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columna
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El arcángel de la paz se llama Donald

No habrá ocasión para confrontar las propuestas de los candidatos sobre economía o política exterior, la cuestión que mantiene en vilo al mundo y sobre todo a Ucrania

Donald Trump, Kamala Harris
Un grupo de personas sigue el debate entre los candidatos presidenciales Donald Trump y Kamala Harris en el exterior del Museo de Arte de Berkeley, en Caifornia el pasado martes.Gabrielle Lurie (AP)
Lluís Bassets

No habrá otro debate. Habrá que conformarse con el único que ha reunido a los dos candidatos. Donald Trump parte de un principio inalterable: es un ganador nato, nunca pierde. No ve que tenga sentido un nuevo debate para satisfacer las ansias de revancha de quien perdió. Que no es él, naturalmente, sino Kamala Harris. Quedó detrás de Hillary Clinton en votos en las elecciones de 2016 aunque venció gracias a un sistema electoral antiguo e injusto. Cayó ante el “soñoliento Joe” en 2020 (y le bastó con no reconocer la derrota, aunque luego bajó la guardia y reconoció que había perdido por “un pelo”, antes de rectificar de nuevo: “fue un sarcasmo”). Harris le tomó la medida entera hasta dejarle desnudo con su quejumbroso narcisismo ante millones de telespectadores. Nunca reconocerá una victoria ajena, en las urnas o en un debate. Sería identificarse como un perdedor. No sería Trump.

Hasta aquí ha llegado la confrontación. Más de estilo y carácter que de programas e ideas. Ya es mucho y quizás basta. Para David Brooks, columista conservador de The New York Times, Harris tiene el viento a favor, porque los tiempos están cambiando y todos estamos hartos de hostilidad y de resentimiento individualista. Mejor la decencia y la normalidad de Biden y ahora la alegría y el cuidado de los intereses colectivos que propone Harris. No habrá ocasión, por tanto, para confrontar directamente las propuestas de los candidatos sobre economía o política exterior, quizás la cuestión que mantiene en vilo al mundo y sobre todo a los ucranios.

El debate nos ha dado a conocer al menos la fórmula milagrosa de Trump para terminar la guerra de Ucrania. Ya sabemos que no desea la victoria de Kiev. Con su voluntad equidistante y su facilidad para las transacciones comerciales, alcanzará la paz en 24 horas. Bastará un par de llamadas. Tal advenimiento se producirá a partir del 6 de noviembre, después de su victoria electoral, sin esperar a la nueva presidencia. J.D. Vance, su compañero de candidatura, ha entrado en detalles: alto el fuego inmediato, zona desmilitarizada entre Rusia y Ucrania y compromiso de no incorporación a la OTAN u “otras instituciones aliadas”. En resumen, el plan de Putin y la rendición de Zelenski. Así evitará la Tercera Guerra Mundial y el apocalipsis nuclear. Se entiende que Putin desenfunde de nuevo las amenazantes líneas rojas para evitar que la OTAN autorice a Ucrania a lanzar sus misiles sobre territorio ruso.

Cuanto más se acerca la fecha electoral del 5 de noviembre, más decisiva se dibuja para el desenlace. El arcángel de la paz quiere concederle a Putin la victoria. Como Biden, Harris trabaja por una Ucrania libre y soberana. Así se jugará el destino ucranio y europeo, a cara o cruz. Como en los años previos a la Segunda Guerra Mundial, cuando Austria, Checoslovaquia y Polonia perecieron ante la voracidad de Hitler y el mundo se quedó pasmado en la grada antes de reaccionar.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).
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