El poder de la violencia política
Solo le faltaba a Trump el regalo del cielo de sobrevivir a un intento de asesinato
La fuerza bruta no se desata en vano. Los efectos son transformadores. Cambia el curso de las cosas. Un solo disparo abre todo un horizonte de incertidumbre. A quien pugna por el poder, salir indemne de un atentado le cambia la vida. Y más si sabe posar astutamente en una foto tan providencial como el disparo que apuntaba a su cabeza. Salvado por un leve gesto o quizás por el vientecillo que desvió la trayectoria, esa distancia mínima entre la oreja y el cerebro actuó como los santos óleos con los que un dios trumpista ungió al elegido del destino y de la historia.
Solo le faltaba ese regalo del cielo, que se suma a los numerosos regalos de los jueces y de su adversario, cada día más disminuido por los achaques de la edad. Al alcance de su mano está la plena impunidad por sus pasadas fechorías. Aún pesa sobre su inmediato futuro la pena que le imponga el juez de Manhattan Juan Merchan por los 34 delitos de falsificación de documentos para encubrir el soborno de la actriz pornográfica Stormy Daniels durante la campaña electoral. Son cuatro años de cárcel como máximo, pero las circunstancias pueden aconsejar al magistrado que aligere la modalidad del cumplimiento para no obstaculizar su triunfante campaña electoral.
También en este caso los jueces del Supremo le han echado una mano. Gracias al reconocimiento de una inmunidad casi absoluta y vitalicia, su defensa ha apelado contra el veredicto de culpabilidad, por si las pruebas para condenarle estuvieran cubiertas como actos oficiales por la nueva presunción de inmunidad que le ampara. Tras el magnicidio frustrado, el juez Merchan tendrá más difícil imponerle una pena rigurosa en septiembre, apenas a cinco semanas de las urnas. No es fácil poner entre rejas a un delincuente con carisma y futuro presidencial.
Más expeditiva, Aileen M. Cannon, una inexperta jueza de Florida nombrada por el propio Trump, ha dado carpetazo al caso más peligroso al que se enfrentaba el expresidente. Eran 40 delitos de sustracción ilegal de documentos clasificados como secretos, perpetrada al dejar la presidencia y, por tanto, sin cobertura de la inmunidad recientemente concedida. Esta magistrada ha encontrado una dudosa piedra filosofal en el voto particular del muy conservador juez del Supremo Clarence Thomas a la sentencia sobre la inmunidad. Parece como si ambos estuvieran coordinados, porque es muy probable que estén coordinados.
Thomas es todo un ejemplo de descuido con la imprescindible apariencia de parcialidad, por la militancia trumpista de su esposa y por los regalos recibidos de multimillonarios partidarios del magnate inmobiliario. No es extraño, por tanto, que haya impugnado la constitucionalidad del nombramiento del fiscal Jack Smith para perseguir los delitos federales cometidos por Trump en relación con el asalto al Capitolio, las interferencias en el escrutinio electoral y la vulneración de secretos oficiales. Así conseguirá al menos la dilación de este proceso y la complicación de todos los otros, puesto que sin fiscal especial, no habría caso.
Bajo una configuración astral y judicial tan protectora y una parálisis de los demócratas tan alarmante, una vez consagrado como caudillo de las extremas derechas populistas del siglo XXI, el rey Donald atrae como un talismán a los Patriotas por Europa, el grupo parlamentario que patrocinan Viktor Orbán, Marine Le Pen, Matteo Salvini y Santiago Abascal. Con el significativo añadido de un lugarteniente como J. D. Vance, más trumpista que Trump y tan putinista como Putin, el apaciguamiento y el final de la guerra a costa de Ucrania ya está en Washington en el primer punto del orden del día.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.