_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Regreso al país del gulag

No es Ucrania la única víctima. Tanto o más insidiosa es la destrucción de Rusia, porque es invisible, asesina y mata también las conciencias

Russian President Vladimir Putin
El presidente ruso, Vladímir Putin, participa en el Consejo de Seguridad de la Federación Rusa, el pasado 5 de abril en el Kremlin.DPA vía Europa Press (DPA vía Europa Press)
Lluís Bassets

Emerge de nuevo el siniestro archipiélago que narró Alexandr Solzhenistsin magistralmente, como si el mar de una incierta y precaria libertad se hubiera retirado. No es Ucrania la única víctima. Tanto o más insidiosa es la destrucción de Rusia, porque es invisible, asesina y mata también las conciencias. Carece de toda esperanza.

Conocemos de Ucrania las imágenes de las matanzas en Bucha, el teatro de Mariupol o la estación de Kramatorsk, de las ciudades devastadas, las escuelas y hospitales bombardeados o las plantas industriales arrasadas. Hemos visto soldados decapitados por los rusos y un mercenario desertor de Wagner asesinado a mazazos. También sabemos del maltrato, las torturas y ejecuciones sumarias de los prisioneros de guerra, de uno y otro lado.

Nada se ve, en cambio, de la destrucción en tierra rusa. Allí el efecto es sigiloso y oculto. En vidas destruidas, ante todo, los jóvenes reclutados a la fuerza, los presidiarios forzados a comprar una dudosa libertad a cambio del alistamiento, los expedidos a primera línea en batallones de castigo tras su detención en las manifestaciones contra la guerra...

Como en el pasado estalinista, la represión se distingue precisamente “porque afecta a gente que no es culpable de nada”. Este es el caso de Alexéi Moskaliov, detenido y condenado a dos años por el dibujo contra la guerra de Ucrania que hizo su hija de 13 años, internada ahora en un asilo para niños.

Esos inocentes condenados son los que salvan a Rusia y a su alma. Como Alexéi Navalni y Vladímir Kara-Murza, los dos presos políticos rusos más destacados, víctimas ambos de envenenamientos, castigados con largas penas de prisión después de juicios arbitrarios e incluso secretos, y con sus vidas en peligro bajo la vigilancia de carceleros especialistas en exterminar lentamente a sus prisioneros en las insalubres mazmorras rusas, antaño soviéticas. Como los millares de manifestantes detenidos por oponerse a la guerra, culpables de decir que una guerra es una guerra, en un país donde la verdad es delito de alta traición.

Sin las repugnantes prácticas de la denuncia y la delación entre vecinos, familiares, colegas, maestros y alumnos, propias de tiempos estalinistas, esta persecución no sería posible. Para saber hoy de Rusia basta con regresar a las monumentales páginas de Archipiélago Gulag, en las que Solzhenitsin contó el carácter fundacional del país invisible y cruel, ya centenario y bien vivo todavía, organizado alrededor de la detención y la ejecución en masa y construido por la Cheka, el precedente del KGB de donde salió Vladímir Putin.

Es incierto el futuro de esos presos que han preferido la cárcel al exilio y nunca han perdido la esperanza. Clara y tangible, para rusos y para ucranios: hay un camino en libertad que conduce a Europa, la recuperación de la vida civil y un futuro humano. Frente al otro camino, el de los carceleros y sicarios, hacia el país del gulag, del miedo, la incertidumbre y la oscuridad.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_