Un encuentro casual
Al asistir a la satisfacción tardía de los familiares de las víctimas del franquismo uno se pregunta por qué no fue posible legislar sobre la despolitización del Valle de los Caídos con un acuerdo nacional
Hay un breve diálogo en Oppenheimer, la película sobre la bomba atómica sin japoneses muertos, que provoca un espeso silencio en las salas españolas. Sucede sin gran espectacularidad en una pausa de su atronante hilo musical. En plena cacería del macartismo contra el científico por su posicionamiento contra la proliferación armamentística, le afean que en el pasado apoyara con donaciones de dinero la causa de la República en España. Oppenheimer se limita a contestar de manera contundente: “Siempre estaré al lado de un Gobierno elegido libremente en las urnas y contra el golpe de Estado militar de ribete fascista que lo destruye”. En las salas españolas este intercambio se recibe con una callada estupefacción. ¿Por qué? Muy sencillo. En una breve línea se sintetiza el relato internacional que está acordado sobre nuestra Guerra Civil. Algo impensable dentro de una España que aún sigue enfrentada porque, debido a la pugna partidista, no logra establecer una línea diáfana de explicación sobre su pasado. Ese silencio, que se corta con cuchillo en la sala de cine, resulta una expresión de nuestra carencia como país. Triste.
Al comenzar el verano coincidí en el banco con un anciano vital y amable que se acercó a saludarme en la cola de espera. Los bancos, que han logrado beneficios récord este curso, están empeñados en demostrar que la atención cuidada al cliente está reñida con la avaricia. El caso es que el hombre se me presentó mientras esperaba a proceder al pago de una tasa de Tráfico. Pese a sus 93 años, que no aparentaba en absoluto, aún conduce, y cuando le pregunté la receta me dejó caer que tener un proyecto en la vida siempre es saludable. En su caso, el proyecto se había resumido en algo bien complejo: lograr recuperar el cadáver de su padre, asesinado durante la guerra, de la fosa común del Valle de los Caídos. Para ello, además de años de infructuosa lucha burocrática, había sido necesaria la exploración de archivos, el empeño personal y algún guiño del azar. Pero solo con la reforma legislativa aprobada en la pasada legislatura por el Gobierno de coalición se ha alcanzado a cumplir con el reto de una vida.
El mayor lamento de este hombre, Fausto Canales dijo llamarse, era que su hermano, fallecido unos años antes, no hubiera podido vivir este momento para ellos tan emotivo. Es precisamente asistir a la satisfacción tardía de unas personas cuando uno se pregunta por qué no fue posible legislar sobre la despolitización del Valle de los Caídos con un acuerdo político nacional. Es incomprensible que los partidos conservadores de una moderna España, incluso el breve pero animoso centroderecha que representó Ciudadanos, fueran incapaces de sumarse a esta dignificación de las víctimas. En ese oscuro desván del subconsciente quizá estriban algunas de las dificultades de este país para ser capaz de contarse a sí mismo con claridad y espíritu de superación. Para demasiados, es socorrido apelar a la frase tópica de que es mejor no reabrir las heridas, pero suena egoísta si las heridas te son ajenas. No creo que nadie quiera oponerse a las familias que solo aspiran a dejar reposar a sus seres queridos en lugares elegidos libremente y vinculados a su entorno íntimo. Todo lo demás es palabrería por no ser capaces de sintetizar nuestro pasado como lo hacen los de fuera.
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