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tribuna
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El creciente poder de China en América Latina

Si Estados Unidos y la Unión Europea reducen sus dependencias estratégicas de Pekín sin avanzar en sus relaciones con otras partes del mundo solo conseguirán mayor aislamiento internacional

Xi Jinping
El presidente chino, Xi Jinping, participa en la primera reunión del ofro China-países latinoamericanos y caribeños (Celac), celebrada en enero de 2015 en Pekín.ROLEX DELA PENA

Hace ya tiempo que casi todo lo que pasa en la región latinoamericana tiene algo que ver con China. La relación entre ambos mundos empezó por el comercio de materias primas cuando China se convirtió en el principal comprador de las mismas tras poner a su economía en esteroides para protegerla de los efectos de la crisis financiera global en 2008. Enseguida China consiguió girar las tornas inundando a los países latinoamericanos con sus exportaciones de bienes de consumo, y más recientemente, también de productos intermedios, como maquinaria, componentes electrónicos y muchos otros, haciendo competencia directa a Estados Unidos y, sobre todo, a una Europa que durante décadas se ha beneficiado de su potencia exportadora mundial.

Cuando la mayor parte de los países latinoamericanos empezaron a acumular déficits comerciales con el gigante asiático, China empezó a desarrollar un segundo nivel de influencia económica que es el de la inversión directa. A pesar de la competitividad de China en el sector manufacturero, no han sido estas empresas las que se han lanzado a producir en América Latina sino más bien el sector eléctrico, así como la búsqueda del control de recursos naturales. Más allá de la inversión directa, la participación de China en la construcción de infraestructuras en la región se ha financiado con préstamos por parte de los grandes bancos de desarrollo chinos, que no han hecho más que aumentar la deuda latinoamericana, esta vez con China. De hecho, en algunos casos la acumulación de deuda ha sido tan rápida que ha acabado en una reestructuración de la misma, como muestra el caso de Ecuador.

Habiendo alcanzado un nivel de relaciones económicas mucho más amplio, no nos debe extrañar que China haya podido avanzar también en sus relaciones diplomáticas con buena parte de la región. De hecho, en los últimos años, de los países latinoamericanos que aún mantenían relaciones diplomáticas con Taiwán varios se han girado hacia China, con Panamá como caso prominente por su importancia estratégica derivada del Canal y, más recientemente, Honduras. Las incertidumbres sobre el futuro de las relaciones diplomáticas con Taiwán de los pocos países que quedan es enorme, como reflejan la evolución de las recientes elecciones en Paraguay.

Pero no es solo Taiwán. Las tendencias políticas en la región sin duda se están viendo influenciadas por China, como queda patente en la campaña electoral de Lula da Silva y su política exterior. En términos más generales, los vientos de populismo de izquierda son cada vez más fuertes, con miras a un modelo alternativo de desarrollo en el que el papel del Estado juega un papel más importante.

Aunque la influencia de China pueda parecer imparable por sí sola, la realidad es que tanto EE UU como la Unión Europea se lo han puesto muy fácil. Ambos bloques económicos no se han tomado suficientemente en serio la importancia de llegar a acuerdos comerciales y de inversión con América Latina y han ido perdiendo comba en la región. En el caso de EE UU, la crisis financiera sin duda ha dejado mella en la apreciación del ciudadano medio sobre los beneficios del comercio internacional. En la Unión Europea, la falta de un acuerdo sobre Mercosur después de más de 20 años de negociaciones es paradigmático de las dificultades que un área económica, pero no soberana, tiene hoy en un mundo donde las reglas comerciales internacionales se resquebrajan y los países miembros no están dispuestos a realizar las concesiones necesarias para poder avanzar. Más allá de los acuerdos comerciales, parece difícil pensar cómo la Unión Europea puede mantener una influencia acorde a su tamaño económico —que por cierto también se achica en términos relativos— con un entramado institucional tan complicado que nos aboca al statu quo.

Es fácil echar la culpa a China de nuestra pérdida de influencia en la región latinoamericana pero la realidad es que China solo ha aprovechado la oportunidad que le hemos otorgado de manera probablemente poco consciente pero evidente a los ojos del resto del mundo. Ante el futuro, la pregunta que cabe hacernos es si nuestro cambio de estrategia respecto a China, que aboga por reducir los riesgos inherentes en nuestra dependencia crítica del gigante asiático en algunos sectores claves, como son los de la transición energética, también pueda tener consecuencias sobre nuestra política hacia América Latina, una región con lazos muy importantes histórica y culturalmente. Cabría esperar que los políticos europeos y sus autoridades económicas de repente comprendan que reducir las dependencias estratégicas de China sin avanzar en nuestras relaciones con otras partes del mundo solo nos aislará más. La única manera de mitigar el fuerte impacto negativo de las políticas que Europa está empujando frente a China es el de fortalecer las relaciones económicas con el resto del mundo, especialmente el que es más complementario por motivos poblacionales y sectoriales. América Latina, sin duda, cumple estos criterios. Parece claro que la presidencia española del Consejo de la UE perseguirá con ahínco este sano objetivo. La pregunta es si conseguirán cambiar las dinámicas, o mejor dicho la falta de las mismas, después del estancamiento de las últimas décadas.

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