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Columna
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Más ladrillos para el muro

Los BRICS se fortalecen con la intención última de China y Rusia de armar una verdadera alternativa al dominio geopolítico de Occidente

Desde la izquierda, los presidentes de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva; China, Xi Jinping, y Sudáfrica, Cyril Ramaphosa; el primer ministro de India, Narendra Modi, y el titular de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, posaban el miércoles en la cumbre de los BRICS en Johanesburgo.
Desde la izquierda, los presidentes de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva; China, Xi Jinping, y Sudáfrica, Cyril Ramaphosa; el primer ministro de India, Narendra Modi, y el titular de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, posaban el miércoles en la cumbre de los BRICS en Johanesburgo.REUTERS
Fernando Vallespín

En la última reunión de los BRICS de Johanesburgo se anunció la adhesión a este curioso grupo de Irán, Egipto y Arabia Saudí, invitándose a unirse también a Argentina, Etiopía y Emiratos Árabes Unidos. Un grupo de cinco a los que se sumarán seis ladrillos más. El muro se fortalece. La elección del título de esta columna no es solo un guiño a la canción de Pink Floyd, ni se trata de jugar con el significado de BRICS en inglés [brick, ladrillo], sino de apuntar a lo que parece que es la intención última de los más poderosos dentro de la organización, China y Rusia: fortalecer una verdadera alternativa al dominio geopolítico de Occidente, recurrir a ese rasgo tan chino de crear una muralla de contención; en este caso, frente a la innegable influencia económica, política y cultural de aquel. Es la obsesión de China, el único actor geopolítico que ofrece una alternativa real a la democracia liberal occidental. Y, por otras razones, la de Rusia, metida en el agujero que ella misma se ha cavado con la guerra de Ucrania.

La intención explícita, si ignoramos la vergonzosa intervención a distancia de Putin, va por otro lado: crear alternativas a los foros dominados por Occidente, como el G-7, o liberarse progresivamente del peso del dólar en el comercio internacional. Después del fracaso del G-20 y de la continua irrelevancia de la ONU, es cierto que hay una verdadera sensación de orfandad en eso que ahora se llama el sur global. Prueba de ello son los esfuerzos de países como la India o Brasil por tener voz propia en la guerra ruso-ucrania, o el sufrimiento y la impotencia con la que otros ―como Egipto, pero también muchos más― se ven afectados por dicho conflicto a la hora de acceder a la producción de cereales de las potencias contendientes. La ironía es que quienes les han metido en este lío, y aquí no hay más responsable que Rusia, ahora pretendan apoyarse en ellos para potenciar su presencia geopolítica.

La pregunta que hay que hacerse es, por tanto, obvia: ¿qué grado de cohesión es esperable entre países tan heterogéneos? Ya sabemos que a veces las suman restan, y este podría ser un perfecto ejemplo. Imaginar que la India se alinee con China es ridículo, o que la teocrática Irán, con su antiamericanismo visceral, pueda conectar con un teórico aliado militar de Washington como es Arabia Saudita o con una hipotética Argentina gobernada por Milei parece poco probable. Y los Emiratos podrán proveer de fondos para estimular cualquier aventura financiera del grupo, pero poco más, saben bien dónde residen sus intereses. Janan Ganesh, el gran articulista del Financial Times, decía que el único cemento que les une es su resentimiento hacia Occidente, aunque sus élites no sabrían vivir sin él. Aun así, lo que reflejan es la apatía diplomática de la UE y Estados Unidos, ensimismadas en sus políticas internas, que se muestran cada vez más incapaces de atraer a gran cantidad de países que ven cada vez más mermado su futuro. A veces, la no acción es la forma más conspicua de actuar.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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