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TRIBUNA
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Ganará Massa

El ministro de Economía argentino tiene todo a su favor, pese a que su gestión no sea buena, para imponerse a Javier Milei el día 19 en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales

Sergio Massa sostenía el 23 de octubre una bandera argentina tras imponerse en la primera vuelta de las presidenciales.
Sergio Massa sostenía el 23 de octubre una bandera argentina tras imponerse en la primera vuelta de las presidenciales.MARTIN COSSARINI (REUTERS)

La victoria de Sergio Massa, el 22 de octubre, en la primera vuelta de las elecciones presidenciales argentinas es una sorpresa relativa. La expectativa de que lo hiciese Javier Milei obedeció a una lectura errónea de las primarias, una extravagancia electoral muy costosa que obliga a los votantes a elegir simultáneamente al aspirante favorito de una de las candidaturas. Millones de personas dieron un voto indoloro de castigo al peronismo. Ahí se quedó todo.

Sergio Massa ganará sin mayor apuro en la segunda vuelta del 19 de noviembre. Su contrincante Milei goza de las simpatías de millones de argentinos hastiados de la corrupción, la extensión de la pobreza, la inflación y la falta de renovación en las candidaturas (casi idénticas a las dos elecciones anteriores). Pero pocos están dispuestos a renunciar a la sanidad y a la educación gratuitas, a su puesto de trabajo en la Administración o a los subsidios sociales, a abandonar Mercosur y a admitir que la dictadura militar fue en realidad una guerra civil. Los argentinos tienen una envidiable cultura económica, fruto de una historia que acostumbra a situarlos en el abismo. Saben que la dolarización total que propone el ultraderechista es imposible dado el menguado superávit comercial, a menos que se emita deuda en dólares, lo que agravaría el problema del endeudamiento exterior. Y ello por no mencionar que la Reserva Federal nada ha dicho al respecto. La alternativa —mantener una paridad fija entre el peso y el dólar— resulta imposible si, como promete el bizarro candidato, “dinamita” el Banco Central de Reserva. Un personaje atrabiliario, torpemente iconoclasta, cómodo en el esperpento y en el insulto, inestable y errático, difícilmente puede ocupar la Casa Rosada.

Massa lo tiene todo a su favor. Es un político que cae bien, que le resulta simpático al electorado, gracias a esa vena conciliadora con la que aspira a acabar con esa “grieta” que divide a los argentinos. Su alejamiento del kirchnerismo tras haber sido jefe de gabinete de Cristina Fernández, al punto de disputar a Daniel Scioli la presidencia del país en 2015, juega a su favor. Pero también lo hace el respaldo de Cristina Fernández, tras caerse su candidato, Eduardo Wado de Pedro. Massa es, al tiempo, el hombre del partido para unos y el hijo pródigo para otros. Su desempeño como ministro de Economía desde julio de 2022, no ha sido, desde luego, brillante, como acredita la elevadísima inflación. Pero Massa, quien carece de formación económica, ha evitado conflictos con los sindicatos y conseguido acuerdos con el Fondo Monetario Internacional, haciendo equilibrismos de los que ha salido con bien, a pesar de los efectos de la sequía y de la escasez de carburante que perturba las últimas semanas de campaña. Incluso los mercados de cambios saludaron su victoria el día 22. A pesar de su experiencia política (el único cargo que no ha ocupado aún es la presidencia de la República), ni se ha visto implicado en asuntos turbios ni ha cometido errores de bulto. Es más, ha sabido situarse de costado en las aceradas y vitriólicas trifulcas tan frecuentes entre los responsables públicos argentinos. Tiene asegurado el grueso de los votos que en la primera vuelta fueron al peronista cordobés Juan Schiaretti y al tándem que formaron Myriam Bregman y el sempiterno Nicolás del Caño, pertenecientes a la única fuerza política de izquierdas —el Frente de Izquierda y de los Trabajadores— no integrada en la Unión por la Patria por la que se postula Massa. Pero, sobre todo, contará con el respaldo definitivo de buena parte del electorado de Juntos por el Cambio.

Las elecciones presidenciales en Argentina se han dirimido, tanto más desde la crisis de 2002, entre un capitalismo competitivo, representado ahora por los seguidores de Mauricio Macri, y un capitalismo corporativo, representado por el peronismo. Ante la irrupción de un tercero que propone, en la práctica, la desaparición del Estado argentino como le conocemos en nuestros días y la involución de la democracia, ambos bloques colaborarán como han hecho en otras ocasiones. Massa será el beneficiario de ello. El apoyo de Patricia Bullrich, acompañado de un diagnóstico apocalíptico sobre la situación de Argentina que lo desacredita, y el más críptico de Macri, quien, por cierto, buscó la cercanía de Massa durante su mandato presidencial, especialmente en sus gestiones en el exterior, no servirán a Milei para galvanizar a los votantes de centroderecha ni, menos aún, para captar el de los simpatizantes del Partido Radical.

Los argentinos, a quienes debemos muchas lecciones de civismo, no han caído, como cabría pensar, narcotizados por las consignas de personaje atrabiliario que vomita ideas antidemocráticas, estrategias suicidas e insultos a la memoria de un pueblo que, desde 1983, ha conseguido unos derechos civiles profanados por Milei en sus intervenciones. No habrá sobresaltos. Massa ganará.


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