones y la industria tienen que abordar de forma compartida como hicieron en la pandemia
La pandemia de covid-19 ha dado lugar a uno de los desafíos de salud pública global más alarmantes y exigentes de los últimos 100 años, con importantes repercusiones sanitarias, sociales, emocionales y económicas. El progreso científico está permitiendo paulatinamente hacer frente al nuevo virus a través de avances muy significativos en materia de diagnóstico, terapia y prevención. Fruto de ello existen en la actualidad una decena de vacunas altamente efectivas en prevenir la enfermedad grave, e incluso la muerte por covid-19.
No obstante, apenas pocos meses después de declararse oficialmente la pandemia, y de que cientos de miles de personas se hubieran infectado de forma aguda en todo el mundo, comenzaron las primeras noticias sobre la persistencia de síntomas muy variados en un porcentaje nada desdeñable de la población, semanas e incluso meses después del contacto con el virus. Los primeros compases de esta “resaca pandémica” fueron confusos, con decenas de síntomas reportados, un total desconocimiento de las razones que los originaban, sin opciones terapéuticas para poder abordarlos y con la incapacidad de poder predecir qué pacientes sufrirían las secuelas tras la infección. Una situación semejante en cierto modo a la vivida hace un siglo durante la pandemia de 1918, con muchos supervivientes sufriendo ansiedad, depresión y miseria.
Hoy en día es de sobra conocido que una de las grandes consecuencias sanitarias que está dejando la pospandemia se llama covid de larga duración o persistente, o como dirían los anglosajones, long covid. Los pacientes que sufren la dolencia se cuentan por centenares de miles en el mundo y muchos han entrado en su tercer año sin lograr recuperar la salud totalmente, y habiendo perdido por el camino trabajo y esperanza.
A lo largo de los últimos meses, la comunidad científica está descifrando algunas de las incógnitas relacionadas con la enfermedad, con su evolución y etiología, y entiende con más precisión muchas de sus consecuencias. Un primer aspecto destacable de la covid de larga duración es el increíble abanico de síntomas clínicos, hasta 200 descritos, asociados a la posinfección. Desde anosmia, fatiga, dolor muscular, problemas respiratorios, pérdida de cabello, tos y pérdida de libido, hasta ansiedad, depresión, alteraciones cardiacas y cognitivas. Estas secuelas se asocian de forma intensa a comorbilidades preexistentes, y con aspectos socioeconómicos de la población, pero no con la intensidad de la enfermedad o con el tipo de subvariante de un virus en constante evolución. La etiología no es del todo conocida, pero se formulan varias hipótesis como la del acantonamiento del virus en tejidos y órganos en forma de reservorios, la acción directa e indirecta de microcoágulos desarrollados durante la covid-19 o la implicación de un sistema inmunitario desregulado. Mención aparte merecen los efectos del virus en el cerebro, y por ende en el sistema nervioso central. A pesar de los enormes interrogantes existentes, algunos estudios apuntan a que la entrada del virus afectaría a células olfatorias, astrocitos y neuronas, promoviendo la inflamación y con ello el daño cerebral. Sin duda, la complejidad y heterodoxia de la enfermedad y la dificultad de su categorización en términos de su prevalencia o sintomatología dificulta sobremanera el diseño y desarrollo de ensayos clínicos dirigidos a evaluar posibles candidatos farmacológicos.
Se estima que uno de cada ocho infectados sufre esta condición persistente, un porcentaje incluso superior en los mayores de 65 años. Una prevalencia de tal magnitud ocasiona importantes repercusiones laborales. Un informe de Brookings calcula que cerca de 16 millones de estadounidenses presentan síntomas crónicos, y que entre dos y cuatro millones están de baja. Una situación que genera un agujero económico derivado de la inactividad laboral que ascendería a cerca de 200.000 millones de dólares.
Ante tanta evidencia y prevalencia, ¿por qué no se han realizado más esfuerzos para entender la enfermedad y se han ensayado tratamientos para su abordaje? Es evidente que a la medicina no le agrada lo que no acaba de entender, y en muchos casos lo más sencillo es ignorarlo. Algo, por cierto, que ha ocurrido y ocurre en otras muchas condiciones posvirales, que acaban cronificándose y haciendo que pacientes y familiares vayan perdiendo la paciencia y la salud.
Es momento de abordar la covid de larga duración como un problema de salud pública. Promover más ensayos clínicos, colaboraciones científicas multidisciplinares, escuchar a los pacientes y dotar al sistema sanitario y sus profesionales de herramientas que permitan abordar su tratamiento de forma eficiente. Al igual que la ciencia se volcó en la búsqueda de un remedio para reducir la mortalidad por covid en un tiempo extraordinariamente corto en términos científicos, por el bien de todo el conjunto de la sociedad, es necesario que instituciones e industria farmacéutica adopten un posicionamiento decidido y colaborativo que consiga hacer frente, en el menor tiempo posible, a una enfermedad que merma la calidad de millones de personas en todo el mundo.
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